Por Álvaro José Aurane
18 Octubre 2014
De todos los días posibles de este año, eligieron el de ayer. El Día de la Lealtad Peronista fue la fecha agendada para el encuentro entre el ministro de Economía de la Nación, Axel Kicillof, que se reivindica marxista en su formación académica, y el gobernador de Tucumán, José Alperovich, que cubre con un manto de silencio su juvenil militancia en la izquierda tucumana. Que dos autoridades formadas en las ciencias económicas (y llegadas hace un ratito al justicialismo) se reunieran durante la celebración del día más político de nuestros últimos 69 años (el día más peronista de la argentinidad), es una demostración cabal de que la ironía es la gula de la historia. Porque, como si todos estos signos no bastaran para la parodia, el mandatario provincial no fue a buscar plata del titular del palacio de Hacienda. Oficialmente, fue a gestionar la autorización para tomar un préstamo de $ 400 millones, pero lo que el gobernante fue a solicitar, en verdad, es crédito político.
El Estado tucumano no necesita hoy esos $ 400 millones. Lo reconoce el mismísimo mandatario: él ha dicho que quiere contar con esos recursos por las dudas. ¿Quiere pagar intereses a la banca privada, mientras atesora dinero que se devalúa diariamente con un ritmo inflacionario del 30% anual, por las dudas?
Tampoco la Provincia necesitará ese dinero el año próximo. Lo reconocen las mismísimas cuentas públicas. El Presupuesto 2014 ampliado es de $ 24.600 millones; y el proyecto de Presupuesto 2015, que se remitirá en breve a la Legislatura, rondará los $ 30.000 millones. O sea, los $ 400 millones del crédito, que la Casa de Gobierno presenta formalmente como un conjuro contra un eventual déficit de caja, equivalen al insignificante 1,3% de gastos previstos para el año que viene. Cuando ese Presupuesto provincial se amplíe, como ocurre cada septiembre, el porcentaje quedará reducido a decimales. Pero en lugar de corregir la partida general de egresos del año próximo en un ridículo 1%, a fines de evitar el fantasmagórico déficit, ¿van a tomar un crédito?
El gesto
No es el Estado sino Alperovich el que necesita pedirle a la Nación que lo autorice a tomar el crédito. Por un lado, en el solo hecho de realizar esos trámites, el gobernador ensaya un mensaje hacia los gremios tucumanos: no pidan pagos “extra” de fin de año y bajen las expectativas respecto de las paritarias del año que viene porque las cuentas están muy ajustadas. Por otra parte, el gobernador le requirió a la Nación un gesto de lealtad política. Una prueba de amor oficialista.
Precisamente, como los recursos del crédito no son un necesidad, conseguirlos le reportarían al alperovichismo un margen de maniobra excepcional para el 2015 electoral. Todo cuanto ocurra el año que se viene se traducirá en términos comiciales, ya sea que se trate de subsidios entregados con fines clientelares o de obra pública “de bajo impacto” que se inaugure con fines proselitistas. Si el oficialismo necesita repetir los 400.000 sufragios de octubre para retener el poder (previa consagración del gobernador como senador), conseguir los $ 400 millones para libre disponibilidad significaría arrancar el tramo 2015 de la campaña con una “inversión” inicial de $ 1.000 para cada uno de esos votos por fidelizar. Todo pago en los impuestos de los tucumanos.
Pero no es tan sencillo. Según las fuentes del palacio, Alperovich viajó sin más expectativas que las estrictamente necesarias. Es que, en rigor, el mandatario no fue a gestionar la autorización nacional para tomar deuda, sino a seguir gestionándola. La Legislatura avaló que la Casa de Gobierno tome deuda por $ 400 millones mediante la Ley 8.495, promulgada en mayo de 2012. Es decir, desde hace dos años y medio el oficialismo tucumano pide a la Casa Rosada que le permita tomar el préstamo (desde el menemato, le está vedado a los bancos privados prestar dinero a las provincias, salvo un aval federal expreso). A la mejor respuesta la consiguió hace 24 meses, cuando el kirchnerismo hizo saber que, a lo sumo, podría autorizar que tomara $ 100 millones. Una manera más o menos elegante de decir “no”.
