Medio siglo de un premio Nobel esencial pero desatendido
El 10 de diciembre de 1974 recibió el Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel el austríaco Friedrich August von Hayek, uno de los principales exponentes de la Escuela Austríaca de Economía. También fue galardonado el sueco Gunnar Myrdal, y la justificación para ambos fue “por su trabajo pionero en la teoría del dinero y las fluctuaciones económicas y por su análisis penetrante de la interdependencia de los fenómenos económicos, sociales e institucionales”.
Aquí se explicarán sólo los aportes de Hayek, sobre todo el resumido en su artículo “El uso del conocimiento en la sociedad”, que contiene lo esencial sobre su visión del sistema de precios (motivo del Nobel). Un enfoque de fondo que justamente por eso debe tenerse siempre presente para evitar que la coyuntura tiente con medidas equivocadas.
Una pregunta básica en economía es cómo distribuir de manera eficiente los recursos de una sociedad. La inquietud se debe a la realidad de la escasez, que implica la necesidad de que no haya desperdicio. Eso quiere decir que los recursos se asignen al uso más valioso. ¿Pero cuál es y cómo se hace?
Respuesta de Hayek: es imposible sin mercado porque no hay conocimiento suficiente, pero los precios de mercado transmiten la información necesaria. ¿Por qué? Porque el valor de un bien depende de cuánto contribuye al bienestar y éste es subjetivo, individual, incomparable entre personas. Sólo cada uno sabe cuáles son sus metas, expectativas, deseos, gustos. Por lo tanto sólo cada persona sabe cuál es su bienestar y cuán satisfecho está. En consecuencia, el valor es subjetivo.
En una economía centralizada el planificador no tiene capacidad para conocer esa información interna de las personas. No es un problema de herramientas; la URSS no fracasó por falta de Excel, como tampoco funcionaría si hubiera computadoras cuánticas. Simplemente las percepciones subjetivas de bienestar y valor no son captables. Esto incluye a la decisión democrática, que tampoco sustituye bien a los mercados porque no recoge fielmente las diferencias de intensidad de las preferencias, por lo tanto no brinda una expresión acabada del valor de los bienes en un conjunto de personas (aunque tendría ventajas sobre una dictadura en cuanto decisiones económicas).
Entonces, el conocimiento existente en la sociedad útil para la asignación eficiente de los recursos se refiere a las circunstancias que vive cada persona y la valuación de las mismas para fines cuya importancia relativa sólo cada uno conoce, es decir, el llamado conocimiento idiosincrásico, disperso en cada una de las personas y siempre incompleto. La pregunta consecuente es cómo se aprovecha tal conocimiento.
La posibilidad resaltada por Hayek es una guía y resultado de los intercambios voluntarios: los precios. Como consecuencia de la escasez es necesario intercambiar para maximizar el bienestar dadas las restricciones de cada uno.
Y los intercambios voluntarios sólo ocurren si las partes ganan. Eso pasa si lo que se cede vale menos que lo que se consigue a cambio. En consecuencia, en un intercambio voluntario ya hay una asignación eficiente y la relación entre los valores de lo renunciado y lo conseguido es un precio. Por lo tanto, los precios son manifestación del valor que los participantes le dan a los bienes.
Cuando esos precios tienen expresión monetaria hay un lenguaje común que resume condiciones de oferta y demanda, es decir, condiciones observables (existencias o ritmos de producción, por ejemplo) y subjetivas (valoración de los bienes dadas la idea de bienestar de las personas y las condiciones de escasez relativa).
Tales intercambios producen precios y al mismo tiempo éstos son una guía para entrar o no en intercambios. O sea, para asignar los recursos a los usos más valiosos acordados por los individuos. No hace falta que una autoridad ordene disposiciones de recursos cuando las mismas personas se dan cuenta de qué es lo más conveniente dados los precios y sus propios objetivos. Pero para que funcione hace falta el poder de disponibilidad de los recursos que incluye el de rechazar los intercambios inconvenientes. Es decir, el derecho de propiedad privada. Además, que no haya interferencias en los precios relativos como las derivadas de la emisión excesiva de dinero. Así, propiedad privada y estabilidad monetaria son dos condiciones institucionales para la eficiencia, mejoradas cuando no se levantan barreras de entrada a los mercados. De allí también el enfoque hayekiano de un orden social espontáneo conformado desde los procesos de intercambio guiados por precios.
Esto se vincula con una línea importante del pensamiento austríaco. ¿Quiénes movilizan la asignación general de recursos a partir de los precios, quiénes advierten las señales de nuevas valoraciones relativas de bienes finales, insumos y factores productivos? Los empresarios, innovando permanentemente. Consistente con la mirada de Hayek sobre los mercados como procesos. De intercambios, de descubrimientos (el estadounidense Israel Kirzner trabajó mucho sobre eso), de dinámica permanente. De hecho, para esta escuela no hay equilibrio de mercado. Sí individual, entendido como actuar lo mejor posible (aunque haya un desequilibrio básico casi nunca llenado al comparar la situación presente con la deseada).
¿Para qué resaltar todo lo anterior? Porque los problemas económicos nunca desaparecerán y no faltarán oportunidades en las que se reclame a los gobernantes hacer algo con los precios, de la mano con intentar influir en toda la conducta empresaria. Sin embargo, tanto los conceptos de Hayek como la experiencia son claros. En general (hay pocas excepciones) cuando el Estado toca los precios las cosas empeoran mientras que los mercados libres son esenciales para la reestructuración de empresas o aparición de otras nuevas tanto cuando el mundo cambia y hay que adaptarse como cuando se lo hace cambiar, lo que suele tener impacto positivo en la toma de empleo, la provisión de bienes y los salarios reales. En épocas de transformaciones esenciales como la actual debería rechazarse el facilismo de la intervención estatal y más bien trabajar en las condiciones básicas destacadas por Hayek.