19 Noviembre 2013
El mundo de las letras permanecía conmovido por la prematura muerte de Albert Camus cuando recibió otro cimbronazo. Aldous Huxley perdió la batalla contra el cáncer y el día de la capitulación no pudo ser más emblemático: 22 de noviembre de 1963. Mientras el autor de "Un mundo feliz" expiraba en Los Ángeles, John Fitzgerald Kennedy era abatido en Dallas. La historia suele ofrecer estas curiosidades. Coincidencias que, hilando fino, no tienen nada de azarosas. Huxley y Kennedy fueron símbolos de una época, uno desde la literatura y el otro desde la política; ambos desde el terreno de las ideas.
"La indiferencia es una forma de pereza, y la pereza es uno de los síntomas del desamor. Nadie es haragán con lo que ama", decía Huxley. Por sobre todas las cosas, él amaba la vida. Lo demostró recorriendo el mundo de punta a punta, leyendo, conversando con todos los personajes imaginables, experimentando y, sobre todo, escribiendo. Dejó novelas, ensayos, cuentos, poesías, artículos, relatos de viajes. Ese carácter de narrador compulsivo estaba alimentado por su erudición.
Lo que distinguió a Huxley fue su entusiasmo y su valentía a la hora de sentar posición sobre los más diversos temás. Que uno de los grandes pensadores del siglo XX haya utilizado la novela como vehículo para trasladar sus puntos de vista es una fiesta para el universo lector.
Huxley opinó sobre política (era un pacifista a ultranza), arte, historia, psicología, sexo, religión, ciencia. Escribió magníficos relatos de viajes. En su juventud le tomó el pelo a la alta burguesía británica -a la que pertenecía- y con los años, ya afincado en Estados Unidos, se volcó al misticismo para encontrar las respuestas que pedía a gritos su espíritu.
En ese marco, acompañado por el doctor Humphry Osmond, consumió mescalina, LSD y psilocibina (un psicofármaco alucinógeno). De esas experiencias surgió el célebre ensayo "Las puertas de la percepción", en el que describió las sensaciones vividas durante esos viajes psicodélicos. Un joven poeta llamado Jim Morrison tomó el título del libro para bautizar a su grupo de rock: "The Doors".
"Cielo e infierno" es la continuación de "Las puertas..." Pero antes de meterse en ese mundo, Huxley había estudiado el caso de unas monjas que -supuestamente- habían sido objeto de posesión diabólica. El ensayo "Los demonios de Loudun" apareció en 1952, cuando en Estados Unidos la caza de brujas desatada por el senador McCarthy encontraba comunistas por todas partes.
La más famosa de las novelas de Huxley, "Un mundo feliz", se editó en 1932, mientras los totalitarismos avanzaban en Europa. La obra pinta un futuro distópico, en apariencia positivo debido al fin de los conflictos que carcomían a la humanidad, pero en el fondo triste y escéptico. El precio pagado por esa armonía virtual fue la renuncia a todo lo que nos distingue, nos estimula, nos enamora y nos hace pensar. "Un mundo feliz" mantiene su plena vigencia; es una alerta, una luz roja que titila sin apagarse jamás. Una advertencia. Cuidado con lo que hacemos, subraya Huxley.
Treinta años después salió "La isla", contradiscurso en el que Huxley cuenta cómo funciona la sociedad en la isla de Pala. Sus habitantes rechazan el canto de sirena de la modernidad, frenan la industrialización y cuidan los recursos naturales. Muchos de estos elementos aparecerán en el catecismo de los hippies y de la cultura new age.
"Contrapunto", "Ciego en Gaza" y "El genio y la diosa" son otras novelas caracterizadas por la prosa irresistible de Huxley. La obra poética acompañó su juventud, reemplazada por la prolífica producción ensayística a medida que fue interesándose más y más por el mundo que lo rodeaba. "La filosofía perenne" y "Literatura y ciencia" son ejemplos de esa pulsión por decodificar la realidad.
"La indiferencia es una forma de pereza, y la pereza es uno de los síntomas del desamor. Nadie es haragán con lo que ama", decía Huxley. Por sobre todas las cosas, él amaba la vida. Lo demostró recorriendo el mundo de punta a punta, leyendo, conversando con todos los personajes imaginables, experimentando y, sobre todo, escribiendo. Dejó novelas, ensayos, cuentos, poesías, artículos, relatos de viajes. Ese carácter de narrador compulsivo estaba alimentado por su erudición.
Lo que distinguió a Huxley fue su entusiasmo y su valentía a la hora de sentar posición sobre los más diversos temás. Que uno de los grandes pensadores del siglo XX haya utilizado la novela como vehículo para trasladar sus puntos de vista es una fiesta para el universo lector.
Huxley opinó sobre política (era un pacifista a ultranza), arte, historia, psicología, sexo, religión, ciencia. Escribió magníficos relatos de viajes. En su juventud le tomó el pelo a la alta burguesía británica -a la que pertenecía- y con los años, ya afincado en Estados Unidos, se volcó al misticismo para encontrar las respuestas que pedía a gritos su espíritu.
En ese marco, acompañado por el doctor Humphry Osmond, consumió mescalina, LSD y psilocibina (un psicofármaco alucinógeno). De esas experiencias surgió el célebre ensayo "Las puertas de la percepción", en el que describió las sensaciones vividas durante esos viajes psicodélicos. Un joven poeta llamado Jim Morrison tomó el título del libro para bautizar a su grupo de rock: "The Doors".
"Cielo e infierno" es la continuación de "Las puertas..." Pero antes de meterse en ese mundo, Huxley había estudiado el caso de unas monjas que -supuestamente- habían sido objeto de posesión diabólica. El ensayo "Los demonios de Loudun" apareció en 1952, cuando en Estados Unidos la caza de brujas desatada por el senador McCarthy encontraba comunistas por todas partes.
La más famosa de las novelas de Huxley, "Un mundo feliz", se editó en 1932, mientras los totalitarismos avanzaban en Europa. La obra pinta un futuro distópico, en apariencia positivo debido al fin de los conflictos que carcomían a la humanidad, pero en el fondo triste y escéptico. El precio pagado por esa armonía virtual fue la renuncia a todo lo que nos distingue, nos estimula, nos enamora y nos hace pensar. "Un mundo feliz" mantiene su plena vigencia; es una alerta, una luz roja que titila sin apagarse jamás. Una advertencia. Cuidado con lo que hacemos, subraya Huxley.
Treinta años después salió "La isla", contradiscurso en el que Huxley cuenta cómo funciona la sociedad en la isla de Pala. Sus habitantes rechazan el canto de sirena de la modernidad, frenan la industrialización y cuidan los recursos naturales. Muchos de estos elementos aparecerán en el catecismo de los hippies y de la cultura new age.
"Contrapunto", "Ciego en Gaza" y "El genio y la diosa" son otras novelas caracterizadas por la prosa irresistible de Huxley. La obra poética acompañó su juventud, reemplazada por la prolífica producción ensayística a medida que fue interesándose más y más por el mundo que lo rodeaba. "La filosofía perenne" y "Literatura y ciencia" son ejemplos de esa pulsión por decodificar la realidad.