Por Nicolás Iriarte
16 Diciembre 2013
Jorge Rial, Juan Sebastián Verón, el colega de canal 10, Ariel Céliz, el actor Forrest Whitaker (protagonizó “El Rey de Escocia”), un cura párroco y un chico que camina de traje por la calle San Juan, los días de semana, al final del horario comercial. Con y sin mi consentimiento, al menos una vez me dijeron que soy “igual” a ellos.
La foto que acompaña la firma de esta nota le ayudará a decidir a usted cuán exactas son las comparaciones a las que me someten y con las que aprendí a convivir. Después de todo, los “parecidos” se convirtieron en una cuestión de estado, últimamente. Motivados en gran parte por una sección del programa TVR, emitido actualmente en canal 9, encontrar “clones” o hacer “mezclas” de dos personas para definir facialmente a una, es una actividad de moda.
Sin embargo, los parecidos generalmente se encuentran para el otro, casi nunca para uno mismo. Aceptar la equivalencia cuesta horrores y nos terminamos oponiendo por naturaleza. ¿Por qué? Recuerdo que hasta hace unos años me costaba verme parecido a mi papá, cuando la mayoría de la gente decía que éramos dos gotas de agua. El reflejo espontáneo de un espejo en una vidriera o una foto “in fraganti”, sin nada de poses o posturas falsas -y quizás algunas horas de terapia- es lo que me terminó convenciendo: tengo los ojos de mamá y en general, soy muy parecido a papá.
A partir de ahí, recibo con gusto las sugerencias de parecidos famosos y no tanto. La sensación de “verse” en otra persona es sencillamente sorprendente. En mi caso, aceptar el mayor de mis parecidos me permitió encontrar en cada uno de mis “clones” externos algo de mí. ¿Y usted? ¿Tiene parecidos célebres? ¿Cotidianos? ¿Los acepta?