Probar suerte con el camino de los acuerdos

El momento histórico plantea la necesidad de dialogar y discutir sin exclusiones. Otros países lo hicieron y lograron superar sus crisis. MANUEL MORA Y ARAUJO | LA GACETA.

EL PUEBLO SE EXPRESÓ. La ciudadanía prende velas y “empuña” consignas en el velatorio del fiscal Alberto Nisman. dyn EL PUEBLO SE EXPRESÓ. La ciudadanía prende velas y “empuña” consignas en el velatorio del fiscal Alberto Nisman. dyn
01 Febrero 2015
La muerte del fiscal Alberto Nisman ha puesto en primer plano uno de los muchos problemas no resueltos que arrastra nuestro país: el de la justicia. Problema que se asocia al de la impunidad de acciones criminales y la falta de seguridad. Y, por otras conexiones, se asocia a nuestra política exterior y a debates sobre la inserción de la Argentina en el sistema internacional. Hay muchos temas en juego detrás de la muerte de Nisman.

La muerte siempre conmueve y en este caso, con sus repercusiones de asunto de Estado, conmueve aun más. ¿Qué podía esperarse ante el clima de conmoción que embarga a la sociedad desde el lunes 19 de enero? Obviamente, era esperable una reacción política. Nisman iba a presentar al Congreso una seria denuncia contra el Gobierno nacional, entonces, el caso dio de lleno en el plexo del Gobierno nacional. Además, la reacción de este complicó más las cosas: una sucesión de movimientos improvisados, y notorias discrepancias entre declaraciones durante los días que siguieron al hallazgo del cadáver no podían ayudar a calmar las inquietudes.

Cada uno de nosotros puede encontrar la frecuencia de onda que mejor sintoniza con su propia sensibilidad. En el ámbito mediático del país las hay para todos los gustos: el lado de folletín policial del caso; la política de seguridad; complejos asuntos relativos a la calidad de las instituciones; la inserción de los políticos en estos asuntos; los servicios de inteligencia del Estado; la política exterior en general; las relaciones con Irán en particular; el caso AMIA después de veinte años sin esclarecerse, y la brumosa red de personajes poco transparentes (en algunos casos, hasta alcanzar ribetes novelescos) que se mueven entre las trastiendas de los servicios de inteligencia y los pasillos de la Casa Rosada espiando, intrigando o conspirando. Todos los días puede leerse y oírse cuanto se quiera. El resultado es confusión y, además, poca serenidad.

Muchos argentinos nos sentimos preocupados; muchos salen a protestar; muchos caen en el escepticismo sobre el país, pero, en concreto, todavía no tenemos casi nada: expectativas de esclarecimiento de la muerte de Nisman -hasta ahora con pocos avances-; un proyecto de reforma de la inteligencia del Estado; reformas importantes en el Código Procesal Penal y una denuncia sobre responsabilidades del Gobierno en el manejo de la investigación del atentado contra la AMIA que todavía no recorrió el camino hasta el Congreso que había sido previsto para el 19 de enero. Todos son asuntos que, según como se resuelvan, tendrán consecuencias para el futuro del país.

Esto sucede en un año electoral. Por lo que parece verse estos días -cuando las aguas de la marea todavía no han decantado y retomado su cauce habitual-, el Gobierno nacional seguramente pagará algún precio político y los sectores opositores no capitalizarán ningún rédito especial. Como la presidenta no es candidata, por mucho que le preocupen los niveles de aprobación de su gestión, estos tienen escaso impacto electoral. El candidato oficialista que encabeza las intenciones de voto, Daniel Scioli, no parece verse mayormente impactado por esta situación y si los candidatos opositores que están en carrera no se ven afectados ni para bien ni para mal, el escenario electoral cambiará poco.

Esta es una buena oportunidad para intentar algo que a los argentinos nos cuesta mucho y que, sin embargo, nos ayudaría a salir adelante: proponerse gobernar mediante acuerdos, discutir y consensuar las políticas públicas. Acordar estas leyes mediante deliberaciones entre todos los bloques políticos sería un paso adelante para mejorar la institucionalidad, para revertir la falta de confianza de la ciudadanía en sus instituciones y para mejorar la eficiencia del Estado.

Una ironía que frecuentemente la historia nos pone ante los ojos, en todas partes, es que problemas de gran magnitud, problemas que han hecho miserable la vida de mucha gente y que muchas veces han costado vidas, empiezan a ser encarados con nuevos enfoques después de años de conflictos, o de parálisis, o de retrocesos horribles, y, entonces, la solución parece accesible. Grecia hoy, Cuba en estos meses, Colombia desde hace un año son algunos ejemplos: si el problema existe, sin duda es porque responde a causas complejas que resultan difíciles de remover; pero si una solución puede ser imaginada, esta termina siendo la deliberación, la negociación y el acuerdo entre partes que piensan distinto.

Sentarse a una mesa a menudo resuelve más problemas que empuñar las armas. A los argentinos nos apasiona la intransigencia y así es como seguimos en retroceso desde hace décadas en casi todos los planos de la vida del país. Este es un buen momento histórico para probar suerte con el camino de la búsqueda de acuerdos.

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