
Daniel Dessein
Presidente de la Comisión de Libertad de Prensa de Adepa
No son tiempos fáciles para el periodismo. El oficio y su industria se desenvuelven en sociedades en las que crece la polarización, parcialmente desinformadas o desinteresadas de la cosa pública, atravesadas por cambios tecnológicos que impulsan esos fenómenos y minan el modelo de sustentación de los medios. A la prensa le cuesta desempeñar su función en escenarios en los que, por un lado, no se respeta adecuadamente el derecho de propiedad de sus contenidos y, por otro, predomina un debate público contaminado por sesgos y lógicas reduccionistas en los que se pierde la capacidad de reconocer ciertos hechos básicos, a partir de los cuales los ciudadanos podemos dirimir diferencias y discutir una agenda común.
En los Estados Unidos, con el gobierno de Donald Trump, avanza la amenaza de criminalizar la actividad periodística, de espaldas a los principios constitucionales y a la larga tradición de un país que desde hace más de dos siglos concibe a la prensa como un contrapeso republicano ineludible. Las conducciones de algunas de las más grandes cadenas televisivas y diarios emblemáticos, para evitar represalias, hoy ensayan acercamientos con un poder que los estigmatiza.
Es, sobre todo, la democracia la que sufre cuestionamientos crecientes a nivel global. Y en toda democracia cuestionada, el periodismo tendrá dificultades en su ejercicio y será inevitablemente interpelado.
La incapacidad de muchos gobiernos para satisfacer ciertas expectativas de la ciudadanía, los errores y la corrupción en la gestión, y los planteos demagógicos debilitan la confianza en las instituciones en grados alarmantes. Los ciudadanos de los regímenes democráticos expresan su hartazgo por la lentitud de los procesos deliberativos; las fallas, la opacidad y las lagunas de la Justicia; los excesos burocráticos en la administración de los intereses públicos; la impericia y los niveles de deshonestidad de la política tradicional; el sensacionalismo y los pecados de la prensa. La libertad de expresión reduce sus márgenes, oprimida por mecanismos de censura sutil y un hostigamiento desembozado de tendencias autoritarias.
Resiliencia
La democracia argentina de las últimas cuatro décadas ha mostrado una resiliencia sorprendente. Sobrevivió a procesos inéditos de inestabilidad política y económica, volúmenes astronómicos de corrupción y al desperdicio de oportunidades extraordinarias. Las últimas elecciones presidenciales marcaron el inicio de una nueva etapa histórica en la que los viejos presupuestos entraron en estado de revisión.
El 30 de diciembre pasado murió Jorge Lanata, el periodista argentino más influyente de las últimas décadas. Protagonizó una de las escenas más recordadas de la televisión argentina cuando convocó, en uno de sus programas, a medio centenar de sus más prestigiosos colegas, quienes repetían coordinadamente una frase: “Queremos preguntar”. De ese modo elemental, aparentemente infantil pero a la vez profundo, interpelaba al gobierno de ese entonces. Ese reclamo básico vale para cualquier gobierno. La esencia del periodismo y de la libertad de expresión, finalmente, implica la posibilidad de interrogar libremente al poder. Cualquier limitación a esa posibilidad es un síntoma, usualmente el primero, del debilitamiento de la dinámica democrática.