En pocos minutos, el temor se instaló en las calles

La confusión y las versiones alteraron las compras navideñas.

REFUGIO. Más de una decena de personas ingresó a recepción de LA GACETA para buscar resguardo. LA GACETA / FOTO DE DAVID CORREA REFUGIO. Más de una decena de personas ingresó a recepción de LA GACETA para buscar resguardo. LA GACETA / FOTO DE DAVID CORREA
22 Diciembre 2012

"Ahí vienen". Sólo dos palabras, repetidas con intermitencia de 15 minutos, fueron suficientes para desatar un caos en el microcentro tucumano. Poco después de las 19, un grupo de 15 adolescentes entró a una feria de calle Junín y, según los puesteros, intentó manotear bultos de ropa. Lo que siguió fue dantesco. Alguien comenzó a gritar que estaban por saquear el centro y la desesperación se apoderó de miles de personas que hasta minutos antes habían apurado el paso sólo para apurar las compras navideñas. En ese momento comenzaron a correr por sus vidas.

Mariela Martínez había salido con su esposo Julio Abregú y la pequeña Lourdes a hacer las compras. De pronto se vieron en medio de medio de un tumulto y la mujer cayó al piso, arrastrando a la criatura de dos años, que rompió en llanto. Ella, Mariela, sufrió un corte en el pómulo al dar contra el cordón de la vereda. "¿Qué pasa, qué pasa?", gritaba su marido buscando una explicación que nadie se detendría a darle. Al mismo tiempo, los dueños de los comercios decidieron bajar las persianas. Muchísimos clientes estaban aún adentro y se encontraron con las rejas. Gritos, corridas, lágrimas. Y ni un policía. Los ambulantes, a sabiendas de que serían los primeros en ser atacadados por estar en la calle, se dividieron. Las mujeres embolsaron toda la mercadería. Los hombres, armados con palos y botellas de sidra vacías, armaron un cerco para proteger sus pertenencias de un enemigo que, al final, nunca apareció. Pero, igual, estaba presente. Nadie dejaba de correr. Y, cada tanto, se escuchaba el temido "ahí vienen". Los empleados de una juguetería, enfundados en remeras naranjas, salieron a la vereda con puntas de metal. Decenas de mujeres les rogaban a los guardias de las galerías que les permitieran franquear las rejas que ya habían sido aseguradas. "Por favor, tengo miedo", pedía casi de rodillas Margarita Bianchi. LLevaba en la mano a Graciela, que apretaba contra su pecho una muñeca Barbie. Tal vez lo más preciado para ella en ese momento.

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A las 19.25, dos policías entraron a la peatonal Mendoza desde 25 en briosos caballos. Lo único que hicieron fue aumentar el miedo. Los ambulantes los insultaban y ellos respondían que no tenían a nadie a quien detener. A su manera de ver las cosas, no pasaba nada. Nadie robaba. Nadie saqueaba. Nadie causaba disturbios. El enemigo seguía invisible.

José Luis Ponce había salido a comprarle el regalo a su esposa Lucía. Aún no se había decidido cuando la muchedumbre lo empujó hasta la esquina de Buenos Aires y Crisóstomo Álvarez. "Dicen que están viniendo desde la vieja terminal. Los 'canas' me pidieron que me aleje. No sé qué hacer", contó preocupado. Tenía que llamar a Lucía para decirle que estaba bien y se había olvidado el número. En una crisis de nervios, no encontraba la agenda en el celular.

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"Está todo bajo control. Debe ser un grupo que aprovecha todo lo que pasa en el país, pero no tenemos reportes de que haya habido saqueos en el microcentro", dijo el agente Eduardo Poliche. Por el handy se escucahan órdenes que pocos cumplían. Los policías estaban expectantes, y no pocos caminaban con la mano sobre la empuñadura de la pistola.

Excepto algunos descuidistas que aprovecharon el desconcierto para hacerse de algunas billeteras, nada más grave pasó, dijeron policías y comerciantes.

Algunos, radio en mano, hablaban de saqueros en supermercados dentro de las cuatro avenidas. Otros gritaban que desde la plaza Urquiza avanzaba una horda de encapuchados. Los taxis no querían parar. Cuando todavía faltaban 48 horas para la nochebuena, la paz tan mentada para esta época del año se había esfumado detrás de solo dos palabras. "Ahí vienen". LA GACETA ©

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