Licencia para matar

Hace 20 años este columnista obtuvo cinco licencias para conducir en un solo día en los municipios de la capital, Banda del Río Salí, Alderetes, Tafí Viejo y Las Talitas (Ver “En Tucumán puede obtenerse una licencia para conducir ómnibus sin saber manejar”, LA GACETA, 16 de febrero de 2004).

En esta investigación comprobamos que para obtener un permiso ni siquiera era necesario haberse subido alguna vez a un vehículo.

Los carnets abarcaban todas las categorías y quedamos habilitados para conducir desde autos hasta ambulancias, camiones y ómnibus con pasajeros, aunque nunca lo habíamos hecho. Las gestiones, que en algunos casos demandaron sólo 15 minutos, se hicieron sin exhibir ningún documento que certifique la identidad del solicitante. Una fotografía con las cinco licencias tramitadas en 24 horas acompañaba a la nota.

Por falta de tiempo realizamos esta experiencia en ciudades del área metropolitana, aunque es muy probable que los resultados hubieran sido similares en el resto de la provincia, ya que comprobamos que cuanto más pequeño es el municipio más sencillo era obtener un carnet. A esto se debe que muchos conductores de la capital poseen licencias de otras jurisdicciones, ya que el trámite demanda pocos minutos, es más barato y requiere menos exigencias.

En aquella oportunidad la excepción fue la capital, donde funcionaban ciertos controles psicofísicos mínimos, pero no más que eso. Podríamos haber contado con antecedentes penales, esquizofrenia, epilepsia o no saber manejar y de todos modos hubiéramos conseguido la autorización. Recordamos que el examen psicológico se limitó a una sola pregunta de la profesional: “¿Padece usted algún enfermedad mental?“. En ese momento contuvimos la carcajada y nos pusimos serios antes de responder que no. Test superado.

Luego de la publicación, el Gobierno tucumano, a cargo de José Alperovich, anunció que iba a presentar un proyecto para unificar todas las licencias de la provincia. Esta medida nunca prosperó a raíz de la resistencia de los municipios, ya que implicaba despojarlos de una importante fuente de recaudación. Pese a que se argumentó que los fondos serían distribuidos entre los distritos de acuerdo al domicilio de los conductores, las intendencias persistieron en su negativa porque gran parte de esos dineros no quedaban registrados en los asientos contables. Es decir, se trataba de plata en negro que quedaba a medio camino y era repartida entre unos pocos empleados y funcionarios. De hecho, la capital fue el único municipio que en ese entonces nos expidió un recibo.

En Estados Unidos o en Europa un carnet de manejo tiene la misma validez que un documento de identidad, al punto que con sólo una licencia se puede alquilar un auto o sacar un crédito.

De las licencias a la morgue

En Tucumán mueren 18 personas cada 100.000 habitantes por año en siniestros viales. Cinco veces más que en la Ciudad de Buenos Aires, tres veces más que en Mendoza o el doble que en Córdoba y Santa Fe, según la Agencia Nacional de Seguridad Vial.

Sólo superan a Tucumán, en muertes por choques cada 100.000 habitantes, Santiago del Estero, Misiones y Catamarca, y en quinto y sexto lugar se ubican Chaco y Formosa.

El común denominador del norte argentino son la falta de educación vial y cívica, el desprecio por la vida, propia y ajena, y la carencia de controles y castigos efectivos.

El estado de las calles y de la red vial en general es otro factor determinante, y por eso Salta y Jujuy, con menos de la mitad de víctimas fatales porcentuales que Tucumán, no integran el primer pelotón de la muerte. Son las provincias que cuentan con las mejores rutas y autopistas del norte, en cuanto a pavimento, iluminación y señalética.

Salta tiene un tramo bastante deteriorado de la ruta 9, entre Metán y Rosario de la Frontera, pero no se repara porque está pronto a convertirse en autopista.

En Tucumán, el estado de los caminos es en su mayoría calamitoso y las calles y avenidas del área metropolitana están detonadas, regadas con aguas servidas, mal señalizadas y en general oscuras.

A este contexto se le suma, como ya repetimos varias veces, la epidemia descontrolada de las motos, que protagonizan el 80% de los accidentes, de los cuales el 90% se debe a errores humanos, principalmente transgresiones a las normas, consumo de alcohol y uso del celular mientras se conduce.

El poder real

En sociedades paternalistas como la argentina, y latinoamericanas en general, solemos atribuirles demasiadas responsabilidades a las autoridades de turno. El hiperpresidencialismo que nos rige se proyecta del mismo modo a los poderes provinciales y municipales, desconociendo algunas veces que los hechos y los cambios buscados están sujetos a factores más complejos, que van más allá de un capricho caudillesco. Existen leyes, al margen de que se cumplan o no, muchas extemporáneas, absurdas o que han sido sobrepasadas por los verdaderos usos y costumbres. También gravitan las administraciones públicas, auténticas capas geológicas de burocracias y privilegios, que cuentan con más poder real que cualquier gobernador o intendente transitorio. Pese a que los propios políticos disfrutan de asignarse más relevancia de la que realmente tienen o puedan tener.

