Pablo Ramos: “La gente está estupidizada”

Publicó recientemente un libro-homenaje a su amigo el poeta y cantante Gabo Ferro, fallecido hace cuatro años. Desde el sur del país, donde se radicó, le cuenta a LA GACETA Literaria sus proyectos y sus cambios de vida. Y habla sobre las religiones. “El budismo es una religión para uno y el cristianismo es una religión de acción para el otro”, reflexiona.

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COMO UN DON. “Escribir es para mí un regalo del universo”, dice Pablo Ramos. COMO UN DON. “Escribir es para mí un regalo del universo”, dice Pablo Ramos.
23 Febrero 2025

Por Alejandro Duchini
Para LA GACETA - BUENOS AIRES

“Tengo terminado un libro de cuentos al que todavía no le encontré título. Espero publicarlo pronto y luego escribir una novela que se titulará La contemplación de la eternidad y que tengo completamente en mi cabeza y que si no la escribo siento que me voy a morir. Soy muy cabulero. Trata sobre una virgen María con síndrome de Down. Un delirio. La protagonista nacerá en La Patagonia y cree, y le creen, que salvará a la humanidad”. Pablo Ramos está a mil con la escritura y no para de soltar proyectos. Además de esos dos libros en camino, ahora que vive en El Bolsón recuperó el tiempo necesario para escribir y pensar proyectos. Acaba de presentar un libro en homenaje a su amigo cantante y poeta Gabo Ferro, fallecido el 8 de octubre de 2020, en plena pandemia. El hambre y el Arcángel (Alfaguara). A la vez sigue con sus talleres de escritura. Cuatro en total: tres a modo virtual y uno presencial, en su nuevo lugar de residencia. En todos ellos, los cupos se agotaron. E insiste con escribir: “Soy un escritor potente”, se define.

-¿Qué te significa el libro de intercambios de cartas con tu amigo Gabo Ferro que acabás de publicar?

-¿Te gustó?

-Sí, mucho.

-¡Qué bueno! La verdad es que el libro lo hice porque no lo quería hacer. Ojalá no lo hubiese tenido que escribir y tuviera a mi amigo. Esperé mucho para hacerlo. Un año tardé en escribirlo y seis meses para corregirlo. Por lo general tardo dos años y medio pero este fue más rápido porque estaba todo ahí, en mails que tenía. El tema era cómo convertir las cartas en un hecho destinado a los otros. Había cartas y ganas de confesarle cosas a Gabito. Pero como hay cosas que no se las pude decir a él, entonces lo hice a través de este libro. Y de paso expresé lo que me pasa. Así, fui dejando que la pluma engorde. No empecé un libro sino una carta a Gabo que tiene que ver con terminar un duelo pendiente. Mi editora (Julieta Oberman), que entiende mi literatura más que yo, y un par de escritoras amigas, que son mis lectoras de confianza, me dijeron que estaba buenísimo. Y me metí y me metí y me metí y después Julieta me lo contrató. Es el primer libro que me contratan antes de que termine. Y eso que tengo más escrito que publicado, eh. Escribo mucho en borradores. Pero cuando me enfoco en algo, le doy para adelante.

-En medio de todo esto, la mudanza a El Bolsón.

-Las pérdidas de la pandemia, la de Gabo y la de una tía que fue como mi mamá, la tía Laura, quien murió y no pude despedirla, influyeron mucho. Me vine a una feria del libro acá y me encontré con que tenía una infinidad de lectores. Una chacra de 14 hectáreas, amueblada, con más comodidades que mi casa en La Paternal (barrio de Buenos Aires). Fue un cambio. Y se suma mi lucha de siempre contra la adicción. Vengo bien, vengo limpio. Me es mucho más fácil en El Bolsón que en Buenos Aires, donde no es que me desbordan los ofrecimientos laborales. Ya tengo 58 años. Me gusta escribir, hacer música. Me voy moviendo por el país y cada mes y medio tengo algún motivo para volver a Buenos Aires.

-¿Seguís siendo, más allá del lugar de residencia, un ciudadano del conurbano bonaerense?

