Yo me puedo casar, ¿y usted?

Yo me puedo casar, ¿y usted?

En escenarios solitarios, la gente se abre un poco más

y hasta dos pobres millonarios

se pueden encontrar...

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Felizmente casados. Así lucen por estas horas José Alperovich y Marianela Mirra. ¿Habrán brindado con champán del bueno? Los datos irán aflorando con el tiempo, implacable si de revelar intimidades se trata. Porque el público quiere saber. ¿Quiere? En otras palabras: ¿importa dónde fue la ceremonia (¿qué tan grande es el living?), quiénes estuvieron, si los sánguches de miga estaban buenos o más o menos, cuáles fueron los outfits? Por supuesto que el diablo está en los detalles, pero hay capas superiores para considerar. Porque el sí de José Jorge y Marianela, la escena en sí misma, parece condensar una contradicción brutal de la Argentina contemporánea. Es el cruce entre la intimidad celebratoria, el castigo penal, el lujo inmobiliario de Puerto Madero y una pregunta más profunda que el cotilleo de los programas de chimentos: ¿hasta dónde llegan los derechos cuando de privilegios se trata?

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Alperovich fue condenado por abuso sexual agravado y violación. Fue a la cárcel, se enfermó, evidentemente la pasó muy mal. La Justicia le otorgó el beneficio de la prisión domiciliaria, atendiendo a su edad y a su estado de salud, pero la jaula que lo alberga desde ese momento es de oro. Un lujoso departamento enclavado en el barrio más exclusivo de Buenos Aires. En Puerto Madero hay mucho de simbólico; puro cemento vidriado de cara al Río de la Plata operando como metáfora del poder político y económico, de la distancia material con respecto a las mayorías y del blindaje que muchas veces rodea a las élites.

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Era inevitable que la noticia del casamiento -ajustado a las normas y perteneciente al ámbito de la vida privada- activó un terremoto en esta complejísima trama que es la opinión pública de la era digital. No por el amor que se profesa la pareja, sino por el escenario. No por el derecho civil al matrimonio, sino por su contexto penal y social. Cuando la celebración se superpone con una condena por un delito gravísimo, y cuando esa condena se cumple en condiciones de excepción material, la escena resigna privacidad y se transforma en un hecho político. Nadie gobernó Tucumán durante tanto tiempo como José Alperovich: 12 años. Y su influencia en el antes y el después de esos tres períodos de gestión no fue menos potente.

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Él sabe cómo impresionar

caminando como Tarzán,

él es Eva y ella Adán...

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¿Todos los ciudadanos acceden a las mismas condiciones para ejercer sus derechos -en este caso al casamiento- mientras cumplen una pena? ¿O existen penas de primera y penas de segunda clase? El politólogo Andrés Malamud ha insistido en múltiples intervenciones en la idea de que América Latina no padece falta de leyes, sino falta de cumplimiento igualitario de esas leyes. No todos los cuerpos son castigados del mismo modo, ni todas las biografías cargan el mismo peso cuando atraviesan una condena. Es una suerte de selectividad penal regida por el peso del dinero y que tiene en Alperovich un leading case.

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La sensación de injusticia es un bien social de lo más inflamable. La postal del poder recluido en el lujo es una imagen difícil de digerir para una sociedad atravesada por la eterna crisis económica, la precarización y el desencanto institucional. Y no para todos el lujo es vulgaridad; al contrario. Las cárceles superpobladas, castigadas por condiciones sanitarias en muchos casos inhumanas, y con miles de detenidos sin condena firme representan una triste noticia nacional. A pocos kilómetros de esas realidades, un departamento en Puerto Madero puede convertirse en el espacio de cumplimiento de una pena por un delito sexual. Legal, sí. Igualitario, no necesariamente.

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El sociólogo Gabriel Kessler ha trabajado extensamente sobre la desigualdad en la Argentina y uno de los ejes de su análisis pasa por el (des)trato institucional. Kessler sostiene que la percepción de que hay ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda erosiona tanto como la crisis económica, porque ataca la confianza básica en el contrato social. Algo así como una prueba de estrés para el sistema democrático, justo cuando a la democracia le disparan desde distintas ventanas.

