La búsqueda del techo, tema de debate electoral

Caracas es una ciudad caótica conformada por cinco municipios que carecen de un código urbano común. Las casas construidas sobre la ladera de los montes están en constante riesgo de derrumbarse. El Estado encara proyectos de viviendas sociales con empresas rusas, chinas, bielorrusas y cubanas, cuestionadas por la oposición en la campaña para el 7 de octubre

LA GACETA / FOTO DE FABIO LADETTO LA GACETA / FOTO DE FABIO LADETTO
Sobre las ruinas de una Caracas destruida por un feroz terremoto, el 26 de marzo de 1812, Simón Bolívar lanzó una proclama que, al parecer, mantiene vigencia: "si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca".

Esta máxima está reproducida, en grandes letras, sobre la pared de un edificio público lindante con una serie de museos sobre la historia venezolana y sobre la vida del prócer independentista. La permanencia de su idea, en tanto, se puede sentir en toda la ciudad, de crecimiento caótico sobre sus costados, ganando espacio a los montes que la rodean para levantar viviendas siempre a punto de caerse, como ocurre cada tanto con los deslaves que arrastran casas. Un constante desafío a la naturaleza, que a veces se gana y otras se pierde.

Caracas no es una sino cinco. Esa es la cantidad de municipios, uno al lado del otro, sin fronteras notables entre ellos, que conforman esta capital compleja y por momentos impredecible. De ellos, cuatro están gobernados por la oposición de derecha; y sólo uno, por el oficialismo socialista. Desde la Presidencia, además, designó a un coordinador de todo el conglomerado, para tratar de unificar políticas básicas (como el transporte) y concentrar poder, con éxito relativo.

Estos brazos separados hacen que el urbanismo sea inentendible en algunos sectores. La clásica cuadrícula española se rompe en mil pedazos cuando se sale de la zona más llana (ninguna lo es totalmente) y se avanza sobre la montañosa: allí todo es curva, dispersión de normas, precariedad edilicia y peligro de que las viviendas terminen cayendo. Quienes viven en esa zona lo saben, pero carecen de opciones, porque integran los sectores más relegados de la sociedad.

Inclusión de los olvidados
El mayor logro de la gestión de Hugo Chávez, reconocido incluso por los opositores (aunque en voz baja), es haber incluido socialmente a estos grupos segregados por décadas, a los olvidados de los partidos tradicionales venezolanos, y haberles dado acceso a la salud, a la educación, al empleo (la mayoría, precario, pero trabajo al fin) y ese techo que tanto deseaban.

Cada tanto, la misma naturaleza que se le rebelaba a Bolívar le juega una mala pasada a Chávez. Esas casas construidas sobre sitios imposibles son destruidas por una feroz tormenta y sus ocupantes son evacuados. Miles (no hay cifras oficiales) terminan en edificios públicos del centro caraqueño (algunos de ellos fueron expropiados -incluso ex galerías comerciales-; y otros son oficinas estatales desalojadas de apuro). La promesa de transitoriedad demora años en cumplirse. Incluso, el Gobierno creó una dependencia institucional para encargarse de esta situación: la Comisión Presidencial de Refugios Dignos.

Los indiscutibles logros sociales del chavismo son alcanzados mediante las llamadas "misiones". Hay una para cada rubro (educación, salud, trabajo, agro); por supuesto, no falta la Gran Misión Vivienda, con la cual el Presidente se propone levantar 200.000 departamentos o casas en todo el país en este año y superar el medio millón en 14 años de gestión. Las construcciones van a toda marcha: por toda la capital se ven grúas en actividad constante, día y noche, donde antes eran terrenos baldíos, cocheras o hasta plazas. También en el interior la actividad obrera es constante, verdadero motor del empleo.

La oposición carga duramente contra este proyecto: desde faraónico hasta demagógico, pasando por mentiroso, Chávez recibe toda clase de comentarios. Uno de ellos se orienta a la baja calidad de las construcciones y al riesgo de habitarlas. Las obras son realizadas por empresas cubanas, rusas, chinas y bielorrusas, de dudosa trayectoria en este rubro. Junto a ellas trabajan firmas venezolanas surgidas de la llamada boliburguesía: la nueva burguesía nacida al amparo de la revolución bolivariana.

Más allá de las críticas (siempre intencionadas), es evidente que uno de los grandes problemas a futuro en Caracas es que no hay una redefinición de las redes de servicios públicos (electricidad, agua potable y cloacas) para soportar a los nuevos vecinos, que reciben sus casas con un documento transitorio que los acredita como sus ocupantes legales. El título de propiedad fue prometido si hay reelección.

Diferencias opositoras
El éxito de las misiones es la apuesta de victoria de Chávez; su rechazo es darle la espalda a esa amplia masa de votantes que estaban olvidados hasta que llegó al poder este militar devenido político. Por este motivo, el candidato opositor, Henrique Capriles, buscó un tercer camino en su campaña proselitista: prometió mantener los planes sociales y sus beneficiarios, pero redefinirlos alejando las sombras de la corrupción y renegociando contratos con otras empresas.

Desde el oficialismo lo acusan de mentir, de intentar que vuelva el concepto de beneficencia (contrario al de la dignidad del chavismo), de que va a destruir todo lo logrado. Pero también es cuestionado desde el ala más conservadora de sus propias filas, donde no aceptan los cambios, arrecian las críticas al modelo socialista y se plantea, con efervescencia, el retorno al capitalismo más cerrado.

Más allá de cada visión sectaria, lo real es que en Venezuela el debate electoral doméstico, que es el que define el voto, está montado sobre intereses determinados (particulares o generales); el temor a perder beneficios logrados recientemente; la ilusión de recuperar un estatus perdido o de volver a hacer negocios; las esperanzas que hacen nacer las promesas y las situaciones que se viven en cada casa.

De todos, lo único innegociable es el íntimo convencimiento individual de cuál es la realidad que está viviendo cada persona. El resto se discute, pero nadie puede aceptar que lo que considera genuinamente real sea tildado de falso.

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