En plena ola de calor, en el sur recibirán el Año Nuevo sin agua y sin luz

Cientos de vecinos de varias localidades cercanas a Concepción sufren por las altas temperaturas, por la falta de líquido y por los cortes de energía.

ANGUSTIA. Antonio y María, de Alto Verde, consideran que están abandonados por las autoridades. ANGUSTIA. Antonio y María, de Alto Verde, consideran que están abandonados por las autoridades.
31 Diciembre 2013
“Señor, por si no lo sabía, este es el infierno. Y nosotros somos los condenados por haber nacido aquí”. Con toda la angustia posible, don Antonio Maidana define al paraje La Resbalada, en Alto Verde, donde vive. Y agrega: “el calor es como un soplete que nos quema la cabeza en medio de la penuria de pasar días sin agua y horas sin luz. Así es muy difícil vivir”.

Maidana es uno de los casi 3.000 vecinos que habitan las orillas de la ruta provincial 330, que se extiende desde Alto Verde hasta Alpachiri. Ellos pertenecen a un rosario de parajes (entre ellos, Muyo, Cortadera y La Calera) que en medio de la ola de calor tienen dos problemas en común: la falta de agua potable y de electricidad. Vienen clamando por soluciones, Pero, según aseguran, hasta ahora nadie los escuchó.

Mientras que las temperaturas máximas pronosticadas para hoy y para mañana rondarán los 40°, ellos sobreviven con el agua de ríos, arroyos y acequias cercanas, según cuentan. A lo que no le encuentran salida es a los permanentes cortes de luz que se vienen produciendo desde que comenzó la ola de calor. “Da pena perder los alimentos que nos cuesta tanto conseguir”, lamenta Maidana.

“El drama de la falta de agua viene desde hace siete meses, cuando se rompió el motor del pozo que está en la escuela 117. A partir de entonces a veces sólo sale un hilo de las canillas. Hay días que pasan sin que veamos una gota. En esos momentos no nos queda otra que salir a buscar en acequias o en cualquier charco. En Navidad no teníamos ni para cocinar”, apunta María, esposa de Antonio.

Ella reniega porque los bebés de la zona, entre ellos el de su hija, sufren las crueldades del calor, porque no se los puede bañar. “Los mayores nos arreglamos yendo al río, pero a los chiquitos no se los puede sacar con temperaturas tan altas y el peligro de las picaduras de los bichos”, explica.

La SAT, en tanto, informa que los cortes de energía dejan inactivos los pozos que funcionan con electricidad, lo cual agrava aún más la situación (ver Los problemas de electricidad...).

Hacia el oeste, en el km 8 de la 330, se encuentra Cortadera. Se trata de una comunidad de cerca de 30 familias que nunca tuvo agua potable. Hasta hace poco se aprovisionaban de un pozo instalado en la finca de un legislador de la zona. Pero dejó de funcionar cuando se rompió el motor que extraía el líquido. “Desde que tengo memoria, los políticos prometen que van a hacer llegar el agua hasta acá. Pero después de que le damos el voto desaparecen. Ahora sobrevivo con lo que saco del pozo que yo mismo cavé hace unos años”, comenta Roberto Jiménez. “Al pozo lo hice porque había perdido la esperanza de tener agua potable algún día”, añade.

Manuel Goitea reconoce el gesto solidario de Jiménez, quien permite que todos los vecinos busquen el líquido en su pozo. “Por vivir sin tener agua ni para bañarse y con cortes de luz que duran varias horas nos da ganas de irnos corriendo. Pero en esta tierra nacimos, la sufrimos y seguramente aquí nos van a enterrar” añade Manuel.

Silvana Lezcano, de Muyo, asegura que la falta de líquido se agrava porque algunos agricultores consumen el poco que hay. Dice que el pozo del lugar larga agua sólo dos veces a la semana. Y no llega a todos. “Si hay que lavar la ropa o bañarse tenemos que ir a la acequia o al río. No hay otra opción” apunta. Hace algunos días cortaron la ruta en protesta por la falta de agua. “Hicimos lío pero no conseguimos nada hasta el momento”, comenta Silvana, decepcionada.

En La Calera, la falta de agua también desespera a los vecinos. Pero allí hay un pozo y una reserva elevada que fue construida hace poco mediante el programa “Más Cerca”. No se la puede aprovechar porque todavía no le instalaron el motor eléctrico que lo hará funcionar. Se trata de un extractor de agua que, según el comisionado comunal Juan Manuel Moreno, será colocado cuando se construya la casilla que lo albergará.

Un drama más y van...
Los pobladores marcan una contrariedad que también corresponde a la situación de desamparo que viven. “Ahora sufrimos la falta de agua, a pesar de tener dos ríos cercanos (el Chico y el Chirimayo). Pero cuando lleguen las tormentas seguramente nos inundamos. Es que las acequias están enlamadas, el agua desborda y se va a las calles. Esto es algo que a nadie parece importarle”, sostiene Goitea.

El corte
En el pie del cerro, algunos días tienen agua sólo una hora

“Todos los días dan el agua a eso de las siete hasta las 10. Pero ayer (por el domingo) a las 8 ya habían cortado. Me quedé sin llenar el tanque”, cuenta Irene (no quiere que se publique su apellido), una vecina de El Corte, al pie del cerro San Javier. Como tantos otros habitante de la zona, Irene ha convertido su pileta -en su caso una pelopincho- en una improvisada cisterna para almacenar la poca agua que les llega por día. Carlos Pereyra, quien tiene una verdulería en El Corte, se pasa buena parte del día haciéndole la guardia al agua. “Tengo un caño semiabierto y apenas veo que mandan agua me pongo a llenar dos tachos de 200 litros, además del tanque. Siempre hemos tenido problemas con el agua acá, pero con el calor y la sequía la cosa se ha puesto mucho más pesada. A veces nos cortan el suministro durante dos días y hay que estar preparados, al menos para poder bañarnos”, explica.

La mago
Zulema saca fuerzas de donde no tiene para cargar los baldes

Con las piernas hinchadas y los pies descalzos, Zulema Montero, de 55 años, acarrea agua para lavar los platos, limpiar su casa, cocinar y bañarse. En el barrio donde vive, conocido como La Mago (pegado al parque Guillermina), la presión de agua es tan débil que el caudal llega sólo hasta el portón que da a la calle. Desde ahí, ella carga pesados baldes para atender a los seis nietos que está criando. “Hace poco me han hecho la instalación, pusimos caños nuevos, y tengo mucho miedo de que se resequen con semejante calor, porque no tienen agua. Sería un doble gasto”, cuenta preocupada la abuela. Cuando le queda tiempo, Zulema se instala en la avenida Adolfo de la Vega a vender flores. Las compra y las tiene que vender lo más rápido posible, porque sabe que al llegar a su casa es probable que no tenga cómo regarlas. “Hace más de tres meses que estamos así y ahora con el calor empeoró todo”, afirma.

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