Tucumán y los payasos de un circo vacío
Se ha producido un divorcio entre los dirigentes y los ciudadanos. Mientras unos intentan justificar sus candidaturas testimoniales en Buenos Aires, por estas tierras arrecian los pases de factura tras unas elecciones en las que ni la boleta única logró desterrar malas prácticas.
ARCHIVO LA GACETA / FOTO DE OSVALDO RIPOLL
Durante los últimos años de la presidencia de Alberto Fernández (y de la gobernación de Juan Manzur en Tucumán) se solía recurrir a la figura del divorcio para describir la relación entre la política y la sociedad. Es decir, mientras el microclima de los dirigentes se movía y se tensionaba por determinados temas, las preocupaciones y las urgencias de los ciudadanos pasaban por lugares muy diferentes. Inclusive, el periodista Carlos Pagni usaba una alegoría muy interesante para graficar esta relación: decía que la política se había convertido en un circo vacío, en el que los dirigentes ejecutaban un número ante el auditorio desierto, que había sido abandonado por un público que no se sentía representado ni atraído por nada lo que ocurría allí. En esta circularidad de la historia argentina que suele ser tan borgeana, hoy todo parece indicar que estamos frente a un nuevo divorcio, que todo ha vuelto a empezar. O, en realidad, que aquella función vacía nunca terminó.
Es curioso y hasta divertido escuchar en televisión a los funcionarios de La Libertad Avanza cuando intentan explicar que Manuel Adorni y Diego Santilli (diputados electos y flamantes jefe de Gabinete y ministro del Interior, respectivamente) no fueron candidatos testimoniales. Claro: una candidatura testimonial es algo que la sociedad espera “de la casta”, y no de quienes en teoría llegaron al poder para terminar con ella. Pero la realidad es que lo de Adorni y lo de Santilli -habrá que ver si no aparecen más- cabe perfectamente en esta categoría, porque ambos fueron votados por la sociedad para ocupar bancas en las que finalmente no se sentarán. En el galimatías de su defensa, Adorni asegura que se debe al Presidente. En otras palabras, que en su escala de relevancias, los deseos de Javier Milei están por encima de la voluntad popular. Cualquier similitud con los “kukas” es pura casualidad, repiten por ahí algunos graciosos.
CURIOSO. Funcionarios de La Libertad Avanza intentan explicar que Manuel Adorni y Diego Santilli (diputados electos y flamantes jefe de Gabinete y ministro del Interior, respectivamente) no fueron candidatos testimoniales.
En esta Argentina circular es difícil no caer en la tentación de recordar lo que ocurrió después de las elecciones de medio término de 2017. Luego de un gran triunfo, Mauricio Macri se replegó sobre sí mismo y sobre su entorno más leal. Dos años después tuvo que dejar el poder vencido nada menos que por Fernández, quien luego demostró haber sido el peor o uno de los peores presidentes de la historia. Los últimos movimientos en el Gabinete nacional hacen pensar que Milei desanda el mismo camino. La elección del vocero Adorni para el rol que antes ocupaba Guillermo Francos parece confirmarlo. Por eso tal vez sea un error leer la irrupción de Santilli en el despacho que fue del tucumano Lisandro Catalán como una apertura hacia el PRO, porque el “Colo” fue cooptado por LLA hace tiempo. Ahora bien: ¿tendrá Santilli la capacidad de llegar a acuerdos y, sobre todo, de cumplirlos? Eso está por verse. Y si nuestra tendencia a la circularidad se confirma, los antecedentes más recientes no parecen ser promisorios.
El grito del silencio
El indicio concreto de que el divorcio del que hablábamos al principio de este texto aún persiste se manifestó con claridad en los casi 12 millones de argentinos que el domingo 26 de octubre decidieron no ir a votar. Para ellos no hubo propuestas seductoras, ni argumentos firmes que los impulsaran a alterar por un rato la rutina dominical. Pero ojo: sí se expresaron. Con la ausencia, con el silencio, con la indiferencia le dijeron a toda la dirigencia política que no está haciendo bien la cosas, que se encuentra lejos de cumplir con las expectativas, que ha fracasado.
En estas elecciones de medio término, Tucumán marchó a contramano de la tendencia nacional: fue el distrito con mayor participación ciudadana. De todos modos, el civismo vernáculo no está exento de dudas: ¿qué incidencia tuvo la movilización que orquestaron -cómo ocurre en cada elección- los dirigentes peronistas? ¿Por qué, inclusive con boleta única, tenemos que seguir viendo en los alrededores de las escuelas esos autos decorados con carteles que identifican mediante siglas o símbolos a legisladores, a concejales, a dirigentes y a punteros? ¿Con qué se paga ese aparato electoral? ¿Qué vínculo hay entre el escandaloso atraso general que presenta Tucumán en comparación con otras provincias del país y la perpetuación de la misma fuerza política en el poder a través de acoples, autos rentados y otras maldades? ¿Por qué los candidatos testimoniales Osvaldo Jaldo, Juan Manzur y compañía nos obligan a dirimir sus internas en las urnas, cuando en el fondo sólo buscan saciar sus inconmensurables apetitos de poder?
TENSIONADOS. Jaldo, Manzur y Acevedo, todos candidatos en las últimas elecciones; atrás, en segundo plano, Rossana Chahla.
Prenda de cambio
En este loop permanente, la lista de situaciones inalterables es larga. Por ejemplo, desde hace varios años los ciudadanos nos hemos convertido en prenda de cambio de las disputas entre un grupo de empresarios -que ostentan el dudoso lauro de ser expertos en el mercado regulado del transporte público-, sindicalistas y políticos. Así, hoy vivimos en ascuas aguardando las derivaciones de un nuevo paro de ómnibus que deja a miles de personas sin la posibilidad de ir a trabajar y a muchísimos chicos fuera de las escuelas.
En este ya imperecedero conflicto es todo tan burdo que, a muy grandes rasgos (porque puede haber matices), el ciclo se repite casi sin variaciones: quienes explotan las líneas de colectivos suelen hacer una presentación en algún organismo público (en este caso, el municipio capitalino) para denunciar que atraviesan alguna crisis -a la que siempre insisten en llamar “terminal”-; luego aparecen las suspensiones de choferes o las demoras en el pago de haberes y el paro de UTA se vuelve ineludible. A la larga o a la corta llega el aumento en el precio del boleto. Mientras tanto, el servicio sigue siendo tan, pero tan malo como siempre. Y la culpa es de Uber…
Por estos días, hay malintencionados que insisten con algunas preguntas: ¿es casualidad que los reclamos de los transportistas hayan empezado un día después del triunfo de LLA en San Miguel de Tucumán? ¿Estamos frente a un pase de facturas a la intendenta Rossana Chahla, a quien algunos acusan de no haber hecho lo suficiente para garantizar una victoria del peronismo en la ciudad que gobierna? Por el momento, son sólo habladurías. Lo concreto es que en estas tierras nada cambia: los políticos, los sindicalistas y los empresarios son siempre los mismos. Los problemas, también.





















