Por Carlos Frías
27 Abril 2014
Siete disparos para asesinar a cuatro personas
El homicidio múltiple ocurrió del 15 de abril de 1974 y continúa impune; Raúl Sánchez, hermano de una de las víctimas, busca la verdad Se cumplieron 40 años de uno de los asesinatos más sangrientos de la historia de Tucumán. No hubo pistas para dar con los culpables
PIDE LA VERDAD. Raúl Sánchez quiere saber por qué mataron a su hermano. LA GACETA / FOTO DE INES QUINTEROS ORIO
Roberto Sánchez murió desangrado por una bala que le perforó un pulmón el 15 de abril de 1974. Tenía las manos ensangrentadas. Raúl Sánchez piensa que el cadáver de su hermano quedó así porque -al verse herido- intentó detener el torrente que le brotaba por la herida. La marca del plomo quedó a la vista en ese cuerpo desnudo, ubicada en la zona de la clavícula, entre el cuello y el hombro. En la cara tenía un moretón rectangular que parecía ser el producto de un preciso y fuerte culatazo. “No hubo pelea. Él era temperamental, sabía defenderse y tenía instrucción militar. A mí me parece que le dispararon de arriba hacia abajo”, afirmó sin dudarlo.
La masacre de la Sociedad Española ocurrió a la madrugada. Se usaron siete balas y una maceta de cemento para asesinar a cuatro personas. Entre las víctimas estaba Sánchez, que era suboficial del Ejército. El crimen se perpetró en las habitaciones que -en esa época- había en el fondo del edificio de la entidad. Eran dos piezas, una cocina y un baño en las que vivían el gerente de la asociación, Roberto Olegario Juárez (34); su hermana, Elma del Valle Juárez (37) y su sobrina, Luisa Nélida Baigorria (18). Nunca se develó quién o quiénes fueron los autores del homicidio múltiple y el pasado 15 de abril se cumplieron 40 años de impunidad. Esa trágica mañana del 74, Raúl entró al edificio para reconocer a su hermano. “Cuando llegué, lo estaban manguereando en un patio que había cerca del fondo. Cayó de sorpresa, nadie lo esperaba para esa Semana Santa. Llegó el jueves y lo mataron el domingo. Hacia unos cuatro años que estaba de novio con Luisa. Tenía 22 años y faltaba menos de un mes para su cumpleaños”, continuó.
En la escena del crimen no había pistas. Como no había vainas servidas para recolectar, los investigadores de la Brigada de Investigaciones de la Policía sostuvieron que se había utilizado un revólver. Hipótesis que se corroboró parcialmente en el informe de la autopsia que afirmaba que las víctimas fueron ultimadas con un revólver calibre 38 o con una pistola calibre 7,65. No había rastros del homicida. Además, en el tambor de un revólver caben sólo seis balas. Ante esto la pesquisa difundió una versión oficial que sostenía que las dos mujeres y Sánchez fueron sorprendidas por el o los homicidas cuando cenaban en una de las habitaciones de la Sociedad Española. Elma Juárez recibió dos balazos; uno en el cuello y otro en la cabeza. A su sobrina, el proyectil que la hirió la alcanzó en la nuca. Pero como sobrevivió a ese impacto, la remataron destrozándole una maceta en la cabeza. A Roberto Juárez le dieron tres balazos y los investigadores de ese entonces dijeron que, después de liquidar a las otras víctimas, esperaron dentro del edificio para matarlo. La masacre ocurrió entre las 2 y las 7 de la madrugada pero ningún vecino de Laprida al 300 escuchó los disparos.
Por una orden expresa de su padre, Raúl Sánchez jamás intentó descubrir quién mató a su hermano. “El pensaba que lo había matado una mafia en la que estaba involucrada gente con mucho poder. Temía que nos maten a todos por eso me pidió que no me metiera. Debería tener el mismo miedo de mi viejo pero pienso que, después de los juicios de Memoria, Verdad y Justicia (impulsados por la Secretaría de DD.HH. de la Nación) hay más posibilidades de que se haga una investigación más seria porque ninguno de los motivos que se dieron para justificar su muerte fueron ciertos”, analizó.
La masacre de la Sociedad Española ocurrió a la madrugada. Se usaron siete balas y una maceta de cemento para asesinar a cuatro personas. Entre las víctimas estaba Sánchez, que era suboficial del Ejército. El crimen se perpetró en las habitaciones que -en esa época- había en el fondo del edificio de la entidad. Eran dos piezas, una cocina y un baño en las que vivían el gerente de la asociación, Roberto Olegario Juárez (34); su hermana, Elma del Valle Juárez (37) y su sobrina, Luisa Nélida Baigorria (18). Nunca se develó quién o quiénes fueron los autores del homicidio múltiple y el pasado 15 de abril se cumplieron 40 años de impunidad. Esa trágica mañana del 74, Raúl entró al edificio para reconocer a su hermano. “Cuando llegué, lo estaban manguereando en un patio que había cerca del fondo. Cayó de sorpresa, nadie lo esperaba para esa Semana Santa. Llegó el jueves y lo mataron el domingo. Hacia unos cuatro años que estaba de novio con Luisa. Tenía 22 años y faltaba menos de un mes para su cumpleaños”, continuó.
En la escena del crimen no había pistas. Como no había vainas servidas para recolectar, los investigadores de la Brigada de Investigaciones de la Policía sostuvieron que se había utilizado un revólver. Hipótesis que se corroboró parcialmente en el informe de la autopsia que afirmaba que las víctimas fueron ultimadas con un revólver calibre 38 o con una pistola calibre 7,65. No había rastros del homicida. Además, en el tambor de un revólver caben sólo seis balas. Ante esto la pesquisa difundió una versión oficial que sostenía que las dos mujeres y Sánchez fueron sorprendidas por el o los homicidas cuando cenaban en una de las habitaciones de la Sociedad Española. Elma Juárez recibió dos balazos; uno en el cuello y otro en la cabeza. A su sobrina, el proyectil que la hirió la alcanzó en la nuca. Pero como sobrevivió a ese impacto, la remataron destrozándole una maceta en la cabeza. A Roberto Juárez le dieron tres balazos y los investigadores de ese entonces dijeron que, después de liquidar a las otras víctimas, esperaron dentro del edificio para matarlo. La masacre ocurrió entre las 2 y las 7 de la madrugada pero ningún vecino de Laprida al 300 escuchó los disparos.
Por una orden expresa de su padre, Raúl Sánchez jamás intentó descubrir quién mató a su hermano. “El pensaba que lo había matado una mafia en la que estaba involucrada gente con mucho poder. Temía que nos maten a todos por eso me pidió que no me metiera. Debería tener el mismo miedo de mi viejo pero pienso que, después de los juicios de Memoria, Verdad y Justicia (impulsados por la Secretaría de DD.HH. de la Nación) hay más posibilidades de que se haga una investigación más seria porque ninguno de los motivos que se dieron para justificar su muerte fueron ciertos”, analizó.
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