28 Julio 2013
El Papa le ha dicho a los marginados de Río, "no se desanimen, la realidad puede cambiar", mientras la Presidenta de la Argentina proclamó en un acto partidario que "si se viene una política económica diferente... se viene la noche de vuelta". La esperanza frente al meter miedo que marcan dos visiones profundamente diferentes, fueron expuestas por los dos personajes que se convirtieron, cada uno desde su compromiso, en el eje de la semana. La gran pregunta es si vale una comparación de este tipo entre un Papa y una Presidenta. Y la respuesta es sí, porque si bien los dichos de cada uno fueron vertidos en circunstancias distintas, las dos personalidades tienen en común haber nacido en la Argentina, son políticos de raza, se han formado en el peronismo y ambos se han puesto al hombro en estos días las respectivas campañas en las que están empeñados.
Estas circunstancias son las que permiten ponerle alguna racionalidad analítica al cotejo entre lo que ha dicho un líder espiritual del orbe, que busca sacar a la Iglesia de los tropiezos que venía teniendo y la mandataria de un país que hoy mismo anda a los tumbos políticos, económicos y sociales, por aferrarse exclusivamente a un relato que defecciona cada vez más. Sin embargo, hay otra circunstancias que hace posible la comparación. Son muchas las personas que siguen los dichos del Papa desde la Argentina buscándole segundas intenciones para azuzar al Gobierno, y hay muchas otras que lo toman como sincera referencia ideológica ante cosas que ocurren en el país. Nada indica que desde la Casa Rosada no se esté haciendo un análisis de cada uno de los discursos papales para tratar de encontrar en los dichos de Francisco críticas directas hacia la Argentina.
No hay que olvidar que Jorge Bergoglio era, hasta haber llegado al sillón de Pedro, el gran objetor al que quería vencer Cristina Fernández. "El jefe de la oposición", se llegó a decir desde el Gobierno y a muchos kirchneristas de paladar negro les costó reconocer la nueva realidad hasta varias horas después de su nominación como Papa, tras una primera reacción destemplada, con silbidos, tuits ofensivos, negaciones de homenajes y hasta declaraciones fuera de lugar. Seguramente, hubo alivio cuando dijo que no viajaría este año a la Argentina.
Como se observa en las palabras de ambos líderes, Cristina Fernández y Francisco tienen diferentes modos de pensar y de decir, derivados de sus historias. Por el lado de la Presidenta, se supone que ella tiene a mano una receta política, de la que se ufana, para sumar cada día a mayor cantidad de gente al mundo del trabajo, lo que debería permitir su ascenso social, a partir de una autonomía de gobierno alejada de cualquier negociación con las corporaciones.
Es casi igual a lo que querría Francisco, pero ocurre que para conseguir sus fines ella no tiene el menor empacho en sumar a otras corporaciones que supone más cercanas, para transferirles recursos de modo arbitrario o en intentar voltear diques institucionales, como la Justicia o la Constitución, si se le ponen por delante.
El problema central para Cristina es que su modo de gestionar no va en línea con lo que pregona el Papa: diálogo permanente y constructivo, no encerrarse tal como hacen "los dirigentes que sólo se escuchan a sí mismos", evitar la tentación de la hegemonía, hacer autocrítica ante los errores, eludir el populismo de pura acción social sin espacio para el progreso individual y sobre todo, sumar valores, entre los que no entra considerar ni siquiera la menor tolerancia a la corrupción.
En cambio, la Presidenta hoy está más alineada en lo cotidiano con situaciones que la llevan a sostener a ultranza el relato de la "década ganada", sin querer siquiera que se noten algunas rectificaciones ("mentiras" las llamó el presidente de la Sociedad Rural, Luis Etchevehere), y en lo ideológico, con corrientes rupturistas de la política diferentes a la concepción de Juan Perón de hacerle poner a todos "los pies dentro del plato", la misma que el padre Bergoglio abrazó de joven.
