Por Gabriela Baigorrí
21 Julio 2014
“Yo no sé si saldrá por dentro o por fuera del Partido Justicialista (PJ)”. Así sonó el primer portazo político del alperovichismo al intendente capitalino Domingo Amaya. Sí, el oficialismo provincial le cerró las puertas durante la semana que se fue. “Claro que será un buen candidato”, lanzó también el titular del Ejecutivo, José Alperovich. Inmediatamente dejó claro en sólo 19 palabras que no está en sus planes -si es que alguna vez lo estuvo- que el apellido Amaya se estampe en la boleta que llegará a las primarias de 2015 con su “bendición”.
Sólo restaba ese ¡plaf! para formalizar el divorcio dirigencial. Sucede que en la Casa de Gobierno no ha pasado inadvertido el histeriqueo del amayismo. Ese “te critico pero no te critico” que ha crecido gradualmente desde las elecciones a diputado del año pasado, en el que se quedó excluido de la nómina oficial.
Los oídos del entorno gubernamental habían prestado atención primero, a los dirigentes de 9 de Julio y Lavalle, y luego, a Amaya. El secretario de Gobierno municipal, Germán Alfaro, había sido el blanco de preferencia en la diana para dardos instalada en los pasillos de la Casa de Gobierno. Allí están convencidos de que es quien regula la intensidad de las “embestidas”. Aunque tampoco es que las críticas de legisladores y concejales al modo de hacer política del alperovichismo hayan caído mejor.
Las pintadas “Amaya 2015”. Los cuestionamientos a la distribución de módulos habitacionales y por la falta de netbooks para las escuelas municipales. El coqueteo con el opositor José Cano. Los picantes cruces por la deuda de la Ciudad. Los cuestionamientos a los montos del Pacto Social. La gestiones de obras directo con la Nación. Todo sumó para empujar la puerta.
Los ojos, sin embargo, están ahora sobre Amaya. El jefe municipal ya avisó públicamente que no irá segundo, que quiere “seguir estando” y que si la gente lo acompaña, estaría “encantado” de ser gobernador. Además, viene repitiendo que se pueden transformar las realidades “sin hacer politiquería” y que se necesitan nuevas políticas para generar empleo genuino. Un mensaje con la mirada puesta en San Martín y 25 de Mayo. Sucede que puertas adentro, en el Municipio ya se trabaja en la antesala de la campaña.
La espera y ese histeriqueo de los miembros del amayismo están fundados. No quieren que la Ciudad se convierta en otra Famaillá. Al intendente massista, Enrique Orellana, el alperovichismo le está haciendo entender que su “traición” se traduce en recortes de beneficios y en el fortalecimiento de disidentes locales. Sería ingenuo pensar que el oficialismo gubernamental se quedaría en calma ante las actitudes de los municipales. El clon remozado del programa “Municipio en los Barrios” –llamado “Tucumán en Acción”- y la nueva Secretaría de Saneamiento han sido sólo preavisos, advierten altas fuentes alperovichistas.
A esto se suma que, con tantos dirigentes peleando por tan pocos espacios, el año electoral promete convertir la capital -una jurisdicción que en las últimas elecciones no eligió al oficialismo- en un tablero marcado por cruentas pujas territoriales. Los opositores del Acuerdo Cívico y Social -triunfadores en octubre pasado, el massismo, los oficialistas del alperovichismo y el amayismo pelearán cuadra por cuadra.
Con las cartas sobre la mesa, ¿cómo seguirá la interna? En la Provincia se entusiasman con dos opciones: que la separación sea definitiva y termine como la experiencia jurista o bien que Amaya vuelva al calor de la gestión y se conforme con otra candidatura. La consagración de Amaya no aparece entre sus previsiones. En el Municipio, en cambio, están envalentonados con lanzarse de una vez y en capitalizar “el fin de ciclo”. Esperan que Amaya llegue en un año y medio al sillón de Lucas Córdoba como una cara conciliadora y encarnando una síntesis del peronismo tradicional y del kirchnerismo.
Sólo restaba ese ¡plaf! para formalizar el divorcio dirigencial. Sucede que en la Casa de Gobierno no ha pasado inadvertido el histeriqueo del amayismo. Ese “te critico pero no te critico” que ha crecido gradualmente desde las elecciones a diputado del año pasado, en el que se quedó excluido de la nómina oficial.
Los oídos del entorno gubernamental habían prestado atención primero, a los dirigentes de 9 de Julio y Lavalle, y luego, a Amaya. El secretario de Gobierno municipal, Germán Alfaro, había sido el blanco de preferencia en la diana para dardos instalada en los pasillos de la Casa de Gobierno. Allí están convencidos de que es quien regula la intensidad de las “embestidas”. Aunque tampoco es que las críticas de legisladores y concejales al modo de hacer política del alperovichismo hayan caído mejor.
Las pintadas “Amaya 2015”. Los cuestionamientos a la distribución de módulos habitacionales y por la falta de netbooks para las escuelas municipales. El coqueteo con el opositor José Cano. Los picantes cruces por la deuda de la Ciudad. Los cuestionamientos a los montos del Pacto Social. La gestiones de obras directo con la Nación. Todo sumó para empujar la puerta.
Los ojos, sin embargo, están ahora sobre Amaya. El jefe municipal ya avisó públicamente que no irá segundo, que quiere “seguir estando” y que si la gente lo acompaña, estaría “encantado” de ser gobernador. Además, viene repitiendo que se pueden transformar las realidades “sin hacer politiquería” y que se necesitan nuevas políticas para generar empleo genuino. Un mensaje con la mirada puesta en San Martín y 25 de Mayo. Sucede que puertas adentro, en el Municipio ya se trabaja en la antesala de la campaña.
La espera y ese histeriqueo de los miembros del amayismo están fundados. No quieren que la Ciudad se convierta en otra Famaillá. Al intendente massista, Enrique Orellana, el alperovichismo le está haciendo entender que su “traición” se traduce en recortes de beneficios y en el fortalecimiento de disidentes locales. Sería ingenuo pensar que el oficialismo gubernamental se quedaría en calma ante las actitudes de los municipales. El clon remozado del programa “Municipio en los Barrios” –llamado “Tucumán en Acción”- y la nueva Secretaría de Saneamiento han sido sólo preavisos, advierten altas fuentes alperovichistas.
A esto se suma que, con tantos dirigentes peleando por tan pocos espacios, el año electoral promete convertir la capital -una jurisdicción que en las últimas elecciones no eligió al oficialismo- en un tablero marcado por cruentas pujas territoriales. Los opositores del Acuerdo Cívico y Social -triunfadores en octubre pasado, el massismo, los oficialistas del alperovichismo y el amayismo pelearán cuadra por cuadra.
Con las cartas sobre la mesa, ¿cómo seguirá la interna? En la Provincia se entusiasman con dos opciones: que la separación sea definitiva y termine como la experiencia jurista o bien que Amaya vuelva al calor de la gestión y se conforme con otra candidatura. La consagración de Amaya no aparece entre sus previsiones. En el Municipio, en cambio, están envalentonados con lanzarse de una vez y en capitalizar “el fin de ciclo”. Esperan que Amaya llegue en un año y medio al sillón de Lucas Córdoba como una cara conciliadora y encarnando una síntesis del peronismo tradicional y del kirchnerismo.