Como las leyes, existen oficinas públicas que trascienden a los mandatos electorales y constituyen la verdadera gobernanza de una sociedad, aunque los candidatos en campaña se vendan como el revolucionario que viene para cambiarlo todo. Luego quedan atrapados como moscas en las telarañas burocráticas, en normas muchas veces ineficientes y en las maquinarias del impedimento, como los sindicatos o los estratos de empleados públicos que fueron acumulándose durante décadas, con el paso de las administraciones.

18 años otra vez

Un ejemplo de esas capas geológicas administrativas, de tantos que podríamos citar, es la Dirección de Tránsito municipal de la capital, que bien podría renombrarse como Dirección de Tránsito Lento.

La semana pasada nos tocó renovar el carnet de manejo, y por esa absurda Ley Nacional de Tránsito 24.449 y sus modificaciones, que inexplicablemente dispone que pasados los 90 días de vencida una licencia, el conductor deberá hacer todos los exámenes físicos, teóricos y prácticos de nuevo, nos sometimos a todas las pruebas, como si tuviéramos otra vez 18 años. Se entiende que los chequeos médicos deban actualizarse cada cierto tiempo, pero el disparate es garrafal cuando una persona que ha conducido durante décadas, según consta en los expedientes públicos, deba someterse a exámenes teóricos y prácticos, sólo porque, en teoría, hace 90 días que no maneja. ¿Cuántas personas habrá que no conducen hace años y sin embargo renuevan su licencia sin más trámites?

Como hace 20 años, cuando realizamos ese informe periodístico, comprobamos que casi nada ha cambiado en la Dirección de Tránsito, salvo su sede, que antes estaba en Buenos Aires primera cuadra, y ahora en avenida Avellaneda al 600.

Hoy es un galpón con oficinas adentro, mal iluminado, con letreros escritos a mano en las paredes, y donde la intuición es la única herramienta que tiene el ciudadano para saber cómo conducirse. La mesa de entrada es un mostrador sin cartel, pero que todo buen tucumano puede adivinarlo, y los consultorios están separados por dos pasillos en cruz, de apenas un metro y medio de ancho, donde se amontonan largas filas, dos por pasillo, de vecinos con rostros resignados.

Los profesionales se van mudando de consultorio según las vacantes y la demanda, y el desconcierto no llega al caos gracias a dos experimentadas empleadas, por cierto con muy buena actitud y predisposición, lo que no abunda en esa repartición, quienes a los gritos van ordenando las colas y los turnos.

Burocracia surrealista

El examen teórico está sujeto al humor de la “docente”, que oscila entre excelente y desagradable, según quien lo haga, y el examen “práctico” podría ser un dislate surrealista con ribetes ilegales. Al constatar los antecedentes y la edad, en la oficina seis se limitan a preguntar si sabés manejar, otra razón por la que no debería existir para quienes manejan hace años, y luego te solicitan tarjeta verde del vehículo, verificación técnica y seguro. “¿Alguien que no tenga vehículo no puede sacar un carnet de manejo?“, consultamos. Y acotamos que “eso no dice la ley”. Tras largos e incómodos segundos de silencio, la respuesta fue: “En aquella oficina te venden las fotocopias de los papeles”.

¿Cómo? ¿Entendimos bien? ¿Venden fotocopias de documentación de vehículos ajenos sólo para cumplir con un requisito insólito y que no figura en la ley?

Hecha la burocracia hecha la trampa, debería decir el refrán. Tras presentar la documentación, propia, seguimos un tedioso periplo, que incluye otra oficina más (la octava, contando dos veces la ventanilla tres) salir del edificio para ir a un centro de pago ubicado a media cuadra, luego a una fotocopiadora y de nuevo a la oficina siete (onceavo trámite), para después regresar al día siguiente a retirar la licencia.

Con suerte, se pierden tres días en esta gestión, si es que al ingresar al psicofísico están todos los médicos -que salvo el oftalmológico, el resto es una simple declaración jurada de buena fe-, de lo contrario hay que volver en otro horario o día, como nos pasó a nosotros.

Excepto el examen teórico, que puede ser bastante riguroso según quien lo tome, el resto parece una fastidiosa pantomima con fines recaudatorios, que muy poco suma a la seguridad vial.

En algunos países europeos la licencia dura toda la vida y sólo se actualizan los controles médicos, y en otros de 10 a 15 años, y registran cuatro veces menos siniestros viales en promedio que en la Argentina.

Como hace 20 años, nuestra burocrática “Dirección de Tránsito Lento” perdura inmutable, cooptada por capas geológicas administrativas, que constituyen la verdadera gobernanza municipal, provincial y nacional.

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