Transitamos días que para muchos pueden presentar un sabor agridulce. Pasó el vértigo de la primera quincena de diciembre y, entre Navidad y Año Nuevo, parece reinar un aire más calmo en el que se impone una condición: la de la espera. Es que para muchos constituye la cuenta regresiva para sus vacaciones mientras que para otros es, simplemente, el tiempo entre dos festejos que marcan hitos en el calendario y en las agendas personales y familiares. Hay quienes, también, aguardan que este tiempo se diluya rápidamente para retornar a una cierta normalidad y otros que quisieran que estos días no se fuesen más. Esta especie de indefinición hace del tiempo que vivimos un momento propicio para evaluar el año que se está yendo.
En ese contexto, si decidimos salir de nuestras tribulaciones internas y fijarnos en aquellos personajes que han sido noticia durante el año hay un nombre que se impone (entre muchos otros, claro): Franco Colapinto. Su figura, que irrumpió vertiginosamente en nuestras vidas, nos deja ejemplos e invitaciones a reflexionar sobre cómo nos comportamos como sociedad.
Este año se convirtió en el 23° piloto argentino que llega a la Fórmula 1. Además, cortó la larga racha de cuatro décadas sin que un compatriota obtuviese puntos en una carrera de la máxima categoría: lo logró en el Gran Premio de Azerbaiyán, donde terminó octavo. No fue un éxito aislado: en el Gran Premio de Estados Unidos concluyó décimo. Además, Colapinto, de 21 años, posee una personalidad magnética, que se complementa con la frescura de la juventud, cierta picardía criolla y una facilidad para moverse en las redes y en los medios que lo convirtieron en una figura irresistible.
Pero así como hubo luces, también hubo algunas sombras. Su inexperiencia quedó reflejada en el tramo final de la temporada, en la que protagonizó choques y accidentes (en algunos tuvo responsabilidad y en otros se la llevó de arriba) y terminó la temporada como el sexto piloto que más costos generó por reparaciones en su vehículo. Esta es una clara demostración que al talento es necesario sumarle experiencia. Ya lo decía Pablo Picasso en referencia al arte y no a los motores, pero la idea puede aplicarse igualmente aquí: la inspiración existe, pero aparece cuando uno está trabajando.
Esto no le quita méritos a Franco; al contrario. Sin dudas, él es lo que hoy se denomina un “distinto”, un talentoso, un gran deportista. Pero como todos, necesita tiempo, es decir, horas arriba del auto. Ahí es donde quizás aparece el gran aprendizaje que podemos hacer como sociedad tras la temporada de Franco en la F1. Su irrupción en la categoría revivió una pasión que parecía dormida en los argentinos, trasladó el fanatismo futbolero de los estadios a los autódromos internacionales y les devolvió a miles de hogares aquella banda sonora de motores agudos que supo musicalizar las mañanas de domingo durante las décadas del 80 y del 90.
Esta meteórica aparición también acarreó chismes deportivos e inclusive amorosos, infinidad de posteos en las redes y rumores de todo tipo sobre su futuro ¿Y ahora qué? ¿No hemos exagerado un poco? ¿No le cargamos demasiadas expectativas a un deportista de gran talento, pero al que todavía le queda un largo camino por delante?
Sin dudas, Colapinto nos deparará muchas alegrías en el futuro. Pero hay que darle tiempo. Y entender, como sociedad, que los logros no suelen llegar de un día para el otro. Requieren, sin dudas, una gran dosis de talento, pero también dedicación, compromiso y mucho esfuerzo. Esto es aplicable a los deportes, pero también a la vida cotidiana, ya sea en lo personal, en lo familiar y, por qué no, en las instituciones.