25 Julio 2013
Pasó del esplendor al silencio, a la lenta destrucción. Y el martes pasado ingresó a la crónica policial. Tras un de permanecer prófugo, un vendedor ambulante, acusado de violar repetidamente a su hijastra cuando esta tenía catorce años en 2009, fue detenido por la Policía en la ex estación El Provincial, ubicada en avenida Roca al 600, donde están asentadas varias familias.
La antigua sede ferroviaria se ha convertido desde hace tiempo en un reducto para gente humilde y para vendedores ambulantes. En septiembre pasado, el edificio fue nuevamente motivo de controversias cuando uno de los dirigentes que nuclea a ese sector el proyecto Ahora uno de sus dirigentes divulgó que iban a presentar un proyecto para convertir el predio en una feria similar a La Salada, de Buenos Aires. Se preveía la construcción de cuatro galpones que albergarían a cientos de puestos de venta y se generarían unos 1.000 puestos de trabajo.
Los cuentapropistas se habían ido instalando progresivamente en la acera y en el predio contiguo y en 2011, eran alrededor de 120. En esa oportunidad, a raíz de una crónica de nuestro diario que daba cuenta del deplorable estado en que se hallaba el edificio, habitado por indigentes y la basura, funcionarios provinciales y municipales deslindaron responsabilidades respecto de quién debía hacerse cargo de la ex estación. "La verdad es que estamos viendo qué se puede hacer con eso, un museo o algo así, porque está totalmente abandonado", dijo en esa ocasión el gobernador.
El inmueble edificio se inauguró el 8 de septiembre de 1889 cuando Lídoro Quinteros. gobernaba Tucumán. En 1899, la compañía propietaria Ferrocarril Noroeste Argentino vendió sus acciones al Ferrocarril Central Córdoba. En 2002, el Organismo Nacional de Bienes del Estado (Onabe) le transfirió a la Provincia el edificio con la condición de que se lo destinara a un museo ferroviario. En 2005, el Gobierno provincial solicitó la ampliación del destino de los predios para poder construir dos escuelas. Esta fue concedida y también se solicitó un plan de financiación para el pago de lo que ese organismo pedía por la transferencia de dominio, pero ello no se concretó, por lo que la Provincia no dispone del título de propiedad.
Una experta en patrimonio le dijo en 2012 a LA GACETA: "Es una tristeza total lo que pasó con ese edificio. Hay un problema muy grande de desidia, porque no se trata sólo de un edificio sino de un hito en la historia social de Tucumán... No es sólo una estación, sino un lugar con significado muy grande para los tucumanos que no debería perderse... el Estado debería hacer un trabajo conjunto con sus reparticiones para poner en pie el viejo edificio y darle una uso integrado al funcionamiento actual de la ciudad".
Por cierto, nada se hizo por restaurar y por convertir en un museo -o darle otro destino digno- este fragmento de historia tucumana que está muriendo impiadosamente. En otra ocasión, propusimos que el inmueble podía convertirse en un centro cultural que abriera sus puertas en el marco de las celebraciones por el Bicentenario de la Independencia. Esta indiferencia refleja una vez más, no solamente el desinterés, sino también el desamor, de nuestra clase gobernante por conservar nuestro patrimonio arquitectónico que sigue un lento camino de extinción. Lo paradójico es que se llama a San Miguel de Tucumán, ciudad histórica.
La antigua sede ferroviaria se ha convertido desde hace tiempo en un reducto para gente humilde y para vendedores ambulantes. En septiembre pasado, el edificio fue nuevamente motivo de controversias cuando uno de los dirigentes que nuclea a ese sector el proyecto Ahora uno de sus dirigentes divulgó que iban a presentar un proyecto para convertir el predio en una feria similar a La Salada, de Buenos Aires. Se preveía la construcción de cuatro galpones que albergarían a cientos de puestos de venta y se generarían unos 1.000 puestos de trabajo.
Los cuentapropistas se habían ido instalando progresivamente en la acera y en el predio contiguo y en 2011, eran alrededor de 120. En esa oportunidad, a raíz de una crónica de nuestro diario que daba cuenta del deplorable estado en que se hallaba el edificio, habitado por indigentes y la basura, funcionarios provinciales y municipales deslindaron responsabilidades respecto de quién debía hacerse cargo de la ex estación. "La verdad es que estamos viendo qué se puede hacer con eso, un museo o algo así, porque está totalmente abandonado", dijo en esa ocasión el gobernador.
El inmueble edificio se inauguró el 8 de septiembre de 1889 cuando Lídoro Quinteros. gobernaba Tucumán. En 1899, la compañía propietaria Ferrocarril Noroeste Argentino vendió sus acciones al Ferrocarril Central Córdoba. En 2002, el Organismo Nacional de Bienes del Estado (Onabe) le transfirió a la Provincia el edificio con la condición de que se lo destinara a un museo ferroviario. En 2005, el Gobierno provincial solicitó la ampliación del destino de los predios para poder construir dos escuelas. Esta fue concedida y también se solicitó un plan de financiación para el pago de lo que ese organismo pedía por la transferencia de dominio, pero ello no se concretó, por lo que la Provincia no dispone del título de propiedad.
Una experta en patrimonio le dijo en 2012 a LA GACETA: "Es una tristeza total lo que pasó con ese edificio. Hay un problema muy grande de desidia, porque no se trata sólo de un edificio sino de un hito en la historia social de Tucumán... No es sólo una estación, sino un lugar con significado muy grande para los tucumanos que no debería perderse... el Estado debería hacer un trabajo conjunto con sus reparticiones para poner en pie el viejo edificio y darle una uso integrado al funcionamiento actual de la ciudad".
Por cierto, nada se hizo por restaurar y por convertir en un museo -o darle otro destino digno- este fragmento de historia tucumana que está muriendo impiadosamente. En otra ocasión, propusimos que el inmueble podía convertirse en un centro cultural que abriera sus puertas en el marco de las celebraciones por el Bicentenario de la Independencia. Esta indiferencia refleja una vez más, no solamente el desinterés, sino también el desamor, de nuestra clase gobernante por conservar nuestro patrimonio arquitectónico que sigue un lento camino de extinción. Lo paradójico es que se llama a San Miguel de Tucumán, ciudad histórica.