08 Febrero 2015
Durante la última semana, fueron demasiadas las menciones sobre que la misteriosa muerte de Alberto Nisman, el fiscal que denunció a la presidenta Cristina Fernández de querer “encubrir a los imputados de origen iraní” acusados por el atentado a la AMIA “como surge de las evidencias halladas”, había sido sólo el puntapié inicial de una escalada hacia el terror. Desde diferentes sectores se escucharon voces que presagian más violencia.
A este gravísimo fuego inicial, que se fue avivando con el correr de los días, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich le acaba de echar un poco más de leña rompiendo públicamente diarios y criticando, como otros en el Gobierno y en su periferia, la marcha silenciosa que se anunció para el 18F. Fiscales y periodistas quedaron así peligrosamente en el ojo de la tormenta.
El contexto es francamente grave y a disipar tanta neblina no contribuye siquiera el proceder presidencial, ya que Cristina Fernández finge estar en su mundo, probablemente para no mostrar preocupación y sinceramente lo hace muy mal. Sus digresiones laudatorias, su silla de ruedas y su anunciada recuperación en Oriente, sus tuits con dobles lecturas o sus idas por las ramas con mensajes a propios y a extraños no contribuyen a fortalecerla, en tiempos en que se la necesita con todas las luces.
A esta desaprensión que surge o de su personalidad o de algún equivocado asesor se le suman los continuos errores no forzados del Gobierno. Cristina y sus funcionarios siguen obnubilados porque o creen genuinamente que hay un complot que busca su remoción y no paran de denunciarlo o bien observan que ese argumento ya no cala en la ciudadanía y entonces se paralizan porque no saben cómo hacer para que el grueso de la gente piense como ellos quieren.
Si bien todo esto ya es suficiente para generar preocupación legítima en la sociedad, hay más cosas dando vueltas que suman zozobra. Para seguir con el símil tenístico, el kirchnerismo se vuelve loco cuando tiene que ir al fondo de la cancha y dedicarse sólo a devolver los palazos que le tiran, sin poder manejar el partido. Está claro que hoy no lo maneja, en ninguna de las cosas que emprende.
Lo que se observa desde la tribuna es que el oficialismo pegó en estas últimas semanas innumerables tiros con el marco de la raqueta y que ya no le alcanzan los logros pasados y todo lo que pueda inventar para mostrar que no está corriendo detrás de los acontecimientos. Es más que notorio que existe un pobre manejo operativo de toda la situación y se observa que muchos difusores de noticias parecen enemigos del Gobierno, antes que simpatizantes.
Desde este aspecto, en el conteo no sólo se incluyen los desatinos nacidos en la falta de ubicación, como el blooper diplomático de la Presidenta, con el “aloz”, el “petlóleo” y “La Cámpola” que dejó a la Argentina mucho peor parada en el mundo, sino muchas cuestiones de fondo del caso Nisman, donde las operaciones de prensa para trasladar las sospechas pasaron de uno a otro personaje que tiene que ver con la historia, sin contar con todo lo que se la castigó, para presionarla, a la fiscal Viviana Fein.
Más allá de las arriesgadas referencias presidenciales sobre su “amistad” con Nisman, a Diego Lagomarsino, quien le dio al fiscal el arma fatal, se lo mandó al frente en un video como “infiltrado” en las marchas de Cromagnon, hasta que el periodista de Rolling Stone, Pablo Plotkin dijo por Twitter que era él. A la fiscal se la comparó peyorativamente con Droopy, el dibujito animado que está en todos lados, después que reveló la fecha de viaje de Nisman contradiciendo la teoría presidencial del alineamiento del viaje con el ataque a la revista Charlie Hebdo, en París.
De Stiuso, un hombre de avería tras toda una vida en la ex SIDE, se dijeron cosas terribles para denigrarlo al fiscal (lo más suave que se hizo circular es que era “su empleado”) y se omitió que el propio Nisman contó en su momento que se lo asignó Néstor Kirchner.
La patinada más feroz del Gobierno se dio entre el domingo y el martes pasado, incluida la incursión de Capitanich por territorios “goebbelianos” de triste memoria.
El odiado diario Clarín, nada menos, publicó el fin de semana pasado un artículo donde se decía que se había encontrado en un cesto de basura del departamento de Nisman una versión preliminar de la denuncia en la que pedía “el desafuero y la detención de la Presidenta; del canciller Héctor Timerman; y también del piquetero Luis D’Elía”. La misma nota señalaba luego, de modo indubitable, que Nisman la había desechado y de hecho esos párrafos no figuran en la versión que se hizo efectiva.