-Claro. La gente del conurbano se identifica conmigo y yo con ellos. Voy a todas las ferias menos a la de Capital, que es una cosa insoportable. Pero a la vez, la mudanza que hice me permitió sacarme mochilas de encima. No es que vivo en el paraíso, ahora, pero la gente me quiere, me mima, hay árboles frutales. Me fui quedando, por amor. Estuve tres años y medio que iba y venía, alquilaba, me quedaba uno o dos meses, hasta que el 31 de diciembre del año pasado me mudé con camión. Regalé todo lo que tenía en mi casa en La Paternal. De 3.500 libros, me quedé con unos 350. Regalé a bibliotecas. Tenía un horizonte de 300 o 350 libros que voy a releer. Antes leía 60 libros por año, hoy no llego a leer 20. El libro no deja de ser un objeto. A veces tenemos con él una relación hipócrita, fetichista y egoísta. Moby Dick lo leí dos veces, es extraordinario, pero no lo volveré a leer. Y si lo quiero leer, voy y me lo compro de nuevo. O inclusive me lo pueden regalar porque soy escritor: las editoriales me mandan libros. A la vez, con los talleres descubrí mi capacidad de transmitir para que el otro pueda escribir. Hice un manual para talleristas, que lo regalo. Necesito devolver lo que el universo me regaló.

-¿A qué te referís?

-Al don de escribir. Escribir es para mí un regalo del universo. Si yo ni el secundario terminé. Cuando era chico tuve una infancia difícil pero no dura. Aprendí que si uno tapa a un chico con una frazada, un plato de sopa y un “había una vez…”, le revitalizás la infancia. Eso me pasó a mí. Mi mamá dice que siempre supe leer. Siempre naturalmente leía. Yo sé que lo doy todo escribiendo, que soy un escritor potente. Soy un tipo que siempre sale narrando: salgo de las patinadas narrando. Pero no soy un buen poeta. La narrativa es mi potencia. Hablo de mi manera de narrar, tengo confianza en que contarle algo a alguien es lindo. Esa confianza me la dio mi mamá. Siempre en mis novelas hay historias dentro de la historia. Y así se hizo también el libro sobre Gabo, un poco a los ponchazos.

-Apasionado como sos por la lectura, ¿leés en nuevos formatos, como libros electrónicos?

-No tengo problemas en leer en e-book. Es cómodo, tiene un tamaño ideal y la letra permite leer bien. Pero también tiene sus contras. No tengo una biblioteca ordenada, entonces cuando me tropiezo con un libro… tengo sí ordenada mi biblioteca de religión, de catolicismo, islamismo y judaísmo. Estoy escribiendo mucho sobre estos temas. Tengo un amigo cura al que no puedo mencionar porque en su iglesia le da la comunión a chicas trans y esas cosas… Hay un chiste en el que Dios le muestra al diablo todas las cosas que hizo: el cielo, los animales, etcétera. Y Satanás le dice “bueno, ¿ahora hacemos una institución?”. Y ahí se pudrió todo.

-No mencionaste al budismo. ¿No te interesa?

-No me gusta el budismo porque es moda. No tiene Dios pero es mentira: se le reza a Buda. Se suponen libres de la inquisición, pero la que hicieron ellos fue terrible. Mirá la película Silencio, de (Martin) Scorsese, que cuenta con detalles cómo fue aquello. El budismo es una religión para uno y el cristianismo es una religión de acción para el otro. No hacer algo por alguien que lo necesita es pecado, es no ser cristiano, o judío. Cristo da vuelta la moral completamente. No me atrae la idea de meditación para uno. Es efectiva, pero no voy con el budismo.

-Hoy parece que hasta las redes sociales son dioses.

-La boludez del teléfono celular y las redes… La gente está estupidizada. Porque hasta el más pobre, el que está en la lona, tiene un celular y acceso a pseudo información. Hoy más que nunca hay que cuidar los lugares de justicia social. Y cuidemos la literatura y el arte, que no son lujos. Son sustentos. La cultura no es un hecho burgués, como dice este Gobierno que tiene comidas en los estantes pero que prefiere que se les venza a repartirla. Prefiero vender menos mis libros antes que salir en fotos con gatos y libros de fondo, y es un palo a los escritores. Los libros se roban, se compran y se prestan. No pasa nada, es un libro.

© LA GACETA

PERFIL

Pablo Ramos nació en 1966 en Avellaneda. Ha publicado, entre otras, las novelas El origen de la tristeza, La ley de la ferocidad y El sueño de los murciélagos (premio The White Ravens). Su libro Cuando lo peor haya pasado obtuvo el premio del Fondo Nacional de las Artes en 2003 y el premio Casa de las Américas de Cuba en 2004. Su obra ha sido traducida al francés, al alemán, al serbio y al inglés. Como músico, lidera la banda Analfabetos y es coautor de las canciones de El hambre y las ganas de comer (Premio Carlos Gardel 2011), junto a Gabo Ferro. Como guionista, obtuvo el Premio Opera Prima del Incaa por El estaño de los peces y el Premio Tato al mejor guion televisivo 2015 por Historia de un clan, junto a Luis Ortega.

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