Los dragones no te salvarán

Rorschach, temible justiciero del comic "Watchmen", tiene un concepto absolutista de la seguridad y la moral: el blanco y el negro están claramente definidos, así como el bien y el mal. Su visión se parece mucho a la mirada emocional que tiene la sociedad sobre la inseguridad, que encuentra en los estereotipos de la delincuencia (arrebatadores y asaltantes) claras imágenes de lo malo y lo negro. Sin términos medios. Por eso la noticia de los "Dragones" justicieros de Entre Ríos, que de noche se dedican a cazar delincuentes y quemar sus casas, entró como anillo al dedo para los que anhelan soluciones rápidas para la inseguridad cotidiana en Tucumán.

Tucumán ya tuvo sus dragones, que elegían caminos expeditivos para conflictos que la ley (y la sociedad) no podían manejar. El "Malevo" Ferreyra les aplicaba latigazos a quienes llamaba aprendices de malvivientes y medidas más drásticas con los que consideraba delincuentes probados: terminó condenado por asesinar a tres detenidos. El "Malevo" simpatizaba con el Comando Atila, surgido en las filas policiales a comienzos de los 80 como un supuesto grupo moralizador que proclamaba limpieza policial y castigo directo al delincuente. Pero las intenciones ocultas de los Atila eran otras. La Policía no mejoró desde entonces; los Atila se pelearon contra los Gardelitos y contra los Ale y, 30 años después, la sociedad sigue padeciendo con el fantasma de los tres grupos enquistados, con sus respectivas actividades, en el submundo donde habitan los robos de carteras, los aprietes, las usurpaciones, el juego, la usura, la droga y la prostitución.

Pero, claro, el delito deja una marca en la sociedad, afectada, entre otros temores, por la angustia del no saber qué pasa en la calle donde (en algunas zonas) reinan los arrebatadores. Por eso cada vez que atrapan a uno se produce una especie de regocijo enfurecido, como se vio el lunes en el parque 9 de julio (hasta que la policía pudo atrapar a dos motoarrebatadores, los transeúntes los agarraron a patadas), el viernes 11 en Villa Amalia (dos automovilistas cercaron a un ladrón de carteras) y el mismo viernes en el barrio 20 de Junio, donde le dieron una feroz paliza a un ladrón de bicicletas. La respuesta de las autoridades es negar ese malestar (a menos que las cosas pasen a mayores). El secretario de Seguridad, Paul Hofer, responde que "las estadísticas de la ONU, la OEA y el Observatorio de Análisis Criminal posicionan a Argentina como un país muy tranquilo". No dice con qué se compara, ni si las estadísticas toman datos de Tucumán: sólo menciona que en 2012 hubo en promedio 495 delitos contra la propiedad cada 100.000 habitantes. ¿Esa cifra contempla lo que roban los arrebatadores?

Yendo más al fondo, Hofer sugirió que es la prensa la que alimenta esa sensación que convierte en infierno el paraíso de tranquilidad que él presume que nos cobija y donde serían datos menores el asalto al shopping, la exageradamente lenta pesquisa sobre los policías sacapresos o la corrupción policial que no se investiga sino cuando estalla el escándalo.

Michael Moore en su documental "Bowling for Columbine" también sugiere que la obsesión de la prensa norteamericana por destacar la inseguridad tiene alguna incidencia en la locura armamentista de EEUU, que produce 11.127 homicidios por arma de fuego al año. Pero Moore no se queda en eso, sino que explora la teoría del miedo del vecino y busca causas más profundas en una realidad compleja, que no se reduce al maniqueísmo de lo bueno/malo, blanco/negro.

La respuesta del secretario Hofer no resuelve la inquietud por una realidad que él ve muy distinta a la del vecino, y cuyo efectivo conocimiento podría surgir de encuestas de victimización, estadísticas confiables y una estrategia de prevención, que la Policía no puede dar con las cámaras de vigilancia ni los histéricos operativos en reacción a hechos delictivos que para ella surgen del azar.

Aunque aparecieran en Tucumán los dudosos dragones entrerrianos, nada hay que diga que vayan a ser la solución: todos los grupos parapoliciales terminan siendo como la triple A, el comando Atila o las escuadras de exterminio de narcos, marginales y pobres que pululan por México o Colombia.

Los dragones no pueden salvar el temor del vecino. Los justicieros sólo existen en la historieta. Y al final, como pasa en "Watchmen", tampoco resuelven la angustia.

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