La polilla que criticaba a la mosca y la moraleja de Espert

La polilla que criticaba a la mosca y la moraleja de Espert

Hay una fábula que da cuenta sobre cómo una mosca, por ceder a la gula, queda atrapada en un frasco de miel. Una polilla que observaba la escena la critica duramente por su insensatez, con el bicho enjaulado mirándola con aceptación y vergüenza por su yerro. Pero, al poco tiempo, la mosca observa cómo esa misma polilla, hipnotizada por una fogata, se acerca demasiado a las llamas y termina con las alas quemadas.

El escándalo que forzó la renuncia de José Luis Espert, principal candidato de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires, es quizás la moraleja de aquel escrito que se atribuye a Esopo. No es un mero traspié electoral ni una anécdota de campaña. Es un chirlo artero en la línea de flotación del relato fundacional del gobierno de Javier Milei, que llegó al poder con el grito de “fuera la casta” como bandera y con los cuestionamientos a la vieja política como espada.

La caída de Espert por sus vínculos con un empresario acusado de narcotráfico es mucho más que un problema de prontuario. Es el síntoma de una enfermedad más profunda: la soberbia de la improvisación. El oficialismo, que construyó su identidad en el rechazo visceral a los políticos profesionales, se encuentra de pronto envuelto en un escándalo de la peor estirpe de la “vieja política”, pero con el agravante de la torpeza del novato.

El episodio obliga a regresar a una pregunta esencial, casi olvidada en tiempos de furia antipolítica: ¿alcanza con las buenas intenciones para gobernar? ¿O la política, como la medicina o la ingeniería, es una profesión que requiere conocimiento, técnica y, sobre todo, oficio?

Ahora bien, seamos justos. Defender la necesidad de un profesionalismo político no es, ni de cerca, una defensa nostálgica de la clase dirigente que condujo a la Argentina a esta larga decadencia. La “casta” que el presidente denuncia no es una ficción. Existió y existe en un profesionalismo desvirtuado, convertido en el arte cínico de la supervivencia, la negociación de privilegios y el manejo de una maquinaria de poder en beneficio propio, muy lejos de cualquier vocación de servicio.

Weber ya sabía...

Esa es precisamente la distinción que el sociólogo Max Weber, hace ya más de un siglo, vio con una claridad que asusta. En su célebre conferencia “La política como vocación”, advirtió que el Estado moderno es una maquinaria demasiado compleja para dejarla en manos de aficionados. Distinguía entre quienes actúan movidos solo por su “ética de la convicción” -la pureza de sus ideales- y quienes lo hacen desde una “ética de la responsabilidad”, aquella que obliga al político a hacerse cargo de las consecuencias de sus actos. El verdadero estadista, decía Weber, es el que combina ambas.

El Gobierno actual parece celebrar la convicción, pero tropieza a cada rato con la responsabilidad. La gestión se ha convertido en un ejercicio de prueba y error a cielo abierto. Se vio en el trámite inicial de la Ley de Bases, un compendio de voluntarismo que chocó de frente con la realidad de los reglamentos y la necesidad de negociar. Quedó en evidencia en la altísima rotación de funcionarios, que sugiere que la lealtad ideológica pesó más que la idoneidad técnica. Y se dejó al descubierto en la relación con gobernadores, aliados y opositores, marcada por una confrontación que puede ser efectiva para la exTwitter, pero es paralizante para la gobernabilidad.

El caso Espert es la coronación de este método. Un partido profesionalizado jamás habría permitido que su principal candidato en el distrito más importante del país no tuviera un escrutinio previo de sus antecedentes. Hace ya cuatro años la izquierda de Nicolás del Caño hablaba sobre ese vínculo con Machado. ¿Nadie chequeó nada? ¿Soberbia o subestimación?

Escupir para arriba

Un aparato político con oficio tendría, además, un “semillero” de cuadros propios para reemplazarlo. Tener que buscar a Diego Santilli, una figura del PRO, para tapar el agujero es la confesión más brutal de esa precariedad: para resolver una crisis generada por su inexperiencia, deben recurrir a un profesional de la “casta” que dicen combatir y que el propio Presidente tildaba de mafioso hace apenas un par de años atrás. Hoy será su delfín en un distrito clave y “chivo”.

La paradoja que enfrenta hoy el oficialismo es lapidaria. Ganaron prometiendo que cualquiera podía ser mejor que un político. Ahora, la realidad les demuestra que para transformar el Estado, primero hay que entender cómo funciona. Para desterrar las peores prácticas de la política, se necesita el conocimiento y la astucia de la mejor política.

Para refundar la política, primero, parece que hay que aprender a hacerla.

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