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Presiento que algo va a pasar,

las plumas del pavo real

oscurecen hasta el sol

y él se siente el rey de la selva...

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Indignación, sarcasmo, bronca, descreimiento. “Sólo en la Argentina”, “la impunidad VIP”, “el casamiento cinco estrellas”. La semana fue un show ultraviralizado, colmado de consignas. También de fake news que hablaban de una fiesta a todo trapo en el SUM del edificio, todo desmentido por la propia Marianela en la confianza que le brinda Pamela David. La cuestión es que la boda de un condenado en un contexto de privilegio material no opera como un dato romántico, sino como un disparador simbólico. No se discute el amor, sino la escenografía del poder. No se juzga una relación afectiva, se interroga el andamiaje que permite que esa escena ocurra sin fricción institucional. Hay además otro nivel de lectura que vuelve todo más sensible, ya que se trata de un delito sexual. En un país que construyó, con enormes luchas, un consenso social mínimo contra la violencia de género, cada gesto asociado a una causa de este tipo es leído con lupa. No es sólo el agresor, es el mensaje que se irradia hacia las víctimas que denunciaron y denuncian, y hacia quienes todavía dudan en hacerlo. En otras palabras: cuando el poder parece seguir ordenando la escena, incluso desde el encierro, el castigo pierde su potencia simbólica.

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El debate de fondo no es si Alperovich tiene derecho a casarse. Claro que lo tiene. El problema es de un sistema que administra esos derechos en contextos de desigualdad estructural. Desde la perspectiva de Malamud, la democracia no sólo se mide por elecciones libres, sino por la igualdad efectiva ante la ley. Cuando esa igualdad se quiebra en los hechos -aunque se mantenga en los papeles-, lo que emerge es una democracia formal, pero socialmente deslegitimada. Kessler aporta otro matiz: las sociedades no estallan sólo por la desigualdad económica, sino por la desigualdad de trato. No irrita tanto que alguien tenga más dinero, sino que tenga mejor justicia, mejor castigo, mejores excepciones.

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Ahora él le ofrece una manzana

Ahora le insiste de probar

Ahora estimula sus membranas

por la hot-line...

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Para una parte importante de la ciudadanía no se trata sólo de Alperovich, son “los políticos”. El episodio refuerza la narrativa ya instalada de una élite con reglas propias, protecciones cruzadas, salidas de emergencia que no están disponibles para el común de los ciudadanos. Desde el punto de vista estrictamente legal, cada resolución judicial puede estar bien fundamentada. La prisión domiciliaria existe. El derecho a casarse existe. Pero la justicia no se agota en los códigos. Existe también una justicia social, una percepción colectiva de equidad sin la cual el sistema pierde apoyo. Esa es la grieta invisible que atraviesa casos como este: la distancia entre lo legal y lo legítimo. Entre lo que está permitido y lo que es socialmente tolerable. Entre el derecho individual y el daño simbólico colectivo.

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No importa tanto si la ceremonia existió con papeles o sin ellos. Importa lo que la sociedad ve, lo que interpreta, lo que siente. En tiempos donde la credibilidad institucional está en su punto más bajo, las escenas de privilegio funcionan como combustible para el malestar. El caso Alperovich-Marianela no es una anécdota aislada. Cada escena de privilegio en medio del castigo profundiza la sensación de que la justicia no es la misma para todos. Como si fuera lo mismo casarse en Puerto Madero que en un pabellón de Villa Urquiza, Benjamín Paz o la cárcel de mujeres. Y no, no es lo mismo.

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Como advierte Kessler, para los sectores populares la cárcel es ruptura, desarraigo, estigma duradero. Para las élites, muchas veces es transición, repliegue táctico, incluso reconfiguración de poder. Desde esta perspectiva, el caso Alperovich aparece menos como anomalía y más como eslabón de una secuencia histórica. Es el poder que, aún caído, conserva márgenes de maniobra que están fuera del alcance de la ciudadanía común.

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Entonces hay cuestiones infinitamente más serias que la inquetud acerca de si Marianela terminó bañada en arroz.

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La luna baja los telones

es de noche otra vez.

Gracias por tanto, Charly.

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