Cuando el Comité Noruego que cada año otorga los Premios Nobel de la Paz, en octubre de 2021 consagra con ese galardón a los periodistas María Ressa, filipina, y Dmitry Muratov, ruso, pone de manifiesto la naturaleza de la prensa. Y más aún, cuando ésta es independiente y por ella se juegan los periodistas, que son el espejo bruñido que refleja la realidad, sin velos, sin condicionantes. El periodismo de investigación, de denuncia, de transparentar la verdad, tuvo en los galardonados Ressa y Dmitry Muratov a representantes del periodismo que hace falta en todo el mundo. La prensa que calla lo que sabe, que publica lo que no le consta, que oculta parte de la verdad porque conviene a un sector, es el periodismo que no le sirve al ciudadano. El que lo perturba, lo confunde y lo predispone equivocadamente porque le informa mal o tendenciosamente. El inconmensurable servicio social -en el más amplio sentido de la expresión- que brinda el periodismo no puede ser mancillado por ninguna causa. Claro que, a veces, el ejercicio del periodismo se ejerce desde la ribera de otros ríos. Ríos contaminados de intereses que no son los de la sociedad organizada, tras lo cual el disfraz de periodismo brilla tanto como las luces de neón (¡Qué antigüedad, señor!) de los viejos negocios de las zonas marginales.Cuando desde el alto y responsable sitial de los destinos de la patria argentina osan decir “No odiamos lo suficiente a los periodistas”, y que “hay que odiarlos más” (aunque suene como una falsedad) nos sorprendemos. Pero, es así nomás. Y aunque parezca un invento tendencioso, es un “Milei dixit”. La democracia, la sana convivencia y el progreso ciudadano sólo hallarán cauces propiciatorios si la prensa es libre, consagrando en hechos la libertad de expresión. No más que eso es suficiente. Y, naturalmente, no menos que eso.
Carlos Duguech
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