Por Soledad Nucci
28 Septiembre 2014
La tierra donde el alma se expresa con las manos
En la ciudad pedemontana abundan los talleres artísticos. Dicen los adeptos que el entorno los inspira. “Yerba Buena es una musa”, reflexiona Rubén Kempa. “Aquí hay una valoración del tiempo libre”, añade Mariana del Río. “Se observa una efervescencia de la actividad”, prosigue Florencia Ortiz Mayor, directora de la Casa de la Cultura.
LA RUTA DE LA CREATIVIDAD. En la calle Ituzaingó, en el jardín de su casa, el maestro Aníbal Fernández instruye a sus pupilos. la gaceta/foto de ines quinteros orio
Sentada en una oficina en penumbras, Florencia Ortiz Mayor entrecierra los ojos para leer las letras pequeñas del recorte de un diario, mientras desplaza su dedo índice por el papel, a fin de no perder el hilo de la lectura. “En esta nota”, dice, sin quitar la vista del artículo, “nos entrevistaron a mi marido y a mí. Era 1979, y habíamos abierto nuestro primer taller de pintura. En esa época, era poco común. Hoy, hay una efervescencia de la actividad”.
Florencia -58 años, directora de la Casa de la Cultura y del Bicentario de Yerba Buena, licenciada en artes y esposa del pintor Aníbal Fernández- piensa que en los últimos tiempos muchas personas se han entusiasmado con los talleres artísticos, y han hecho que se cuenten de a decenas en esa ciudad.
No obstante el borboteo, la comarca ha sido siempre cuna de afamados pintores, como los fallecidos Luis Lobo de la Vega, Aurelio Salas, Timoteo Navarro y Juan Bautista Gatti, entre otros. Y eso se debe, conjetura Florencia, al poder de la naturaleza. “Es lo que genera este territorio: amantes suyos, que, alejados de los enriedos urbanos, pintan el paraíso que los envuelve”.
El pintor Rubén Kempa también se ha obsesionado con el entorno. De hecho, uno de sus talleres está situado en el corazón de El Corte, en los tobillos del cerro San Javier. En ocasiones, cuando llueve, el terreno se torna caprichoso, y es difícil acceder hasta la casona moderna en la que instruye y vive. Pero es allí donde él y sus alumnos (en su mayoría, mujeres), sueltan las riendas de la creatividad. ¡Y cómo no hacerlo! Si uno se para en cualquier punto y gira sobre sí mismo, sólo observa árboles. Árboles. Y más árboles. “Yerba Buena es una musa”, dice Kempa.
Según él, la ciudad ofrece la inspiración que necesita un artista. Por eso -cree-, la producción es fecunda. Sin embargo, acota que es necesario que se organice una serie de circuitos para mostrar las obras.
Otra tallerista, Mariana del Río, sostiene que los yerbabuenenses se dan espacio para los quehaceres lúdicos.”Hay una valoración del tiempo libre. Lo cual se evidencia en el desarrollo de las actividades ligadas a la cultura y al deporte”, opina.
Su escuela es particular, puesto que está dirigida a niños. A veces, las clases transcurren en los jardines de su casa, en la zona serrana de La Rinconada. “Es un hermoso espacio para que los chicos se expresen. Y la naturaleza influye. Dios es el pintor perfecto, que nos regaló este lugar”.
Aníbal Fernández -un artista figurativo de larga trayectoria en la provincia, que a menudo dicta también cursos de creatividad- estima que el entorno ayuda a transitar el proceso creativo. “La creación es un atributo humano, y depende de cada uno poder desarrollarla”, reflexiona.
Los beneficios de pintar
Desde la perspectiva de los pupilos, se podría decir que pintan porque les da placer, porque se distraen y porque se divierten, entre varios motivos. Alejandra de Varani, por ejemplo, cuenta que, cuando pinta, se conecta con el “momento presente”. Valeria Córdoba asegura que puede pasarse horas delante de un bastidor. “Me produce alegría”, justifica. Eugenia Prioris va más allá, y asegura que lo hace para salvarse. “He encontrado en la pintura un elemento salvador. Salvador de las cosas de la vida que no son lindas”, medita.
El pintor Juan Ignacio Turbay -32 años y muchos caminos andados- les da crédito, en cierto sentido, a los dichos de las aprendices. El piensa que hay una “sensibilidad artística” muy marcada en Yerba Buena. Pero cree que esa tendencia debería estar mejor orientada. “Muchas personas concurren a los talleres, pero falta que esas escuelas se profesionalicen”, apunta.
Justamente, es tal abudancia, que desde la Dirección de Cultura se encuentan dedicados a la elaboración de un registro de talleres. Entre los pintores en actividad, se puede mencionar a Turbay, Fernández, Del Río, Kempa, Ortiz Mayor, Felipe Catalán Terrazas, Guillermo Gerineau, Francisco “Pancho” Juliá, Teresa Vidal, Blanca Machuca y Mario López, Carlos Calvo, Valeria Dicker, María Elena Lemme, Virgilio Nougués y Graciela Orzali de Brown, entre muchos otros.
Como decía Pablo Picasso, la inspiración existe. Pero tiene que encontrarte trabajando.
