Un tucumano desafió a un tifón y corrió hasta que sus pies cambiaron de tamaño en Taiwán
El atleta Jorge Ariel Rodríguez completó el brutal "Deca Ultra Triathlon" en Asia. Fueron 14 días de competencia extrema donde nadó 38 kilómetros, pedaleó 1.800 bajo una tormenta tropical y corrió 422 kilómetros con los pies destrozados. Una hazaña al límite de la resistencia humana.
Jorge Ariel Rodríguez, atleta de élite y médico cirujano, durante la competencia en
Hay un momento en el que el deporte deja de ser competencia para convertirse en pura supervivencia. Ese umbral se cruza cuando el cuerpo ya no responde a la lógica, sino al espíritu. En Taiwán, Jorge Ariel Rodríguez, de 55 años, atleta de élite y médico cirujano en el Hospital Regional de Concepción, cruzó esa línea. Estaba a 20.000 kilómetros de casa, tras un viaje de 50 horas y múltiples escalas, solo para sumergirse en una de las pruebas más extremas del planeta: el “Deca Ultra Triathlon”.
El festejo de los finalistas.
No se trata de una carrera convencional. Es la desmesura hecha deporte: el equivalente a “10 Ironman consecutivos”. Los números fríos asustan: 38 kilómetros de natación, 1.800 kilómetros de ciclismo y 422 kilómetros de pedestrismo. Todo eso, mientras el resto de la isla se escondía bajo techo, porque a la dureza de la prueba se le sumó la furia de la naturaleza.
Mientras Rodríguez pedaleaba, el tifón “Wong Fu” golpeó la costa. El gobierno taiwanés suspendió las clases, cerró las oficinas y ordenó a la población no salir. Pero la carrera no se detuvo. “Estuvimos más o menos 50 horas bajo el agua, pedaleando para poder completar la distancia”, relata el protagonista en su regreso a Tucumán, con la naturalidad de quien hizo del sufrimiento un hábito.
Un escenario místico
La base de operaciones fue el imponente “Templo Luermen Holy Mother”, en la ciudad de Kaohsiung. Allí, entre monjes y rezos, los atletas de élite de todo el mundo comían y dormían las pocas horas que el reloj les permitía. La organización fue impecable: mecánicos para las bicicletas y un buffet abierto las 24 horas con pescados, sopas y frutas exóticas que fueron el combustible para la maquinaria humana.
La natación fue el prólogo amable: 21 horas y 33 minutos en una piscina de 50 metros. Luego llegó la bicicleta y el tifón. Cinco días de viento, lluvia y frío. “Dormía una hora y media o dos por día”, confiesa Rodríguez. El objetivo era arañar kilómetros, ganar tiempo al corte clasificatorio, pedalear entre 380 y 400 kilómetros diarios en un trance de agotamiento y voluntad. Pero el verdadero calvario llegó al bajar de la bicicleta. Faltaban 422 kilómetros de trote. Diez maratones al hilo.
La metamorfosis del dolor
El cuerpo humano no está diseñado para esto, pero se adapta a los golpes de dolor. Ya en el segundo maratón, los pies de Rodríguez dijeron basta. Las ampollas brotaron y la hinchazón fue tal que la anatomía de sus pies cambió. “Mi talla normal es 42, pero tuve que llegar a usar zapatillas número 44 y hasta 45 para poder calzarme”, cuenta.
El pie de Rodríguez, con la secuelas de la competencia.
El sueño era un enemigo al acecho. En el tramo de pedestrismo, ya no había estrategia de descanso. “Directamente me tiraba donde me agarraba el sueño, dormía una hora y continuaba. Era avanzar o caer", rememora.
A pesar de las heridas, la camaradería pudo más que el cronómetro. Rodríguez llegó al final con tiempo de sobra, pero decidió detenerse. No quería cruzar solo. Esperó a un amigo de Vietnam y a otro de Dinamarca. A las 6, con el sol asiático asomando, cruzaron la meta juntos. Terminó “noveno entre 20 competidores” de todo el mundo. Pero el puesto es una anécdota; la victoria fue terminar.
El hombre récord
Rodríguez es una rareza, un llanero solitario de la ultradistancia en Argentina. Con esta carrera, acumula “121 distancias Ironman” en su cuerpo. Es su séptimo Deca Ironman. Un historial que incluye fracturas -como la clavícula rota en Brasil el pasado mayo- y resurrecciones inmediatas, como el quíntuple Ironman en Francia apenas un mes después del accidente. “Soy el único que está haciendo este tipo de actividad en el país”, dice con orgullo, al agradecer a los amigos que le salvaron los pies prestándole calzado, como “Los Malteses” y la canadiense Shanda Gil.
Ahora, en su casa del sur tucumano, mientras las heridas cicatrizan y el cuerpo vuelve a su talla original, la mente ya viaja hacia el próximo desafío: otra Copa del Mundo en Brasil, en mayo de 2026. Para Rodríguez, el límite siempre está un poco más allá, donde termina la razón y empieza la leyenda.





