Con Francisco, reaparece dentro del peronismo un modo de pensamiento que lo hace retornar a sus orígenes, a los tiempos del social-cristianismo que justamente Perón interpretó a partir de la "tercera posición" nacida de las encíclicas papales. En 1974, ya presidente por tercera vez, el creador del movimiento peronista señaló en su último libro que hay "una cabal coincidencia" entre "nuestra interpretación de la justicia social y los principios esenciales de la Iglesia".
Según Perón, a la doctrina social de la Iglesia le faltaba "una visión acabada del ejercicio efectivo del poder político", situación que probablemente aquel peronismo de los '70 quiso abarcar hasta su muerte, aunque las luchas internas que dieron paso a la oscuridad hasta 1983, el advenimiento de la democracia en manos de la UCR y los desvíos de Carlos Menem y Néstor Kirchner no se le permitieron. Hoy, para muchos que quieren retornar a aquellas fuentes, Francisco se ha convertido en el paraguas adecuado para intentarlo, lo que deja del otro lado a quienes suponen que el Santo Padre es el enemigo a vencer.
Más allá de estas cuestiones de ideología partidaria, que en la práctica hoy no parecen estar representadas por casi ninguna de las facciones peronistas en pugna electoral, hay una gran paradoja que surge de comparar los dichos de Cristina y el Papa: la Iglesia conservadora, que lo sigue siendo en sus dogmas y principios y que no va a cambiar porque se trata de inmutables cuestiones de fe, hoy se muestra mucho más progresista en el discurso abierto de Francisco que el proclamado progresismo que promocionó durante tanto tiempo el kirchnerismo para adueñarse de ese espacio político. En tren de contrastes y aunque no les gusta que se recuerde demasiado, el mundo K tiene en sus genes una evidente matriz conservadora forjada en el feudo de Santa Cruz, un modo de proceder del mismo cuño que el que impusieron los Menem en La Rioja, los Saadi en Catamarca o los Rodríguez Saá en San Luis.
Otro mito del kirchnerismo que amenazó derrumbarse después del episodio del frustrado ascenso de César Milani a teniente general es la política de derechos humanos del Gobierno. No en vano, la Presidenta sienta a su lado cada vez que puede a las organizaciones afines para mostrar que no ha pasado nada, pero el daño de contrastar discurso versus realidad también aquí ha sido alto.
Si no fuese tan grave en términos institucionales, lo sucedido desde el lunes a la mañana con la promoción del militar al grado más alto de la carrera fue digno de una triste comedia de enredos.
Cuando la Comisión de Acuerdos del Senado estaba reunida para aprobar el tratamiento del pliego, un comunicado del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) le hizo llegar a los legisladores una copia del acta de deserción del soldado Agapito Alberto Ledo, de quien el Jefe del Ejército había dicho el día anterior en el diario Página/12 que no tenía mayores referencias ("Del desaparecido soldado Alberto Ledo le tengo que decir que tampoco lo vi ni lo conocí"), con varias firmas de puño y letra del subteniente Milani, como oficial actuante. Y en el mismo reportaje, el general recordó que una de las formas de cubrir las desapariciones de soldados en tiempos de la dictadura era diciendo que eran desertores ("En Tucumán se informó en aquel momento que Ledo había desertado. Es obvio que no era así").
El escándalo fue tan grande que la Presidenta decidió pasar el pliego para mejor oportunidad, mientras que el Gobierno dejó trascender que había crucificado al jefe del CELS, el periodista Horacio Verbitsky, quien ese mismo día en la misma edición del matutino le había sugerido a Milani que sea "fusible" de la Presidenta "en vez de usarla como paraguas", ya que "si diera un paso al costado favorecería el alegado propósito de defender su trayectoria y su buen nombre... pero sin afligir en el empeño al gobierno que hizo de la defensa de los derechos humanos su bandera". Cuando todo esto se alineó, quedó en claro que se había montado una red de coberturas para que Milani no pase sobresaltos, mientras que la Presidenta quedó vulnerada en su defensa de los derechos humanos. Para colmo, la secretaría del rubro, no tuvo mejor idea que decir que la ella ya conocía toda la historia desde el viernes anterior y que todo eran cosas ya conocidas en los expedientes judiciales.
