Carlos Duguech
Analista internacional
Es una cuestión compleja que se potencia, además, por uno de los factores de fuerte incidencia: el tiempo. Desde aquella sesión (hace 78 años, nada menos) de la Asamblea General de ONU del 29 de noviembre de 1947. Fue la que consagró “la partición de Palestina” (Resolución 181(II).
Los enfrentamientos entre el recién creado Israel y los países árabes fueron rayas del mismo tigre: la violencia armada de unos y otros. Arrancó en 1948, apenas consagrada Israel como nación que proclama su independencia el 14 de mayo de ese año. Sucede entonces -por decisión de los países árabes- una ofensiva contra los grupos armados israelíes que ya estaban operando desde hacía casi tres decenios. Se concretó inmediatamente con la intervención de Siria, Egipto, Líbano, Irak y Transjordania. Hasta entonces -desde los años 20 del siglo XX- una enmarañada red de terrorismo operaba contra las fuerzas británicas (las del Mandato) y contra los árabes palestinos que reaccionaron tan violentamente como esa red. Un balance horroroso de muertes e insomnes terrorismos, hasta el día clave: 14 de mayo de 1948. Casi dos décadas después acontece el coloniaje de Israel, sin disfraces. Un operativo de precisos objetivos y con las máximas “herramientas” disponibles, arrasó en Siria, Egipto y Jordania con todo a su paso, en un raid de seis días consolidando de esa manera el objetivo central de esa “guerra preventiva” desde el 5 al 10 de junio de 1967. Ahora, 58 años después, y a la luz (y a las dramáticas sombras de la violencia permanente) tomando al pie de la letra los discursos de Netanyahu y de miembros de su gabinete puede inferirse -sin siquiera débiles pátinas de error- que la “Guerra de los seis días” podría llamarse “guerra colonizadora”. Porque a partir de ese operativo bélico implacable, diseñado y plasmado por Israel, el operativo Eretz Israel hallaba la ruta expedita para la consagración del dominio hebreo y mucho más que sobre todo lo resuelto en Naciones Unidas. Lo ganado a fuerza de imponerse por las armas en 1948/49 y en la gestión guerrero-colonizadora de “los seis días”. De la llamada, muy naturalmente, como si fuese un derecho absoluto que no admite cuestionamientos ni diplomáticos ni jurídicos, “guerra preventiva” en previsión de ser atacados antes. Una ecuación donde la única “constante” es el predominio cuasi absoluto de Israel sobre todas las “variables” en la fórmula.
Diferencias
No son iguales. Una nación constituida (en 1948) conforme a una resolución de Naciones Unidas (de 1947) y con reconocimiento internacional desde el arranque (por las dos superpotencias de entonces, EEUU y URSS) y una Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que pese al reconocimiento y esfuerzos del “Comité para el ejercicio de los derechos inalienables del pueblo palestino” es sólo una organización social con un objetivo político de máxima: “liberación de Palestina”; no es otro que un reconocimiento propulsor y dinámico -hasta donde se pueda- del derecho que surge naturalmente de la Resolución de 181 (II) de la tan mentada “partición de Palestina”.
Esta configuración, por sí misma, es endeble en tanto se equipara a una nación nacida de aquella Resolución 181 (II) y una entidad socio-cívica que todavía anda blandiendo banderas de libre determinación en pro de la conformación -¿Cuándo?- de un estado soberano independiente.
No es foto de la IA
Así las cosas, la realidad de cada confrontación muestra al gigante consolidado y con potencia de fuego frente a un pretencioso pigmeo con una irreverente actitud desafiante, si bien procura ser tomado como entidad de pleno derecho. El mismísimo que les facilitó a los judíos constituir su estado-nación. Y, consecuentemente, no otro sino ese mismo que aún, pese al tiempo y a todas las contingencias propias y/o generadas desde afuera que congela los mecanismos de las relaciones que en un tiempo y, casi como una esperanzada excepción, motivaron una icónica fotografía, cuando todavía la IA era un proyecto de laboratorio. Aquello fue una comprobación periodística bien alejada de las fake news que florecieron en estos últimos tiempos pretendiendo degradar al periodismo al sustituirlo con herramientas de una abundante capacidad de gestar lo que no existe y/o de modificar realidades “a petición de parte”.
