El pase a la Nación, en 1921, por un ingenioso recurso del fundador

Lograr que la Universidad tucumana pasara a la órbita nacional le costó muchas dificultades a Juan B. Terán. Estaba convencido de que esa era la manera de afianzar la institución. El movimiento de la “Reforma Universitaria” influyó en el proceso.

FIGURA IMPRESCINDIBLE. La estatua de Juan B. Terán preside el patio del Rectorado de la Universidad a la que le dedicó gran parte de los esfuerzos de su vida. la gaceta / foto de jorge olmos sgroso FIGURA IMPRESCINDIBLE. La estatua de Juan B. Terán preside el patio del Rectorado de la Universidad a la que le dedicó gran parte de los esfuerzos de su vida. la gaceta / foto de jorge olmos sgroso
En la sesión de la Cámara de Diputados de Tucumán del 26 de junio de 1914 se debatía el presupuesto provincial. El doctor Ernesto Carranza, de la bancada radical, comentó: “otra de las partidas bonitas es la invertida a favor de la Universidad. Aunque yo pienso que esa Universidad es una farolería, se le ha dado casi otro tanto igual a lo que el presupuesto le asigna. Yo no sé si será condescendencia con el rector que actualmente la maneja”.

La intervención es reveladora de las dificultades que afrontaba el fundador, doctor Juan B. Terán, para que la institución caminara. Había debido esperar más de dos años (desde octubre de 1909 a agosto de 1912) para que su proyecto de creación se hiciera ley. Y una vez que la casa empezó a funcionar, las dificultades afloraban por todas partes. Como lo recuerda un testigo, el doctor Adolfo Rovelli, “la gente se preguntaba ¿quiénes va a enseñar? ¿en dónde van a enseñar? ¿con qué van a enseñar?”.

Terán se multiplicaba acudiendo a los más variados recursos. Muchos años más tarde, evocando esa época, el informe Herrero Ducloux hallaría conmovedores “los cambios bruscos en el rumbo, los ensayos y pruebas de nuevas profesiones y carreras, las improvisaciones y las tentativas de aclimatación de organizaciones exóticas, la policromía pintoresca de los diplomas ofrecidos, la mutación en los nombres y en la asociación de los institutos”. La cuestión financiera era dramática. Iban y venían las notas de Terán a la Nación. El Congreso había votado un subsidio de 45.000 pesos anuales para la casa. De esa suma, apenas 5.000 se empleaban en sueldos (rector, vicerrector y varios profesores trabajaban gratis). Pero la suma no alcanzaba y, para peor, la remitían por cuentagotas.

Así estaban las cosas en 1918, cuando se produjo en Córdoba el movimiento de la “Reforma Universitaria”. Al mismo siguió un obvio fortalecimiento de la Federación Universitaria Argentina (FUA) y de todos los centros estudiantiles del país. En Tucumán, se organizó la Federación Universitaria Tucumana (FUT).

En julio, se reunió en Córdoba el I Congreso Nacional de Estudiantes, donde participó la representación tucumana. Y, entre otras resoluciones, el Congreso acordó solicitar al Poder Ejecutivo Nacional la nacionalización de la Universidad de Tucumán.

El rector Terán estuvo de acuerdo con esa variante. Entrar en la órbita de la Nación le parecía la única posibilidad de que la Universidad se afianzara. Sabía que lograr una ley especial de nacionalización era un camino arduo e incierto, sobre todo por la mala relación del presidente Hipólito Yrigoyen con el Senado.

Ideó entonces un ingenioso recurso para lograr su propósito, y lo puso en marcha sin vacilar. Empezó logrando que el ministro de Instrucción Pública de la Nación, doctor José S. Salinas, incluyera en el proyecto de presupuesto nacional de 1919, una partida de 200.000 pesos titulada “Para la nacionalización de la Universidad de Tucumán”.

En carta personal al ex gobernador Ernesto Padilla, le explicó las ventajas de ese paso. “La nacionalización significa no aumento de riesgo y seguridad de vida”, escribía. “Hoy dependemos de la Provincia, mañana dependeremos de la Nación. Cuando dependemos de la Provincia, dependemos en absoluto, porque no tenemos seguridad de estatutos y sobre todo de dinero”.

Seguía: “¿Quién responderá de un instituto técnico cuando se desee dar satisfacción a una ambición o a una venganza política? Para la Nación, la Universidad es una cosa pequeña, para la Provincia, puede ser una gran presa. De manera que partiendo, como en Lope de Vega, del mal de vivir, es preferible vivir lejos del lobo”. Comentaba que los legisladores mostraban últimamente “amor” por la Escuela Sarmiento, “porque la pregustan presa. ¡Imagínate las perspectivas de la dependencia provincial!”...

Como el presupuesto no fue aprobado por el Congreso, el asunto se estiró hasta 1920. Al debatirse entonces, Diputados aprobó la partida de 200.000 pesos, pero el Senado la suprimió. La FUA se movió velozmente y logró que Diputados insistiera en el ítem, que finalmente quedó sancionado.

Al promulgarse el presupuesto nacional (ley 11027), Terán mostró la finalidad oculta de su estrategia. Consideró que, al aprobar el ítem, el Congreso expresaba la inequívoca voluntad de nacionalizar la Universidad de Tucumán. En consecuencia, empezó a tomar de apuro las medidas para la transferencia a la Nación. Y el Gobierno Nacional, curiosamente, aceptó que la Universidad quedara nacionalizada sin una ley específica que así lo dispusiera.

Como el acto formal de traspaso demoraba, dirigentes de la FUA y la FUT entrevistaron al presidente Yrigoyen y a otros altos funcionarios. Finalmente, Yrigoyen envió a Tucumán al ministro Salinas, para presidir la ceremonia formal de nacionalización. Esta se llevó a cabo el 3 de abril de 1921.

Como la Provincia estaba intervenida, el comisionado Adolfo Noceti firmó un decreto transfiriendo a la Nación los bienes de la Universidad, “ad referendum” de la Legislatura para cuando esta se constituyera. Habría que esperar hasta 1935 para que ese trámite quedara cumplido. Pero esa es otra historia.

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