30 Enero 2014
La desaparición de la Copa LA GACETA en medio del partido que protagonizaron San Martín y Atlético, los clubes más grandes de la provincia, tiene varias lecturas, pero una sola conclusión: fue un acto delictivo y hasta ahora el responsable no aparece. El episodio tuvo diferentes lecturas y repercusiones. Fue motivo de cargadas entre los hinchas de ambos equipos. Algunos hablaron de venganza por un hecho similar que, según la gente de San Martín, ocurrió hace poco más de un año en el estadio de Atlético.
En esa ocasión, el “santo” ganó una serie y nunca recibió el trofeo. Desde la otra vereda, pronto aclararon que el patrocinador que en ese momento se comprometió a aportar la Copa Bicentenario nunca lo hizo. Por supuesto, no faltaron los que sostuvieron que esta fue una “picardía” que forma parte del “folclore del fútbol”, frase a la que se apela en forma recurrente para justificar acciones que en otro contexto, que no sea una cancha de fútbol, puede ser interpretado como agresivo o de mal gusto.
El robo obliga a una reflexión. Algo falló en la organización del operativo de seguridad. Resulta difícil buscar un motivo para intentar explicar lo sucedido. El trofeo fue exhibido durante más de una hora y estaba a la vista de más de 15.000 personas que asistieron al estadio de La Ciudadela. A pocos metros de la mesa donde fue colocado había varias decenas de efectivos policiales afectados a la custodia de los aficionados y de los protagonistas del espectáculo, entre los que se debe incluir la Copa. Algo no funcionó como debía hacerlo. De lo contrario hubiese sido imposible que la robaran.
Los dirigentes de San Martín lamentan lo sucedido y buscan respuestas por parte de los encargados de seguridad. Ellos pagaron una suma importante de dinero para que la organización fuera perfecta y terminaron perjudicados. Ya anunciaron que van a comprar un trofeo exactamente igual para que llegue a manos de sus pares de Atlético, merecido ganador de la serie. Pero ya nada tapará la mancha que provocó el robo. La noticia recorrió el mundo y dejó mal parada a la institución de La Ciudadela. El presidente Jorge Garber lo sabe y por eso ordenó que si la Policía no le da respuestas encontrando al responsable, se busquen alternativas para que Atlético pueda poner el trofeo ganado en sus vitrinas.
En este caso, no hay que cargar contra los dirigentes. Pero ellos deben saber perfectamente que gente vinculada al club está involucrada como partícipe necesario de lo sucedido. No es sencillo acceder al campo de juego de un estadio, considerado un lugar “sagrado” cuando se juega un partido. Mucho más difícil lo es cuando se juega un clásico. El sujeto que robó la Copa -un delincuente que debería ser buscado por la Policía y la Justicia-, contó con la complicidad de algún empleado o allegado con acceso a sectores a los que no todos pueden llegar. Por eso se movió con comodidad y atravesó puertas que están cerradas para el común de las personas. Tampoco se puede entender cómo abandonó el estadio con el trofeo sin que nadie lo viera. Eso, en cualquier estadio de un país organizado, no hubiese sucedido. Tucumán, una vez más, dio la nota. Y no es para recibir aplausos precisamente.
En esa ocasión, el “santo” ganó una serie y nunca recibió el trofeo. Desde la otra vereda, pronto aclararon que el patrocinador que en ese momento se comprometió a aportar la Copa Bicentenario nunca lo hizo. Por supuesto, no faltaron los que sostuvieron que esta fue una “picardía” que forma parte del “folclore del fútbol”, frase a la que se apela en forma recurrente para justificar acciones que en otro contexto, que no sea una cancha de fútbol, puede ser interpretado como agresivo o de mal gusto.
El robo obliga a una reflexión. Algo falló en la organización del operativo de seguridad. Resulta difícil buscar un motivo para intentar explicar lo sucedido. El trofeo fue exhibido durante más de una hora y estaba a la vista de más de 15.000 personas que asistieron al estadio de La Ciudadela. A pocos metros de la mesa donde fue colocado había varias decenas de efectivos policiales afectados a la custodia de los aficionados y de los protagonistas del espectáculo, entre los que se debe incluir la Copa. Algo no funcionó como debía hacerlo. De lo contrario hubiese sido imposible que la robaran.
Los dirigentes de San Martín lamentan lo sucedido y buscan respuestas por parte de los encargados de seguridad. Ellos pagaron una suma importante de dinero para que la organización fuera perfecta y terminaron perjudicados. Ya anunciaron que van a comprar un trofeo exactamente igual para que llegue a manos de sus pares de Atlético, merecido ganador de la serie. Pero ya nada tapará la mancha que provocó el robo. La noticia recorrió el mundo y dejó mal parada a la institución de La Ciudadela. El presidente Jorge Garber lo sabe y por eso ordenó que si la Policía no le da respuestas encontrando al responsable, se busquen alternativas para que Atlético pueda poner el trofeo ganado en sus vitrinas.
En este caso, no hay que cargar contra los dirigentes. Pero ellos deben saber perfectamente que gente vinculada al club está involucrada como partícipe necesario de lo sucedido. No es sencillo acceder al campo de juego de un estadio, considerado un lugar “sagrado” cuando se juega un partido. Mucho más difícil lo es cuando se juega un clásico. El sujeto que robó la Copa -un delincuente que debería ser buscado por la Policía y la Justicia-, contó con la complicidad de algún empleado o allegado con acceso a sectores a los que no todos pueden llegar. Por eso se movió con comodidad y atravesó puertas que están cerradas para el común de las personas. Tampoco se puede entender cómo abandonó el estadio con el trofeo sin que nadie lo viera. Eso, en cualquier estadio de un país organizado, no hubiese sucedido. Tucumán, una vez más, dio la nota. Y no es para recibir aplausos precisamente.
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Copa LA GACETA