Como en el globo de la muerte

He ido y he venido miles de veces al mismo lugar; desde los tiempos de la Etap (la empresa ya no existe) y hace unos cuantos años, en auto. Tengo una conexión entrañable, familiar con el Este; sé que el puente Lucas Córdoba fue muchas veces una frontera entre dos mundos distintos y, también, un paso necesario que cruzar hacia -probablemente- un nuevo destino personal y de muchos. Ese mismo viaje entre San Miguel de Tucumán y la Banda del Río Salí, ilusionante o rutinario, contingente o bohemio se ha ido transformando en una aventura complicada, en un progresivo dolor de cabeza. Y ahora, en estos meses, en un riesgo latente de accidentes, de peligros y problemas. Al tránsito desorganizado y torpe que complica la vida de los tucumanos debemos sumarle el desprecio a las reglas de convivencia de muchos motociclistas (y automovilistas) y el desdén de las autoridades en hallarle la vuelta a un problema que provoca tragedias y daños. Ya es un gran fastidio circular por la Benjamín Aráoz y el puente, un cuello de botella duro de vadear, a muchas horas del día y la noche. En la Banda, igual o peor. Una de estas medianoches quedé tieso: cientos de chicos en motos, concentrados desde una esquina del parque 9 de Julio, saliendo en picadas y haciendo piruetas, por la avenida de la Terminal, la Wenceslao Posse, me hizo acordar al globo de la muerte; esa práctica de valentía y destreza que en los circos nos maravillaba. Pero en esta otra pista, esos chicos no medían -¿no podían?- las consecuencias de su juego infernal y necio y andá a saber cuánto dolor habrían podido causar o cuántas ilusiones tirar a la cuneta.

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