El chantaje
¿Por qué viene diciendo “no” la Nación? Porque no quiere un Alperovich liberado de compromisos. Todas las lecturas oficialistas confluyen en la misma certeza. Los técnicos sostienen que la Casa Rosada monitorea las cuentas de la Provincia y que los números de las finanzas públicas locales expresan que a Tucumán no le hace falta endeudarse. Pero no alcanzan a responder por qué el Gobierno central no le permite holgura a bajo costo al gobernante vernáculo. Justamente, los kirchneristas fanatizados sostienen que Alperovich no es el más fiel de los gobernadores: es un hecho que recibe al bonaerense Daniel Scioli y señora con pompa y fanfarria; es un rumor insoportablemente reiterativo que cena furtivamente con el porteño Mauricio Macri en la casa de uno de los que quieren heredar el sillón de Lucas Córdoba; comparte encuestador con el tigrense Sergio Massa; inaugura obras ferroviarias con Florencio Randazzo; recibe en su casa a Julián Domínguez... Si los cuestionamientos no son contra uno sino contra todos, queda claro que a Cristina y compañía le indigna que haya tanto funcionario tratando de sobrevivirla.
Pero con independencia de lo desquiciado del oculto deseo de la colectividad pingüinista de que todos los que llegaron con los Kirchner se fueran con ellos (acaso, el único anhelo con el cual la Casa Rosada se reconciliaría con millones de argentinos), el gobernador tucumano ha tomado nota. En vísperas del Día de la Lealtad, Alperovich decidió ser desleal con su compromiso ante los votantes. A cambio de mendicar votos para el kirchnerismo, amenazó a sus comprovincianos con que no habrá más obras si triunfa democráticamente la oposición en las urnas. Ese chantaje barato oficializó que él no quería que la provincia despegara, como tanto prometió, sino que sólo buscaba reducirla a un feudo hipotecado, que siguiera rindiendo arrodillada pleitesía a cambio de las migajas federales. Nada es para los tucumanos, todo es para el patrón de turno.
Por cierto, si el castigo a la desobediencia electoral será que ya no haya más infraestructura pública como la actual, puede que nadie se sienta intimidado: la obra con la que el gobernador buscó trascender, Lomás de Tafí, es una pequeña ciudad sin agua. Por mucho menos, nuestros ancestros mudaron Ibatín.
La ofrenda
El apriete a lo “kirchnerismo o muerte” del gobernador motivó repulsa nacional y con ese flagelo como ofrenda sacrificial, el jefe de Estado marchó a Buenos Aires a pedir, por “N” vez, que lo dejen tomar el crédito. El momento no es casual. Se da luego de que la Presidenta decidiera aumentar el subsidio del plan Argentina Trabaja en un 30%, para llevarlo a $ 2.600 mensuales. Lo cual, en la lectura alperovichista, se traduce en que la Nación sí tiene plata y la está gastando a raudales “por abajo”. En todo caso, por allí debería transitar la preocupación opositora: no por el objeto del gasto (Tucumán fue provincia piloto para la prueba del Argentina Trabaja porque aquí los niños se morían de hambre durante el mirandismo pre alperovichista), sino por la naturaleza de los recursos que se gastan. Dicho de otro modo: en el fin de ciclo, hay kirchneristas que se animan a decir que con U$S 10.000 millones de reservas en el Banco Central de la República Argentina igual se puede gobernar. Con el agravante de que no son opositores los que denuncian que el Gobierno tiene esa peligrosa idea, sino que son oficialistas los que admiten, alarmados, que han escuchado hablar de eso.
Ese sí será un drama existencial para el próximo gobierno, y no el endeudamiento, del que la oposición habla en piloto automático. Gracias a las refinanciaciones a 15 años y con una tasa del 6% anual, Alperovich recibió una deuda pública ($ 3.000 millones), que superaba el Presupuesto de la Provincia ($ 2.000 millones). Hoy, el pasivo ($ 4.500 millones) representa el 20% de la partida anual de gastos ($ 24.600 millones). Es como haber tenido una deuda equivalente a un sueldo y medio, que luego terminó representando menos de la mitad del medio aguinaldo. En todo caso, el interrogante que cabe es por qué este Gobierno, que a fin de año habrá administrado $ 105.000 millones en presupuestos durante 11 años, no deja más obra pública que el cordón cuneta (escuelas, rutas, viviendas y hospitales han sido financiados por la Nación) y, además, ha incrementado la deuda pública en un 50%.
Otro “no” de la Nación (y por “no” se entiende en este caso cualquier respuesta que no sea “sí”, por más disfrazada de alternativa que se presente) sólo será un “no” político. Uno que también le sirve a Alperovich, para cuando el kirchnerismo en estampida venga a exigirle lugares en las listas de candidatos nacionales y provinciales, como tantas veces lo hizo antes. Pero sobre todo, para cuando la Casa Rosada intente decirle a qué candidato presidencial apoyar, y a cuál no. Porque si la Nación no accede, el gobernador tendrá derecho a pedir crédito político en otra parte. Eso sí, los costos van a ser altos y la campaña en la Provincia se tornará dura, pero esa todavía es una opción para el oficialismo gracias que la oposición hace gala, por estas horas, de una hoguera de vanidades. Todo se reduce, entre los adversarios más encumbrados del Gobierno, a una competencia para ver quién tiene más grande la soberbia. Y a Alperovich, ni siquiera en el PJ, le han hecho un regalo tan ventajoso para el Día de la Lealtad.
