La tradición intenta sobrevivir al progreso

Por las calles de Simoca llegaron a transitar cientos de sulkys y hubo unos 15 talleres donde los fabricaban. Actualmente aparecen unos cuantos durante el día de la feria y apenas tres artesanos siguen en el duro oficio de construirlos. Para los jóvenes, las motos son el principal medio de transporte.

OPCIONES. Naranjo dice que los jóvenes prefieren buscar otra salida laboral antes que seguir con el duro oficio de fabricar sulkys. LA GACETA / FOTOS DE JOSE INESTA - ALVARO MEDINA OPCIONES. Naranjo dice que los jóvenes prefieren buscar otra salida laboral antes que seguir con el duro oficio de fabricar sulkys. LA GACETA / FOTOS DE JOSE INESTA - ALVARO MEDINA
El progreso de una ciudad a veces puede llegar a contrastar con la tradición que la identifica ante el mundo. Hace un par de décadas, por las calles de Simoca circulaban cientos de sulkys, en especial cuando se realizaba la tradicional feria. Actualmente solo unas decenas de estos carruajes livianos andan por la ciudad, según pudo constatar LA GACETA durante una visita de dos días. La Capital Nacional del Sulky llegó a contar con unos 15 talleres dedicados a su fabricación. Hoy apenas sobreviven tres: Lescano, Naranjo y Torrejón.

El paisaje urbano cambió. En las calles, el tradicional sulky fue cediendo su lugar a las motos, que están por todos lados. Adolescentes, jóvenes y familias enteras las eligieron como medio de transporte, dadas las facilidades para adquirirlas (con un crédito en cuotas fijas). Alberto Lescano recuerda que hace unas cuatro décadas, con su padre construían hasta nueve sulkys por año. Y ahora llegan a hacer apenas uno. Peor es el caso de Jesús Torrejón, que hace dos años que no construye uno nuevo. Dante Naranjo cuenta que para sobrevivir deben encarar -entre otros- trabajos de herrería. Los tres aprendieron el oficio de sus padres, pero la tradición se terminará con ellos. Naranjo cuenta que sus hijos buscaron otros oficios más rentables. "Poniendo un dedo en una computadora gana más que ensuciándose las manos", ejemplifica. Torrejón cuenta que trabajaba con su hermano, Antonio, pero por problemas de salud dejó el oficio, mientras que sus sobrinos eligieron otras actividades. "Yo tengo chinitas, así que se terminan los que hacían sulkys en la familia", advierte Torrejón. Para Lescano, el problema es que quienes utilizaban sulkys ya son ancianos, y que los jóvenes prefieren las motos. "Un pensionado va y ahí nomás le dan una moto en cuotas. En cambio, del sulky primero tiene que pagar la mitad y luego el resto, cuando se lo lleva", sostiene.

A pesar de la caída en la producción, dos de los artesanos confían en que el sulky no va a desaparecer. "Hay quienes mantienen la tradición y por Internet se difunde nuestro trabajo para la gente de afuera", rescata Lescano.

Justamente, la Municipalidad y el Instituto de Desarrollo Productivo crearon el sitio sulkydesimoca.com.ar, donde los interesados pueden encontrar todos los datos para contactarse con los artesanos. Según Naranjo, solo la tradición podrá mantener con vida a los sulkys. "Hay gente de Jujuy y de Salta que los lleva solo para pasear en sus fincas. También vienen de Río Hondo", cuenta. Sin embargo, Torrejón no es optimista: "antes, en la feria, se veían entre 600 y 700 sulkys; ahora no se ven ni 20".

Una moto nueva cuesta entre $ 5.000 y $ 8.000, financiada; es rápida y cómoda, pero solo puede transportar a dos personas y poca mercadería. Un sulky cuesta, sumando el caballo y los arneses, entre $ 10.000 y $ 12.000 al contado. Puede transportar a dos personas adultas, unos 300 kilos de mercadería, y cruza los caminos con barro y agua. Algunos se suben al progreso en dos ruedas, mientras otros creen que la tradición mantendrá viva la identidad de un pueblo que se conoce en el mundo por los sulkys.

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