Las chapucerías del poder en un tema que, tal como dijo Verbitsky, "distingue a la Argentina y a su gobierno en el mundo", por supuesto que impactó una vez más sobre los candidatos cantados para ser los culpables de tantas zozobras: los medios, a quienes se acusó de propender el "linchamiento mediático" del militar. Lo que está en los diarios, altera.
Estas circunstancias son las que permiten ponerle alguna racionalidad analítica al cotejo entre lo que ha dicho un líder espiritual del orbe, que busca sacar a la Iglesia de los tropiezos que venía teniendo y la mandataria de un país que hoy mismo anda a los tumbos políticos, económicos y sociales, por aferrarse exclusivamente a un relato que defecciona cada vez más. Sin embargo, hay otra circunstancias que hace posible la comparación. Son muchas las personas que siguen los dichos del Papa desde la Argentina buscándole segundas intenciones para azuzar al Gobierno, y hay muchas otras que lo toman como sincera referencia ideológica ante cosas que ocurren en el país. Nada indica que desde la Casa Rosada no se esté haciendo un análisis de cada uno de los discursos papales para tratar de encontrar en los dichos de Francisco críticas directas hacia la Argentina.
No hay que olvidar que Jorge Bergoglio era, hasta haber llegado al sillón de Pedro, el gran objetor al que quería vencer Cristina Fernández. "El jefe de la oposición", se llegó a decir desde el Gobierno y a muchos kirchneristas de paladar negro les costó reconocer la nueva realidad hasta varias horas después de su nominación como Papa, tras una primera reacción destemplada, con silbidos, tuits ofensivos, negaciones de homenajes y hasta declaraciones fuera de lugar. Seguramente, hubo alivio cuando dijo que no viajaría este año a la Argentina.
Como se observa en las palabras de ambos líderes, Cristina Fernández y Francisco tienen diferentes modos de pensar y de decir, derivados de sus historias. Por el lado de la Presidenta, se supone que ella tiene a mano una receta política, de la que se ufana, para sumar cada día a mayor cantidad de gente al mundo del trabajo, lo que debería permitir su ascenso social, a partir de una autonomía de gobierno alejada de cualquier negociación con las corporaciones.
Es casi igual a lo que querría Francisco, pero ocurre que para conseguir sus fines ella no tiene el menor empacho en sumar a otras corporaciones que supone más cercanas, para transferirles recursos de modo arbitrario o en intentar voltear diques institucionales, como la Justicia o la Constitución, si se le ponen por delante.
El problema central para Cristina es que su modo de gestionar no va en línea con lo que pregona el Papa: diálogo permanente y constructivo, no encerrarse tal como hacen "los dirigentes que sólo se escuchan a sí mismos", evitar la tentación de la hegemonía, hacer autocrítica ante los errores, eludir el populismo de pura acción social sin espacio para el progreso individual y sobre todo, sumar valores, entre los que no entra considerar ni siquiera la menor tolerancia a la corrupción.
En cambio, la Presidenta hoy está más alineada en lo cotidiano con situaciones que la llevan a sostener a ultranza el relato de la "década ganada", sin querer siquiera que se noten algunas rectificaciones ("mentiras" las llamó el presidente de la Sociedad Rural, Luis Etchevehere), y en lo ideológico, con corrientes rupturistas de la política diferentes a la concepción de Juan Perón de hacerle poner a todos "los pies dentro del plato", la misma que el padre Bergoglio abrazó de joven.
Con Francisco, reaparece dentro del peronismo un modo de pensamiento que lo hace retornar a sus orígenes, a los tiempos del social-cristianismo que justamente Perón interpretó a partir de la "tercera posición" nacida de las encíclicas papales. En 1974, ya presidente por tercera vez, el creador del movimiento peronista señaló en su último libro que hay "una cabal coincidencia" entre "nuestra interpretación de la justicia social y los principios esenciales de la Iglesia".
