21 Octubre 2011
Por Carlos Duguech - Analista internacional

Ya no sorprende a casi nadie que, como si fuera el último capítulo de una serie de acción y violencia de la televisión o de un programa de video-juegos, se cierra el ciclo con la muerte del "malo".

Nos "vendieron" (una expresión propia del marketing que todo lo vende, hasta la dignidad, a veces) que con el juicio a Saddam Hussein y su circense ahorcamiento, epílogo de un proceso nada jurídico, se terminaba el "problema de Irak".

También en ese mismo "combo" (¿así se dice en las ofertas de hamburguesas, cada vez con más pisos?) nos vendieron el ajusticiamiento de Osama Bin Laden a tiros y su entierro (no en tierra sino en las profundidades del mar) sin que se haya documentado el hecho histórico que traerá el "fin del terrorismo", al decir de los líderes estadounidenses y sus aliados.

Y ahora, con la captura y asesinato de Muammar Kadafi, culminando la gestión por las armas de los rebeldes libios que aparecían como el tercer capítulo de lo que dio en llamarse "primavera árabe", hallamos que la misión guerrera está presidida por la cacería humana. Ya no se discute, son datos probados de la realidad histórica: los Saddam Hussein, los Osama Bin Laden y hasta los Muammar Kadafi fueron, en su tiempo, necesarios para quienes finalmente los desterraron de la vida.

Ni la propia ONU, que utiliza a la mercenaria OTAN "para proteger la vida y bienes del pueblo libio" (eso se expresaba en las resoluciones de su Consejo de Seguridad) puede dar cuenta de cómo se protegió al pueblo con tantos bombardeos. Fracaso total de la diplomacia y los desgarradores efectos colaterales.

Los muertos no hablan, una obviedad que vale cuando se piensa en lo que pudieron haber dicho en juicios justos y sin censura.

Casi contemporáneos en los inicios -después de más de cuatro décadas- cae violentamente un líder y una organización terrorista (ETA) abandona la lucha armada. Una de cal, buena, y otra de arena, ensangrentada.

Mientras tanto, Libia, a merced de los de afuera, porque su pueblo, sin liderazgos legítimos difícilmente pueda organizarse soberanamente, sin coloniajes ni tutelas muy interesadas en otros asuntos alejados del interés libio.

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