Él era actor. Lo cual le agregaba un valor singular. Hubiera podido ser un gran médico o un político refutado. Pero le faltó estómago para lo primero y escrúpulos para lo segundo.

Ella era soprano. Tenía el cabello renegrido y los ojos tan azules y profundos como el Mediterráneo.

Él había nacido en la misma tierra de San Francisco. Tal vez por eso era increíblemente honesto, ingenuo y alternativamente tímido y audaz según la circunstancia.

Ella, había visto la luz en la Venecia de Marco Polo y Casanova. Por eso era consentida, linda, coqueta, orgullosa, inteligente y buena cantante.

Él había dejado Italia a los dos años, junto a sus padres campesinos y a 11 hermanos artistas.

Ella se había exiliado después de la Primera Guerra, junto a su padre contador y a su hermano aventurero.

Él era estúpidamente sensato.

Ella, crudamente realista.

Se conocieron casi por casualidad un verano de 1935. Él se emocionó hasta las lágrimas cuando la escuchó cantar “La Traviata” en el teatro de Tafí Viejo. Y soñó con estudiar canto para poder ser su partenaire.

Ella se derritió sin remedio cuando lo vio en “Sueño de una noche de verano”, y hasta fantaseó con ser Titania.

Él no tardó en cortejarla. Ella no dudó en dejarse cortejar.

Él creyó que tocaba el cielo con las manos. Ella, que tenía todo por delante.

Pero ninguno esperaba la furiosa oposición del padre de ella, que pretendía para su hija un candidato con más abolengo.

Él se volvió loco cuando le prohibieron verla. Y ella lloró hasta la demencia cuando su padre la confinó al altillo.

El, no obstante, tramó un plan desesperado. Y ella lo cumplió.

Ambos se fugaron la mañana del 30 de julio de 1934 y, se casaron en el registro civil de San Miguel de Tucumán con el auxilio de dos testigos. El escándalo no tardó en expandirse: “La soprano se fugó con el actor”, decía el diario del pueblo. Pero ambos, a pesar de todo, fueron felices.

Él era actor. Inteligente, dulce, tierno y simple. Ella era soprano. Vanidosa, consentida, linda y luchadora. Él y ella eran mis abuelos y hoy, a 80 años de ese escándalo, les rindo este homenaje tardío y secreto con la esperanza de que sea, también, su redención.

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