Por Marcelo Aguaysol
28 Agosto 2013
Domingo Amaya siempre fue una piedra para el poder de José Alperovich. Aún cuando el gobernador lee las propias encuestas que encarga, el intendente de esta ciudad aparece como uno de los mejores posicionados. Pero, en vez de festejar, la Casa de Gobierno trató y trata de neutralizarlo. En eso se le fue la vida al oficialismo, en los enfrentamientos internos que no se pueden negar; en los dimes y diretes de pasillo; en los chismes de circuito. Y esa fue una de las claves para que el resultado electoral del domingo 11 de este mes no haya sido el proyectado.
¿Puede una gestión darse el gusto de jugar al divide y reinarás exactamente dos meses antes de la gran batalla electoral? Definitivamente, no. Cristina Fernández de Kirchner está tratando de mantener las bancas necesarias para que su administración llegue sin mayores sobresaltos a 2015. En Tucumán, dos aliados con buena llegada a la Casa Rosada no pueden ponerse de acuerdo para trabajar coordinadamente en las elecciones. Pero, todo esto se disimula con la batalla librada por el kirchnerismo contra su ex miembro, el intendente de Tigre, Sergio Massa. Los ojos de los analistas de Balcarce 50 aún no se posaron en Tucumán, el quinto distrito electoral del país. Esas miradas no tardarán en llegar. Se cree que en breve puede haber una convocatoria de los estrategas cristinistas a los máximos exponentes oficialistas tucumanos. Claro, eso sigue en el terreno de las hipótesis, de la misma manera que un encuentro entre el gobernador y el lord mayor de la ciudad.
¿Qué sucedió para que el horizonte electoral del oficialismo se nublara en Tucumán? Dos cosas: la vulnerabilidad del poder (por ciertos caprichos) y la "derrota" de la política que se hace de prepo, con imposiciones. Alperovich se subió y luego se bajó (cuando vio las encuestas) de una lista confeccionada a dedo. Él tiene el poder natural; es el jefe de campaña (que se fue a Israel inmediatamente después de las primarias a descansar), que ha dejado a la tropa batiéndose en los circuitos. A su regreso, en vez de poner paños fríos, embistió contra la dirigencia propia, antes que atacar a la oposición. Amaya pagó caro su silencio. Siempre trató de cuidarse de no perturbar al jefe del Poder Ejecutivo y ahora, que se potenció un problema ambulante, no dice a los cuatro vientos que sus inspectores municipales no pueden salir a hacer controles porque los policías de la provincia no les colaboran en los operativos. Esta semana, los allegados al jefe municipal pusieron el grito en el cielo en la Casa de Gobierno. Y le pidieron a Alperovich que "baje el aparato". En buen romance, le comunicaron que los candidatos deben estar más cerca de la gente y no sólo presentes en un video en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno exhibido para decenas de punteros y dirigentes territoriales. De nada sirve la guerra de pintadas callejeras, porque las paredes y los postes de luz no votan. Ahora creen que deben redoblar los esfuerzos, no sólo para garantizar tres de las cuatro bancas de diputados que se pondrán en juego en las elecciones del 27 de octubre, sino también para consolidar la gestión hasta 2015.
Una ruptura entre socios pueden restarle 10 puntos porcentuales de electores al oficialismo. Tal vez por eso la oposición se monte, con mayor optimismo, a la empresa electoral de este año. Sabe que de la sangría de la disputa Alperovich-Amaya, puede rendirle pingües ganancias. Al oficialismo no los devoran los de afuera, sino las intestinas peleas internas. El verdadero test electoral está a 60 días de distancia. Las vicisitudes se multiplican y sólo restan poder al oficialismo. Nadie suma con las divisiones. Como en el ajedrez, el rey necesita de sus alfiles; no sólo para defenderse, sino también para atacar y marcar el rumbo a los peones.
¿Puede una gestión darse el gusto de jugar al divide y reinarás exactamente dos meses antes de la gran batalla electoral? Definitivamente, no. Cristina Fernández de Kirchner está tratando de mantener las bancas necesarias para que su administración llegue sin mayores sobresaltos a 2015. En Tucumán, dos aliados con buena llegada a la Casa Rosada no pueden ponerse de acuerdo para trabajar coordinadamente en las elecciones. Pero, todo esto se disimula con la batalla librada por el kirchnerismo contra su ex miembro, el intendente de Tigre, Sergio Massa. Los ojos de los analistas de Balcarce 50 aún no se posaron en Tucumán, el quinto distrito electoral del país. Esas miradas no tardarán en llegar. Se cree que en breve puede haber una convocatoria de los estrategas cristinistas a los máximos exponentes oficialistas tucumanos. Claro, eso sigue en el terreno de las hipótesis, de la misma manera que un encuentro entre el gobernador y el lord mayor de la ciudad.
¿Qué sucedió para que el horizonte electoral del oficialismo se nublara en Tucumán? Dos cosas: la vulnerabilidad del poder (por ciertos caprichos) y la "derrota" de la política que se hace de prepo, con imposiciones. Alperovich se subió y luego se bajó (cuando vio las encuestas) de una lista confeccionada a dedo. Él tiene el poder natural; es el jefe de campaña (que se fue a Israel inmediatamente después de las primarias a descansar), que ha dejado a la tropa batiéndose en los circuitos. A su regreso, en vez de poner paños fríos, embistió contra la dirigencia propia, antes que atacar a la oposición. Amaya pagó caro su silencio. Siempre trató de cuidarse de no perturbar al jefe del Poder Ejecutivo y ahora, que se potenció un problema ambulante, no dice a los cuatro vientos que sus inspectores municipales no pueden salir a hacer controles porque los policías de la provincia no les colaboran en los operativos. Esta semana, los allegados al jefe municipal pusieron el grito en el cielo en la Casa de Gobierno. Y le pidieron a Alperovich que "baje el aparato". En buen romance, le comunicaron que los candidatos deben estar más cerca de la gente y no sólo presentes en un video en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno exhibido para decenas de punteros y dirigentes territoriales. De nada sirve la guerra de pintadas callejeras, porque las paredes y los postes de luz no votan. Ahora creen que deben redoblar los esfuerzos, no sólo para garantizar tres de las cuatro bancas de diputados que se pondrán en juego en las elecciones del 27 de octubre, sino también para consolidar la gestión hasta 2015.
Una ruptura entre socios pueden restarle 10 puntos porcentuales de electores al oficialismo. Tal vez por eso la oposición se monte, con mayor optimismo, a la empresa electoral de este año. Sabe que de la sangría de la disputa Alperovich-Amaya, puede rendirle pingües ganancias. Al oficialismo no los devoran los de afuera, sino las intestinas peleas internas. El verdadero test electoral está a 60 días de distancia. Las vicisitudes se multiplican y sólo restan poder al oficialismo. Nadie suma con las divisiones. Como en el ajedrez, el rey necesita de sus alfiles; no sólo para defenderse, sino también para atacar y marcar el rumbo a los peones.