Diábolicas acuarelas
El artista Felipe Catalán Terrazas, boliviano radicado en Salta, dicta un taller en Yerba Buena, una vez a la semana, en el primer piso del Shopping de Yerba Buena, para un puñado de estusiastas aprendices, que por estos días mostraron sus creaciones en la Casa de la Cultura del Bicentenario. “Vincent Van Gogh decía que las acuarelas son diabólicas, y por eso evitaba usar esa técnica. Yo, más bien, creo que son divinas, porque nos permiten remontarnos a nuestra infancia. De hecho, la función del arte es justamente esa: permitir que nos conectemos con nosotros mismos”, dice.
Florencia -58 años, directora de la Casa de la Cultura y del Bicentario de Yerba Buena, licenciada en artes y esposa del pintor Aníbal Fernández- piensa que en los últimos tiempos muchas personas se han entusiasmado con los talleres artísticos, y han hecho que se cuenten de a decenas en esa ciudad.
No obstante el borboteo, la comarca ha sido siempre cuna de afamados pintores, como los fallecidos Luis Lobo de la Vega, Aurelio Salas, Timoteo Navarro y Juan Bautista Gatti, entre otros. Y eso se debe, conjetura Florencia, al poder de la naturaleza. “Es lo que genera este territorio: amantes suyos, que, alejados de los enriedos urbanos, pintan el paraíso que los envuelve”.
El pintor Rubén Kempa también se ha obsesionado con el entorno. De hecho, uno de sus talleres está situado en el corazón de El Corte, en los tobillos del cerro San Javier. En ocasiones, cuando llueve, el terreno se torna caprichoso, y es difícil acceder hasta la casona moderna en la que instruye y vive. Pero es allí donde él y sus alumnos (en su mayoría, mujeres), sueltan las riendas de la creatividad. ¡Y cómo no hacerlo! Si uno se para en cualquier punto y gira sobre sí mismo, sólo observa árboles. Árboles. Y más árboles. “Yerba Buena es una musa”, dice Kempa.
Según él, la ciudad ofrece la inspiración que necesita un artista. Por eso -cree-, la producción es fecunda. Sin embargo, acota que es necesario que se organice una serie de circuitos para mostrar las obras.
Otra tallerista, Mariana del Río, sostiene que los yerbabuenenses se dan espacio para los quehaceres lúdicos.”Hay una valoración del tiempo libre. Lo cual se evidencia en el desarrollo de las actividades ligadas a la cultura y al deporte”, opina.
Su escuela es particular, puesto que está dirigida a niños. A veces, las clases transcurren en los jardines de su casa, en la zona serrana de La Rinconada. “Es un hermoso espacio para que los chicos se expresen. Y la naturaleza influye. Dios es el pintor perfecto, que nos regaló este lugar”.
Aníbal Fernández -un artista figurativo de larga trayectoria en la provincia, que a menudo dicta también cursos de creatividad- estima que el entorno ayuda a transitar el proceso creativo. “La creación es un atributo humano, y depende de cada uno poder desarrollarla”, reflexiona.
Los beneficios de pintar
Desde la perspectiva de los pupilos, se podría decir que pintan porque les da placer, porque se distraen y porque se divierten, entre varios motivos. Alejandra de Varani, por ejemplo, cuenta que, cuando pinta, se conecta con el “momento presente”. Valeria Córdoba asegura que puede pasarse horas delante de un bastidor. “Me produce alegría”, justifica. Eugenia Prioris va más allá, y asegura que lo hace para salvarse. “He encontrado en la pintura un elemento salvador. Salvador de las cosas de la vida que no son lindas”, medita.
El pintor Juan Ignacio Turbay -32 años y muchos caminos andados- les da crédito, en cierto sentido, a los dichos de las aprendices. El piensa que hay una “sensibilidad artística” muy marcada en Yerba Buena. Pero cree que esa tendencia debería estar mejor orientada. “Muchas personas concurren a los talleres, pero falta que esas escuelas se profesionalicen”, apunta.
Justamente, es tal abudancia, que desde la Dirección de Cultura se encuentan dedicados a la elaboración de un registro de talleres. Entre los pintores en actividad, se puede mencionar a Turbay, Fernández, Del Río, Kempa, Ortiz Mayor, Felipe Catalán Terrazas, Guillermo Gerineau, Francisco “Pancho” Juliá, Teresa Vidal, Blanca Machuca y Mario López, Carlos Calvo, Valeria Dicker, María Elena Lemme, Virgilio Nougués y Graciela Orzali de Brown, entre muchos otros.
Como decía Pablo Picasso, la inspiración existe. Pero tiene que encontrarte trabajando.
Diábolicas acuarelas
El artista Felipe Catalán Terrazas, boliviano radicado en Salta, dicta un taller en Yerba Buena, una vez a la semana, en el primer piso del Shopping de Yerba Buena, para un puñado de estusiastas aprendices, que por estos días mostraron sus creaciones en la Casa de la Cultura del Bicentenario. “Vincent Van Gogh decía que las acuarelas son diabólicas, y por eso evitaba usar esa técnica. Yo, más bien, creo que son divinas, porque nos permiten remontarnos a nuestra infancia. De hecho, la función del arte es justamente esa: permitir que nos conectemos con nosotros mismos”, dice.