Por Carlos Páez de la Torre H
25 Noviembre 2013
VAGÓN PRESIDENCIAL. Nicolás Avellaneda viajó en este coche en 1876, cuando vino a Tucumán para inaugurar la línea.
El historiador y literato David Peña (1862-1930) conoció siendo niño al tucumano Nicolás Avellaneda, entonces ministro de la presidencia Sarmiento. Aspiraba a una beca en Rosario y audazmente pidió hablar con él.
El ministro lo recibió. Peña lo describe: "bajo, de gran cabellera negra, todo el ensortijado pelo para atrás, de bigote y larga pera". Le pareció tan plácida su mirada, que, de un tirón y sin timidez, procedió a plantearle su problema, que Avellaneda solucionó rápidamente.
Recordaría luego que "sólo en ese instante, pude ver de cerca sus mansos, grandes y expresivos ojos, y recoger el acento de su voz. Era una voz sonora, llena y armoniosa. Hablaba con un pequeño canto o arrastre musical, que si ser un artificio la hacía muy extraña, muy distinta a las maneras de hablar de las demás personas".
Con la beca, Peña era alumno del Colegio Nacional de Rosario en 1876, cuando Avellaneda, ya presidente y de paso para Tucumán, se detuvo en esa ciudad. Visitó el Colegio y reconoció de inmediato a Peña. Preguntó sobre su conducta al rector Enrique Corona Martínez. "Este niño tiene un defecto: la vanidad" fue la respuesta. Avellaneda comentó: "no es un defecto grave, entonces. Porque bien pudiera la vanidad del niño ser un indicio de la dignidad del hombre".
Rato después, en el almuerzo servido en el Colegio, Peña tuvo ocasión de escuchar un discurso de Avellaneda. "Yo no tenía facultades para seguir y comprender los giros de aquéllos pensamientos; pero su belleza externa, el mágico poder de su envoltura, me causaba la sensación de una música lejana y extraña traída por las ondas -no se de que lugar- a mi alma que nacía", evocaría.
El ministro lo recibió. Peña lo describe: "bajo, de gran cabellera negra, todo el ensortijado pelo para atrás, de bigote y larga pera". Le pareció tan plácida su mirada, que, de un tirón y sin timidez, procedió a plantearle su problema, que Avellaneda solucionó rápidamente.
Recordaría luego que "sólo en ese instante, pude ver de cerca sus mansos, grandes y expresivos ojos, y recoger el acento de su voz. Era una voz sonora, llena y armoniosa. Hablaba con un pequeño canto o arrastre musical, que si ser un artificio la hacía muy extraña, muy distinta a las maneras de hablar de las demás personas".
Con la beca, Peña era alumno del Colegio Nacional de Rosario en 1876, cuando Avellaneda, ya presidente y de paso para Tucumán, se detuvo en esa ciudad. Visitó el Colegio y reconoció de inmediato a Peña. Preguntó sobre su conducta al rector Enrique Corona Martínez. "Este niño tiene un defecto: la vanidad" fue la respuesta. Avellaneda comentó: "no es un defecto grave, entonces. Porque bien pudiera la vanidad del niño ser un indicio de la dignidad del hombre".
Rato después, en el almuerzo servido en el Colegio, Peña tuvo ocasión de escuchar un discurso de Avellaneda. "Yo no tenía facultades para seguir y comprender los giros de aquéllos pensamientos; pero su belleza externa, el mágico poder de su envoltura, me causaba la sensación de una música lejana y extraña traída por las ondas -no se de que lugar- a mi alma que nacía", evocaría.