Muchos hinchas de River Plate, entre irónicos y doloridos, se preguntan ahora qué hacer con la estatua de Marcelo Gallardo erigida fuera del Monumental sobre Figueroa Alcorta. Y si bien nadie piensa seriamente en derribarla, el solo chascarrillo denota el estado de situación: el “Muñeco” atraviesa su momento más crítico como entrenador del club del que es ídolo.
Es verdad que antes del arranque del partido del domingo frente a Gimnasia y Esgrima, parte del estadio coreó el “olé, olé, olé, Muñe… Muñe…” nacido al abrigo de las horas felices de su primer ciclo como entrenador del “Millonario”. Claramente, ese cántico embebe sus raíces en el pasado y expresa agradecimiento eterno por haber elevado a River a un nuevo nivel en la arena internacional, con siete títulos en total en competencias en ese plano, dos de ellos la mismísima Copa Libertadores.
La actualidad muestra otra cara. El “que se vayan todos” que bajó desde los cuatro costados cuando la derrota ante el “Lobo” se reveló inminente no puede sino incluir al mismísimo Gallardo, padre de aquellos equipos campeones y también de este conjunto sin fútbol ni alma, que ha ido tachando uno a uno casi todos los objetivos listados para este 2025.
Los cuestionamientos al “Muñeco”, que comenzaron siendo marginales tras aquella semifinal de Libertadores perdida hace un año ante Atlético Mineiro, fueron cobrando más y más cuerpo en esta temporada para el olvido.
Es que en el medio hubo otros dos mercados de pases y una “chequera ligera” que Gallardo no supo aprovechar: los 70 millones de dólares gastados durante su segunda gestión solo consiguieron empeorar el legado de por sí maltrecho de su predecesor Martín Demichelis.
El “Muñeco” que asumió hace 15 meses no se parece en nada al que sirvió de “modelo” para la estatua, sino más bien a un “doble de riesgo” que efectivamente puso -y sigue colocando- en jaque el amor incondicional que unánimemente le profesaban los simpatizantes “millonarios”.
Los números son lapidarios: con el 0-1 que le propinó el muy modesto equipo de La Plata, por primera vez en la historia del profesionalismo River cuenta cuatro derrotas al hilo como local. Y además cayó en ocho de sus últimos diez partidos, incluidas aquellas derrotas que lo dejaron fuera de la Libertadores y de la Copa Argentina.
¿En qué se viene equivocando feo este Gallardo diferente al original, más allá de la inexcusable defección de la mayoría de sus jugadores y la responsabilidad que le cabe a la dirigencia saliente por haber entregado las llaves del fútbol a un entrenador?
La lista excede a las posibilidades de espacio de esta nota. Pero es imposible ignorar que el técnico armó un plantel desbalanceado (al final, no trajo un 5 y un 9 goleador, como era claro que necesitaba con urgencia) y quedó preso de la nostalgia al sumar veteranos “héroes de Madrid” ocho años (y muy cerca de finalizar sus carreras) después.
Tampoco resistió a la tentación de los nombres de jugadores que estaban fuera de Argentina y que volvieron al país justamente porque ya no tenían actualidad para jugar de primer nivel en Europa. Y finalmente, agregó futbolistas con pasado reciente en ligas menores o que venían azotados por recurrentes lesiones.
Ya con Franco Mastantuono desembarcado en Madrid, el equipo terminó derrumbándose en el segundo semestre, pese a otras nuevas compras millonarias (en particular la de Maxi Salas, que hasta ahora se quedó en promesas incumplidas).
Gallardo comenzó entonces a entrar en una suerte de desesperación. Es cierto que encontró una base defensiva, pero del medio hacia adelante cambió todo el tiempo. En los últimos partidos, el desconcierto creció: Enzo Pérez mira desde el banco mientras Juan Portillo paga costos por su ingenuidad y Kevin Castaño no da pie con bola.
Titulares poco tiempo atrás como Giuliano Galoppo e incluso Santiago Lencina, hoy reman de atrás. Y el “Muñeco” exaspera, a veces poniendo juntos a Nacho Fernández y Juanfer Quintero, otras optando por Miguel Borja como alternativa en lugar de apostar por un joven del club. En relación con eso, el colmo fue lo que hizo con Cristian Jaime el domingo, poniéndolo y sacándolo en el transcurso mismo del partido.
El clásico que puede definir su destino
Ahora se viene justo Boca. En el peor momento, aunque quizá haya dos buenas noticias para sus hinchas: el equipo evitará la presión del Monumental y llegará de punto a La Bombonera. Y queda la “carta brava” de Gallardo, quien ganó mucho más de lo que perdió contra el eterno rival, incluidas dos finales, con la de Madrid a la cabeza.
Y ésta prácticamente lo es: la amenaza de quedar fuera de la próxima Libertadores, incluso de los generosos playoffs del Torneo Clausura (clasifican los primeros ocho de 15 equipos en cada zona) se cierne sobre Gallardo y los suyos.
Y si bien su estatua no correrá la suerte de aquellas gigantescas de Lenin y Stalin que fueron derribadas por las muchedumbres tras la caída del Muro de Berlín, el pedestal del “Muñe” está temblando.























