Con un golpe de efecto destrabó un conflicto complicado

Por Carlos Abrehu - Columnista invitado

22 Diciembre 2013
En el primer invierno de la restauración democrática, Tucumán vivió días de extrema tensión. Fernando Riera gobernaba entonces con un estilo que mezclaba liderazgo partidario, paternalismo y titubeos.

Despertaba adhesiones y rechazos. Su primera prueba de fuego fue la crisis policial, que tuvo una solución fuera del libreto institucional. Fui testigo de los cabildeos, de las idas y vueltas de funcionarios de distinto rango.

Por ese entonces me desempeñaba como jefe de la sección Gobierno del diario. Desde esa condición seguí estrechamente la evolución de un problema que adquiría gravedad creciente.

Ni la visita del presidente Raúl Alfonsín disipó el clima de tirantez. La Policía conservaba el poder de fuego frente a un gobierno inerme. Esa fuerza se erigía en un factor de poder, que ponía contra las cuerdas a las autoridades elegidas democráticamente. Un comportamiento que se repetiría en décadas posteriores, con las consiguientes cargas negativas para el sistema.

Riera conocía perfectamente que la acción combinada de la Policía Federal y de la Gendarmería Nacional restablecerían el orden y la disciplina en la fuerza de seguridad. El decreto de Alfonsín que autorizaba el traslado de las tropas federales establecía que estas procederían como lo indicara el gobernador.

La endeblez física de Riera no le impedía adoptar decisiones complejas en horas cruciales para la estabilidad de las instituciones. El golpe de efecto con el que rompió el estancamiento de la situación serenó a la provincia. Salvé a Tucumán de un hecho doloroso, me confesó (LA GACETA del 9 de agosto). Fue y puso la cara: le salió bien.

Al gobierno de Alfonsín le ahorró, si dudas, un problema. El riojano Raúl Galván no vaciló en considerar que había sido un remedio adecuado para torcer la historia.

No hubo sanciones. El gobernador se sentía aliviado por el fin incruento del episodio.

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