Yitzhak Rabin estrechando las manos de Yasser Arafat a instancias de Bill Clinton en los jardines de la Casa Blanca ese 13 de diciembre de 1993 se transformó en un ícono que, con el transcurrir del tiempo, sus guerras y sus víctimas de ambos lados, evidencia que hay espacios donde el diálogo florece en inviernos y los adversarios consienten en que las operaciones de la aritmética de la paz, las sumas y las multiplicaciones, desechan por malsanas a las restas y a las divisiones.
Aires nuevos de riesgo
En el trágico marco que enhebra el hilo que vincula ese proceloso mar que encrespó sus aguas con sangre el 7 de octubre de 2023, en el sur israelí, y atraviesa a partir de esa fecha por la franja de Gaza recostada sobre playas orientales del Mediterráneo, ya nada puede diseñarse atado al derecho internacional y a las convenciones específicas. O casi nada. Y en ese preciso marco donde palabras como apartheid, genocidio, venganza, derecho internacional, crímenes de guerra, etc. acercan sus aportes, naciones de Europa y de otros continentes recién operan tras casi 500 días de guerra de Israel en Gaza. Guerra asimétrica que revela, por ello mismo, el porqué de tantas víctimas mortales entre civiles. De niños y mujeres y de gazatíes no combatientes. Población civil deambulando entre refugios y zonas de “menos balas y bombardeos” y entre puestos de distribución de comida. La cifra de bajas ronda los 60.000. Ello da cuenta, precisamente, de esa asimetría. Alguna vez desde esta columna señalamos que la ONU se mostró morosa y distante frente a sus posibilidades y responsabilidades. Vale transcribir parte del Capítulo VII de la Carta de la ONU. Art. 39: El Consejo de Seguridad determinará la existencia de toda amenaza a la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión y hará recomendaciones o decidirá qué medidas serán tomadas de conformidad con los artículos 41 y 42 para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales”. El artículo 42 menciona que la ONU “podrá ejercer por medio de fuerzas aéreas, navales o terrestres la acción que sea necesaria para mantener o restablecer la paz y la seguridad internacionales”. Como sí lo hizo la ONU en Corea (1950). Y surgen, naturalmente, las preguntas: 1) ¿Y ahora, con la invasión bélica de Rusia a Ucrania? 2) ¿Y la guerra en Gaza? La clave, no tan clave y a la vista, es que el caso 1 como el Consejo de Seguridad es el que decide y Rusia es dueña del veto no pasa nada. Y en el caso 2, como los EEUU son aliados, socios y protectores “casi naturales” de Israel, tampoco pasa nada. Es que en este caso, la figura operativa es Netanyahu. Ya cuestionado por propios -y mucho por extraños- en esta guerra con nombre: se podría decir, independientemente de las razones que pueda alegar el estado de Israel, que la guerra es “Netanyahu vs. Gaza”. Toda Gaza.
Soplar contra el viento
Netanyahu, empecinado en que no haya un estado palestino, desnaturaliza el núcleo de la resolución de ONU, esa base para el nacimiento de Israel en 1948. Integrada en la propia “Declaración de independencia”. Si niega lo de “los dos estados” se autocontradice. En rigor, poco importa su posición contra natura. La ONU no puede obligar a Hamas, pero sí a Israel. La Asamblea por “los dos estados” de la semana anterior en Nueva York será sólo letra muerta. Pero sí puede y debe obligar a Israel, miembro permanente, a cumplir las Resoluciones sobre asentamientos y otras. Que para el controvertido primer ministro, sí representan “letra muerta”. Esa “lejanía” de la ONU de los núcleos del conflicto le roe la piel a Naciones Unidas, próxima cumplir 80 años, nada menos.






















