“¡Abuelita, llegó una carta para vos!”

Les leen cartas a los ancianos de los hogares. Les cantan y hasta los hacen bailar

MOMENTOS COMPARTIDOS. Un grupo de voluntarios alegra la tarde de los residentes de un hogar. la gaceta  / foto de Diego Aráoz MOMENTOS COMPARTIDOS. Un grupo de voluntarios alegra la tarde de los residentes de un hogar. la gaceta / foto de Diego Aráoz
24 Diciembre 2014
No te conozco y aún así le agradezco a Dios por tu vida. Por tus manos cansadas y arrugadas, que espero hayan recibido muchas caricias y mucho amor este día...” La carta, firmada simplemente por Ariane, empuja una lágrima en otro rostro anónimo, surcado, como todos los que están en el hogar. Escucha en silencio, con los ojos posados en cualquier parte y, por fin, sonríe ... ¿Se conocen? ¡No! El Mal de Alzheimer, con su enorme goma de borrar, no deja nada en pie. Las palabras vuelan del papel y van a anidar en cada corazón que encuentran abierto, sediento de un mensaje de cariño para esta Nochebuena.

Eso es “Momentos compartidos”: un espacio de encuentro entre unos que dan y otros que reciben amor y vuelven a dar. Este voluntariado creado por Stella Maris Quiroga nació en 2011. “Son espacios en los que contamos nuestras historias de vida , siempre con la presencia de la música y con expresión corporal. Pero esta vez hicimos algo distinto. Convocamos por Facebook a todos los que quisieran escribir una carta para algún abuelo o abuela de algún hogar. Ninguno de los dos, ni el que escribe ni el destinatario, se conoce pero el mensaje llega igual porque es de alma a alma”, explica Stella Maris, que ya ha leído más de 150 cartas en distintos hogares de ancianos. Unas tienen dibujos infantiles, otras letras de colores, brillantina, poesías ... cada uno le agrega lo que le sale del corazón.

En el hogar todos están reunidos en la sala de visitas, hay varios en silla de ruedas. Las paredes están cubiertas con dibujos hechos en el taller de plástica. “Ese anaranjado que está ahí, arriba, hice yo”, señala con el dedo Emma, una señora petisita y encorvada, con sonrisa de niña. ”Yo soy voluntaria aquí, me encargo de que todo esté en orden, de que nadie se pelee”, explica con un guiño.

María Adela Bigón de Quiroga, la mamá de Stella Maris, sujeta de una mano a Francisca y de la otra a Mercedes. Las dos están perdidas, se quejan, lloriquean, y por momento se pelean como si fueran niñas. Miran embelesadas a María Adela que les canta un tango. Si por un descuido ella las suelta de la mano, las dos vuelven a buscar las suyas casi instintivamente.

“Se vuelven como chicos, y la verdad es que algunos están muy solos porque la familia no los viene a visitar”, dice María Adela, que a pesar de sus 75 años y de tener una familia enorme, con siete hijos, 22 nietos y siete bisnietos, siempre está pensando en cómo ayudar a los demás. “Desde chica fui solidaria, pero en mi casa no me dejaban salir a ningún lado. Ni siquiera me dejaron seguir estudiando, porque me cuidaban mucho. Igual conocí al muchacho del frente y me casé. ¡Hace 56 años que estoy felizmente casada!”, cuenta con aspecto jovial, sin dejar de sonreír.

El grupo de “Momentos compartidos” (el grupo puede buscarse en Facebook) también está integrado por Mariana Carabajal, Silvia Quiroga, María José Rodríguez y el más pequeño, Santiaguito Véliz, de nueve años. Todos se toman de la mano y cantan: “Jesús, rey de bondad, bendice nuestra mesa y traenos la paz ...”. Desde sus sillas los ancianos sonríen y aplauden. “Siento que ellos pueden ser mis abuelos, los que ya no tengo, pero, a la vez, en ellos vemos el futuro que nos espera. Es una sensación rara pero llena de afecto”, reflexiona María José. “Al principio cuesta un poquito llegar ellos, porque nadie te conoce, pero después la música va abriendo las puertas”, dice.

Como en todos los grupos, hay un “gruñón”. Pablo se cruza de brazos y apoya la cabeza sobre la mesa. Cuando la música le gusta mucho vuelve a erguirse y mira un rato. Pero después le pide a la enfermera que lo lleve a la habitación o que haga callar a todos porque hacen mucho ruido.

Stella Maris se entera de que en una habitación de la casa hay una abuela de 101 años. Es italiana, le llaman “La Nona”. Stella entra sigilosamente. Ella está acostada en la cama perfectamente tendida, como si no ocupara lugar. Abre los ojos; balbucea algo sin cerrar la boca. “¡Abuela, ha llegado una carta para vos! Es de alguien que te quiere mucho!”. La Nona vuelve a abrir sus ojos nublados y esboza una última sonrisa, antes de volver a dormirse.

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