El Estado tucumano no necesita hoy esos $ 400 millones. Lo reconoce el mismísimo mandatario: él ha dicho que quiere contar con esos recursos por las dudas. ¿Quiere pagar intereses a la banca privada, mientras atesora dinero que se devalúa diariamente con un ritmo inflacionario del 30% anual, por las dudas?
Tampoco la Provincia necesitará ese dinero el año próximo. Lo reconocen las mismísimas cuentas públicas. El Presupuesto 2014 ampliado es de $ 24.600 millones; y el proyecto de Presupuesto 2015, que se remitirá en breve a la Legislatura, rondará los $ 30.000 millones. O sea, los $ 400 millones del crédito, que la Casa de Gobierno presenta formalmente como un conjuro contra un eventual déficit de caja, equivalen al insignificante 1,3% de gastos previstos para el año que viene. Cuando ese Presupuesto provincial se amplíe, como ocurre cada septiembre, el porcentaje quedará reducido a decimales. Pero en lugar de corregir la partida general de egresos del año próximo en un ridículo 1%, a fines de evitar el fantasmagórico déficit, ¿van a tomar un crédito?
El gesto
No es el Estado sino Alperovich el que necesita pedirle a la Nación que lo autorice a tomar el crédito. Por un lado, en el solo hecho de realizar esos trámites, el gobernador ensaya un mensaje hacia los gremios tucumanos: no pidan pagos “extra” de fin de año y bajen las expectativas respecto de las paritarias del año que viene porque las cuentas están muy ajustadas. Por otra parte, el gobernador le requirió a la Nación un gesto de lealtad política. Una prueba de amor oficialista.
Precisamente, como los recursos del crédito no son un necesidad, conseguirlos le reportarían al alperovichismo un margen de maniobra excepcional para el 2015 electoral. Todo cuanto ocurra el año que se viene se traducirá en términos comiciales, ya sea que se trate de subsidios entregados con fines clientelares o de obra pública “de bajo impacto” que se inaugure con fines proselitistas. Si el oficialismo necesita repetir los 400.000 sufragios de octubre para retener el poder (previa consagración del gobernador como senador), conseguir los $ 400 millones para libre disponibilidad significaría arrancar el tramo 2015 de la campaña con una “inversión” inicial de $ 1.000 para cada uno de esos votos por fidelizar. Todo pago en los impuestos de los tucumanos.
Pero no es tan sencillo. Según las fuentes del palacio, Alperovich viajó sin más expectativas que las estrictamente necesarias. Es que, en rigor, el mandatario no fue a gestionar la autorización nacional para tomar deuda, sino a seguir gestionándola. La Legislatura avaló que la Casa de Gobierno tome deuda por $ 400 millones mediante la Ley 8.495, promulgada en mayo de 2012. Es decir, desde hace dos años y medio el oficialismo tucumano pide a la Casa Rosada que le permita tomar el préstamo (desde el menemato, le está vedado a los bancos privados prestar dinero a las provincias, salvo un aval federal expreso). A la mejor respuesta la consiguió hace 24 meses, cuando el kirchnerismo hizo saber que, a lo sumo, podría autorizar que tomara $ 100 millones. Una manera más o menos elegante de decir “no”.
El chantaje
¿Por qué viene diciendo “no” la Nación? Porque no quiere un Alperovich liberado de compromisos. Todas las lecturas oficialistas confluyen en la misma certeza. Los técnicos sostienen que la Casa Rosada monitorea las cuentas de la Provincia y que los números de las finanzas públicas locales expresan que a Tucumán no le hace falta endeudarse. Pero no alcanzan a responder por qué el Gobierno central no le permite holgura a bajo costo al gobernante vernáculo. Justamente, los kirchneristas fanatizados sostienen que Alperovich no es el más fiel de los gobernadores: es un hecho que recibe al bonaerense Daniel Scioli y señora con pompa y fanfarria; es un rumor insoportablemente reiterativo que cena furtivamente con el porteño Mauricio Macri en la casa de uno de los que quieren heredar el sillón de Lucas Córdoba; comparte encuestador con el tigrense Sergio Massa; inaugura obras ferroviarias con Florencio Randazzo; recibe en su casa a Julián Domínguez... Si los cuestionamientos no son contra uno sino contra todos, queda claro que a Cristina y compañía le indigna que haya tanto funcionario tratando de sobrevivirla.
