
A Jorge Luis Borges no lo marcó la literatura, pero sí su nombre. Creció escuchando el asombro de quienes lo conocían por primera vez y la misma pregunta repetida hasta el cansancio: “¿por qué te llamás así?” Al principio no tenía respuestas, pero con los años entendió que a su historia no la protagoniza un escritor, sino un arquero tucumano que desafió al desarraigo, se reinventó en el fútbol y encontró su propósito entre los caballos.
En la esquina de las calles Warnes y avenida de Circunvalación, una de las zonas más humildes y estigmatizadas de San Miguel de Tucumán, Jorge construyó su hogar en el que vive rodeado de caballos, cabras y ovejas. Las dificultades económicas no le son ajenas, pero tampoco lo definen. En cada palabra se nota su hospitalidad y el orgullo por el espacio que formó junto a su familia con esfuerzo. Recibir gente, compartir su mundo, hacer sentir bienvenido al otro: esa es su forma de vivir.
Hijo de una leyenda del fútbol tucumano, Jorge, más conocido como “Curita”, heredó la pasión de su padre, Juan Domingo “Cura” Borges, el ídolo de Atlético Tucumán. Desde chico soñaba con los guantes y el arco y con la posibilidad de defender a un equipo grande. Y la oportunidad le llegó temprano: con apenas 14 años, Boca puso los ojos en él y lo convocó a Buenos Aires.
El camino hacia allí no fue en avión ni en un ómnibus de primera clase. Jorge se subió a uno que realizaba un tour de compras, repleto de gente que no sabía que entre ellos viajaba un chico con un sueño enorme. Tres personas compartiendo un asiento, pasajeros en el piso y él, con una mezcla de miedo y emoción, se aferraba a su bolso, ese en el que llevaba la esperanza de triunfar en el fútbol.
Al llegar a Boca, todo parecía de ensueño: los entrenamientos en un predio impecable, la indumentaria nueva, la adrenalina de pisar La Bombonera. Pero con los meses, la novedad se fue desvaneciendo y la soledad se hizo protagonista. “Lo más duro es cuando te das cuenta de que estás solo”, confiesa. Lo acompañaban otros chicos con la misma ilusión, pero el desarraigo pesaba. Los futbolistas porteños solo tenían que enfocarse en mejorar; los del interior, además, en sobrevivir al desamparo.
La psicología se volvió su refugio. Jorge recuerda cómo terminaba llorando en cada sesión con la psicóloga del club. También encontró consuelo en una cocinera que le recordaba a su madre. “Me servía más comida, me ponía más queso en los fideos… Era su forma de cuidarme y yo buscaba eso”, dice con una sonrisa que mezcla nostalgia y gratitud.
En Boca no bastaba con tener talento. Los arqueros rotaban y la incertidumbre era constante. Atajaba un partido excelente y en el siguiente no figuraba en la lista de convocados. Lo intentó durante tres años; se fue a Racing, pero la historia no cambió. El fútbol profesional le enseñó que, a veces, no importa cuánto te esfuerces porque las oportunidades dependen de decisiones que están fuera de tu alcance.
Hoy, el único objetivo de Borges es que sus hijas sean felices
A los 19 años, volvió a Tucumán con el alivio de estar en casa y el peso de una duda que lo persiguió por años: “¿y si me hubiera quedado?”. Se incorporó a UTA, el único club tucumano que pagaba sueldos, y con el tiempo pasó por varios equipos de la Liga local, entre ellos Amalia. Pero su verdadera transformación llegó con el nacimiento de su segunda hija.
Renata Milagros Borges nació en 2014 con mielomeningocele, una malformación congénita que afecta su motricidad. No puede caminar, pero su sonrisa ilumina todo a su alrededor. Fue en ese momento que Jorge colgó los guantes y los botines. Ya no sentía el fuego competitivo de su juventud. “Mi hija estaba internada y era muy complicado juntar fuerzas para hacer otra cosa”, admite.

El fútbol quedó en pausa hasta 2022, cuando su excompañero, el “Loro” Perea, lo convenció de volver a Sportivo Guzmán como entrenador de arqueros. En 2024, con Leandro Fligman en la dirección técnica, retomó ese rol. Pero ahora, su trabajo no terminaba en la cancha: su vida tenía otra pasión, una que compartía con Renata.
Desde chico, Jorge había tenido ponis y caballos. Pero fue con “Reni” que descubrió una nueva conexión con ellos. En casa tienen equinos y los llevan a las domas. Renata es la “tropillera” del grupo. “Es como un trabajo más, pero en realidad, yo le trabajo a ella. Y ella me paga con su felicidad”, dice emocionado. “Cada vez que veo a Renata sonreír cuando acaricia un pony o cuando lo guía desde su silla de ruedas, entiendo que ahí hay algo más fuerte que cualquier otra cosa. Los caballos la hacen feliz, le dan una sensación de libertad que la silla de ruedas no le permite”, agrega.
Con el tiempo eso se convirtió en algo más grande. Empezaron a participar en domas, en exhibiciones, y luego se volvió un medio de vida. Les ayudó a salir adelante en momentos muy duros. “Siento que todo valió la pena. Porque en definitiva, mi vida no se trata sólo de atajar pelotas o de ser entrenador, sino de ser el mejor papá que pueda ser para ella y para Martina. Ellas son mi mayor título”, expresa conmovido.
En su casa, la familia es el centro de todo y su mayor satisfacción reside en ver a Mirella, su mujer, y a sus hijas felices. Incluso, sueña con algún día crear un espacio de equinoterapia para niños con discapacidad. “No lo puedo lograr, está muy cuesta arriba todo. No tengo dinero para realizarlo, mucho menos para pagar sueldos. Busqué algunos subsidios, pero no pude conseguir nada. Es muy difícil, quiero hacerlo y no puedo”, confiesa con lágrimas en sus ojos. “Conozco muchas personas, igual o más humildes que nosotros, que también tienen hijos con discapacidad y no pueden pagar para que hagan equinoterapia. Me encantaría tener ese espacio y no tener que cobrarles para que vengan”, afirma.
A los chicos que sueñan con llegar lejos en el fútbol, Jorge les deja un consejo: “El mal momento pasa, pero si lo superás, la recompensa es más grande que el sacrificio”. Borges reconoce que, a pesar de las dificultades, tuvo algo que muchos chicos no tienen: la posibilidad de intentarlo. “Hay muchísimos tucumanos con talento que no llegan porque no tienen los medios para viajar o para mantenerse en otro lugar. Y eso es muy injusto”, reflexiona dejando en claro que el fútbol tucumano necesita más apoyo, tanto en infraestructura como en contención emocional para los jóvenes que buscan una oportunidad lejos de casa.
Jorge Luis Borges no escribió libros, pero su historia es digna de una novela. Fue arquero en Boca y tuvo un paso por Racing, pero también un chico que lloraba en las sesiones de psicología porque extrañaba su casa. Es entrenador de arqueros en Sportivo Guzmán, pero también un padre que deja todo por estar al lado de sus hijas. Hoy, su vida transcurre entre el fútbol y los caballos, entre los guantes de arquero y las riendas de un pony, entre las enseñanzas que le dejó su padre y las lecciones que le dan sus hijas.
Y si la vida le enseñó algo, es que los caminos inesperados pueden llevarte a la felicidad más pura. Su historia sigue escribiéndose día a día con amor, con esfuerzo y con el trote firme de un caballo que avanza. (Producción periodística: Sofía Lucena)