Por Daniel Fernández
28 Junio 2014
Leyendo el emotivo Tema Libre de Paula Barbarán “La fresca memoria de nuestros abuelos” (publicado el 30 de mayo) sobre los recuerdos que vienen y te susurran al oído olores, personas y lugares; recuerdos que construyen nuestra historia, nuestro paso por esta vida, me surgieron algunas preguntas ¿Qué pasa cuando esos recuerdos se evaporan como el agua bajo los rayos del sol? ¿Qué nos queda? “¿Vos naciste en Graneros? ¡No, papá, nací en Adrogué!”. Por un instante, mi padre se quedó con la mirada perdida. Buceaba en su mente intentando recordar el día en que nací. Su cara reflejaba que ese momento único se había borrado del cajón de sus recuerdos. Con sus 75 años a cuesta, una enfermedad neuronal, como un virus en una computadora, borra día a día su disco rígido. También, con cada olvido suyo se va una parte de nuestra familia. Es como estar dibujado en un papel rodeado de los recuerdos más importantes y que alguien, con una goma, borre una parte ¿Qué nos queda? Queda un vacío, un espacio en blanco, un espacio que no se podrá llenar nunca más, ni siquiera con otros recuerdos. Sólo nos queda amarlo en tiempo presente.
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