Según Perón, a la doctrina social de la Iglesia le faltaba "una visión acabada del ejercicio efectivo del poder político", situación que probablemente aquel peronismo de los '70 quiso abarcar hasta su muerte, aunque las luchas internas que dieron paso a la oscuridad hasta 1983, el advenimiento de la democracia en manos de la UCR y los desvíos de Carlos Menem y Néstor Kirchner no se le permitieron. Hoy, para muchos que quieren retornar a aquellas fuentes, Francisco se ha convertido en el paraguas adecuado para intentarlo, lo que deja del otro lado a quienes suponen que el Santo Padre es el enemigo a vencer.
Más allá de estas cuestiones de ideología partidaria, que en la práctica hoy no parecen estar representadas por casi ninguna de las facciones peronistas en pugna electoral, hay una gran paradoja que surge de comparar los dichos de Cristina y el Papa: la Iglesia conservadora, que lo sigue siendo en sus dogmas y principios y que no va a cambiar porque se trata de inmutables cuestiones de fe, hoy se muestra mucho más progresista en el discurso abierto de Francisco que el proclamado progresismo que promocionó durante tanto tiempo el kirchnerismo para adueñarse de ese espacio político. En tren de contrastes y aunque no les gusta que se recuerde demasiado, el mundo K tiene en sus genes una evidente matriz conservadora forjada en el feudo de Santa Cruz, un modo de proceder del mismo cuño que el que impusieron los Menem en La Rioja, los Saadi en Catamarca o los Rodríguez Saá en San Luis.
Otro mito del kirchnerismo que amenazó derrumbarse después del episodio del frustrado ascenso de César Milani a teniente general es la política de derechos humanos del Gobierno. No en vano, la Presidenta sienta a su lado cada vez que puede a las organizaciones afines para mostrar que no ha pasado nada, pero el daño de contrastar discurso versus realidad también aquí ha sido alto.
Si no fuese tan grave en términos institucionales, lo sucedido desde el lunes a la mañana con la promoción del militar al grado más alto de la carrera fue digno de una triste comedia de enredos.
Cuando la Comisión de Acuerdos del Senado estaba reunida para aprobar el tratamiento del pliego, un comunicado del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) le hizo llegar a los legisladores una copia del acta de deserción del soldado Agapito Alberto Ledo, de quien el Jefe del Ejército había dicho el día anterior en el diario Página/12 que no tenía mayores referencias ("Del desaparecido soldado Alberto Ledo le tengo que decir que tampoco lo vi ni lo conocí"), con varias firmas de puño y letra del subteniente Milani, como oficial actuante. Y en el mismo reportaje, el general recordó que una de las formas de cubrir las desapariciones de soldados en tiempos de la dictadura era diciendo que eran desertores ("En Tucumán se informó en aquel momento que Ledo había desertado. Es obvio que no era así").
El escándalo fue tan grande que la Presidenta decidió pasar el pliego para mejor oportunidad, mientras que el Gobierno dejó trascender que había crucificado al jefe del CELS, el periodista Horacio Verbitsky, quien ese mismo día en la misma edición del matutino le había sugerido a Milani que sea "fusible" de la Presidenta "en vez de usarla como paraguas", ya que "si diera un paso al costado favorecería el alegado propósito de defender su trayectoria y su buen nombre... pero sin afligir en el empeño al gobierno que hizo de la defensa de los derechos humanos su bandera". Cuando todo esto se alineó, quedó en claro que se había montado una red de coberturas para que Milani no pase sobresaltos, mientras que la Presidenta quedó vulnerada en su defensa de los derechos humanos. Para colmo, la secretaría del rubro, no tuvo mejor idea que decir que la ella ya conocía toda la historia desde el viernes anterior y que todo eran cosas ya conocidas en los expedientes judiciales.
Las chapucerías del poder en un tema que, tal como dijo Verbitsky, "distingue a la Argentina y a su gobierno en el mundo", por supuesto que impactó una vez más sobre los candidatos cantados para ser los culpables de tantas zozobras: los medios, a quienes se acusó de propender el "linchamiento mediático" del militar. Lo que está en los diarios, altera.
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