Pero con independencia de lo desquiciado del oculto deseo de la colectividad pingüinista de que todos los que llegaron con los Kirchner se fueran con ellos (acaso, el único anhelo con el cual la Casa Rosada se reconciliaría con millones de argentinos), el gobernador tucumano ha tomado nota. En vísperas del Día de la Lealtad, Alperovich decidió ser desleal con su compromiso ante los votantes. A cambio de mendicar votos para el kirchnerismo, amenazó a sus comprovincianos con que no habrá más obras si triunfa democráticamente la oposición en las urnas. Ese chantaje barato oficializó que él no quería que la provincia despegara, como tanto prometió, sino que sólo buscaba reducirla a un feudo hipotecado, que siguiera rindiendo arrodillada pleitesía a cambio de las migajas federales. Nada es para los tucumanos, todo es para el patrón de turno.
Por cierto, si el castigo a la desobediencia electoral será que ya no haya más infraestructura pública como la actual, puede que nadie se sienta intimidado: la obra con la que el gobernador buscó trascender, Lomás de Tafí, es una pequeña ciudad sin agua. Por mucho menos, nuestros ancestros mudaron Ibatín.
La ofrenda
El apriete a lo “kirchnerismo o muerte” del gobernador motivó repulsa nacional y con ese flagelo como ofrenda sacrificial, el jefe de Estado marchó a Buenos Aires a pedir, por “N” vez, que lo dejen tomar el crédito. El momento no es casual. Se da luego de que la Presidenta decidiera aumentar el subsidio del plan Argentina Trabaja en un 30%, para llevarlo a $ 2.600 mensuales. Lo cual, en la lectura alperovichista, se traduce en que la Nación sí tiene plata y la está gastando a raudales “por abajo”. En todo caso, por allí debería transitar la preocupación opositora: no por el objeto del gasto (Tucumán fue provincia piloto para la prueba del Argentina Trabaja porque aquí los niños se morían de hambre durante el mirandismo pre alperovichista), sino por la naturaleza de los recursos que se gastan. Dicho de otro modo: en el fin de ciclo, hay kirchneristas que se animan a decir que con U$S 10.000 millones de reservas en el Banco Central de la República Argentina igual se puede gobernar. Con el agravante de que no son opositores los que denuncian que el Gobierno tiene esa peligrosa idea, sino que son oficialistas los que admiten, alarmados, que han escuchado hablar de eso.
Ese sí será un drama existencial para el próximo gobierno, y no el endeudamiento, del que la oposición habla en piloto automático. Gracias a las refinanciaciones a 15 años y con una tasa del 6% anual, Alperovich recibió una deuda pública ($ 3.000 millones), que superaba el Presupuesto de la Provincia ($ 2.000 millones). Hoy, el pasivo ($ 4.500 millones) representa el 20% de la partida anual de gastos ($ 24.600 millones). Es como haber tenido una deuda equivalente a un sueldo y medio, que luego terminó representando menos de la mitad del medio aguinaldo. En todo caso, el interrogante que cabe es por qué este Gobierno, que a fin de año habrá administrado $ 105.000 millones en presupuestos durante 11 años, no deja más obra pública que el cordón cuneta (escuelas, rutas, viviendas y hospitales han sido financiados por la Nación) y, además, ha incrementado la deuda pública en un 50%.
Otro “no” de la Nación (y por “no” se entiende en este caso cualquier respuesta que no sea “sí”, por más disfrazada de alternativa que se presente) sólo será un “no” político. Uno que también le sirve a Alperovich, para cuando el kirchnerismo en estampida venga a exigirle lugares en las listas de candidatos nacionales y provinciales, como tantas veces lo hizo antes. Pero sobre todo, para cuando la Casa Rosada intente decirle a qué candidato presidencial apoyar, y a cuál no. Porque si la Nación no accede, el gobernador tendrá derecho a pedir crédito político en otra parte. Eso sí, los costos van a ser altos y la campaña en la Provincia se tornará dura, pero esa todavía es una opción para el oficialismo gracias que la oposición hace gala, por estas horas, de una hoguera de vanidades. Todo se reduce, entre los adversarios más encumbrados del Gobierno, a una competencia para ver quién tiene más grande la soberbia. Y a Alperovich, ni siquiera en el PJ, le han hecho un regalo tan ventajoso para el Día de la Lealtad.