Por María Ester Véliz
29 Junio 2013
Intentar comunicarse con un adolescente en crisis es como pretender transitar rápido un camino escarpado. Pero hay que hacerlo. En esta etapa frágil de la vida uno quiere ser escuchado y comprendido por los adultos. Todos, alguna vez, lo pedimos de mil maneras y sin abrir la boca. En la adolescencia uno no se atreve a tomar la iniciativa de expresar necesidades, inseguridades y temores sencillamente porque no sabemos cómo hacerlo. A esa edad se espera que los padres interpreten los estados de ánimo, abran el diálogo y tracen los límites que ayuden a crecer por un sendero firme, sin incurrir en faltas. El descarnado testimonio de la joven Melisa S. -que tan bien plasmó Lucía Lozano en su informe del miércoles pasado en nuestro diario- muestra que de nada sirve darle a un hijo buen pasar económico ni un mundo de cosas materiales. Que cuando el diálogo y la caricia a tiempo están ausentes, los chicos son presa fácil de la frustración, del abandono, de la soledad. De esa abrumadora soledad que en la tierna niñez o adolescencia induce a buscar refugio en las adicciones, el camino más fácil que ofrecen estos tiempos modernos para alcanzar una felicidad que es tan light y excitante como efímera y devastadora. Melisa incursionó en el tenebroso mundo del alcohol y las drogas "porque tenía un gran vacío en mi vida...". ¡Tenía apenas 16 años¡ ¿De qué vida puede hablar una niña que comienza a dar los primeros pasos a las puertas de un mundo desconocido, de una sociedad que parece no ver o no se hace cargo de lo que promueve?
Su historia de vida deja al desnudo cuán frágiles son las relaciones familiares cuando no existe el diálogo cotidiano. Pone en evidencia la necesidad que tienen los chicos de hablar con sus padres, de contar lo que sienten, de expresar sus dudas buscando recibir respuestas claras y sinceras que los contenga. Los mayores creemos saber mucho de las adicciones, pero en realidad sabemos poco de cómo ponerle freno.
Hablemos, antes de que sea tarde.
Su historia de vida deja al desnudo cuán frágiles son las relaciones familiares cuando no existe el diálogo cotidiano. Pone en evidencia la necesidad que tienen los chicos de hablar con sus padres, de contar lo que sienten, de expresar sus dudas buscando recibir respuestas claras y sinceras que los contenga. Los mayores creemos saber mucho de las adicciones, pero en realidad sabemos poco de cómo ponerle freno.
Hablemos, antes de que sea tarde.
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