Los gays siguen esperando

04 Febrero 2015

Teresa Dapp - Agencia DPA

Oscar Wilde (imagen en esta columna) fue famoso por su lengua afilada y su humor inescrutable, pero el venerado literato fue una vez también un “criminal” condenado que estuvo en prisión a final del siglo XIX por “comportamiento inmoral”. Por ser homosexual. Lo mismo les ocurrió a decenas de miles de hombres durante el siglo XX y no sólo en el Reino Unido; también en otros países, como Alemania.

La película “El código enigma” -mañana se estrena en Tucumán- propició el pedido de indultos y de rehabilitación para los afectados por esos casos. Uno de ellos es el protagonista del filme, el descifrador de códigos inglés Alan Turing. Le da vida en la pantalla Benedict Cumberbatch, candidato al Oscar por ese trabajo.

El del genio matemático Turing es uno de los casos más evidentes de Reino Unido. Pese a los logros conseguidos para su país durante la Segunda Guerra Mundial, Turing eligió someterse a una castración química en 1952 para no ir a prisión. Poco sirvió que su genio hubiera contribuido a la victoria de los aliados sobre los nazis.

A fines de 2013, casi 60 años después de su muerte, la reina Isabel II indultó a Turing de la pena que se le había impuesto. En cualquier caso, el indulto fue sólo para él. Los demás -entre ellos el extraordinario actor John Gielgud- siguen condenados.

Indultar a todos los homosexuales, no sólo a Turing, es lo que exigen ahora británicos famosos como Cumberbatch, la sobrina de Turing, Rachel Barnes, o el comediante Stephen Fry, que acaba de casarse con su novio. “Las leyes homofóbicas del Reino Unido hicieron insoportable la vida de generaciones enteras de hombres homosexuales y bisexuales”, escribieron en una carta pública.

En Alemania no fue muy diferente, al punto de que entre 1946 y 1994 se dictaron unas 50.000 condenas basadas en el famoso artículo 175, que amenazaban con penas de cárcel, libertad condicional o multas a los gays.

Aún no está claro que la iniciativa de famosos y activistas en el Reino Unido vaya a lograr algo. El príncipe Guillermo y su mujer, Catalina, ni siquiera se atrevieron a opinar. “Se trata de una cuestión política”, alegaron.

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