La fiebre que le dio al Gobierno al tema hizo que Capitanich armara un show que, a la hora de la desmentida, coronó con un “por lo tanto, con esto hay que hacer esto, porque es falso”, antes de romper la hoja del diario.
Pero, lo más denigrante para el jefe de ministros llegó al día siguiente, cuando Clarín ratificó la información y aseguró que esos borradores estaban agregados en el expediente judicial, al tiempo que la fiscal Fein corregía una información que ella había dado el día anterior y confirmaba que ese borrador sí estaba “incorporado” a la causa. Asumía su “error” del día anterior cuando, para beneplácito del Gobierno, un comunicado de la Procuración, en su último párrafo, casi como algo descolgado del resto de la información, había dicho que no había nada al respecto.
“Hace instantes Fein se rectificó y dijo que se debió a una mala interpretación por el área de prensa de la Procuración. Si esto es así, ¿cuál es la reflexión que usted hace, teniendo en cuenta lo que sucedió ayer en ese atril?”, le preguntó un periodista. Pese a todo, Capitanich siguió con su libreto: “digo que esto forma parte de operaciones de prensa burdas y sistemáticas. Es basura permanente… buscar en la basura cuestiones que tienen que ver con una estrategia urdida claramente por grupos de inteligencia desplazados…”.
Fue todo demasiado patético. La destrucción de la palabra que ensayó el jefe de Gabinete el lunes, casi como la quema de libros en Berlín el 10 de mayo de 1933, fue una afrenta grave a la libertad de expresión, mucho más grave aún porque provino de un hombre formado en los valores democráticos. Atado a las lealtades, el funcionario no tuvo cara siquiera para disculparse y siguió insistiendo en que la información era “basura”.
Más allá de la gravedad puntual del episodio, también hay preocupación por el piloto automático en que parece haber quedado el día a día económico, sensación que no logró atenuar los poco claros 15 convenios con China, que son el comienzo de una “asociación estratégica integral” que aún debe ser ratificada por la misma Cámara de Diputados que votó alegremente el memorándum con Irán.
En este sentido, y habida cuenta el cepo importador que ha impedido durante tres días los pagos ya autorizados al exterior, no es descabellado pensar que las reservas netas se han esfumado y que se hace patente el retorno del endeudamiento, aunque ahora de la mano del gigante asiático.
Bajo la premisa kirchnerista que es la coyuntura la que manda para evitar que se noten los problemas y que el largo plazo no existe, ya que serán otros quienes deberán arreglar los desaguisados, esto es lo que se les ha pedido a los diputados que autoricen para evitar una eventual desestabilización por falta de reservas que genere otra corrida contra el dólar. Este es el argumento que se ha hecho circular entre la tropa propia para conseguir la autorización legislativa.
Por otra parte, son muchos los peronistas que han recordado por estos días el “Liberación o dependencia” de otros tiempos para denunciar el peligroso acercamiento carnal con los chinos, las probables concesiones productivas y la poca transparencia de los acuerdos y algo menos el “Unidos o dominados” que disparaba el general que corrió de la Plaza al camporismo setentista.
En tanto, la economía de hoy en día sigue estancada, pese a que, en medio del enfriamiento, lógicamente los precios se han detenido en su loca carrera, aunque continúa sufriendo el empleo, las consecuencias sociales no cesan y el tic tac de los holdouts sigue corriendo, sin que la Argentina se quiera notificar. En este sentido, el mundo parece estar sentado a la espera de que cambie la bocha en la Argentina, esperando que los nuevos gobernantes sean más plurales y, en todo caso, menos prejuiciosos en materia global.
Pese a que todos estos desaguisados no son coyunturales, sino que hacen al fondo del modelo populista-conservador y van a impactar en un par de generaciones de ahora en más, hay toda una corriente de politólogos que cree que finalmente no pasará nada en las elecciones en cuanto a su repudio, porque entienden que las motivaciones del electorado están lejos de la institucionalidad y más cerca del aprovechamiento del Estado.
No ven en la oferta electoral propensa a cambiar demasiado, ya que suponen que la sociedad, deformada por la crisis de 2001 y la docena de años K, es la que tiene que rever algunas posturas que llevan a los políticos, más seguidores de encuestas que dirigentes, a ser como son. Para esos analistas este punto agranda definitivamente las chances del oficialismo para octubre. En medio de tanto desasosiego, ésta parece ser la carta oculta del kirchnerismo.
A este gravísimo fuego inicial, que se fue avivando con el correr de los días, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich le acaba de echar un poco más de leña rompiendo públicamente diarios y criticando, como otros en el Gobierno y en su periferia, la marcha silenciosa que se anunció para el 18F. Fiscales y periodistas quedaron así peligrosamente en el ojo de la tormenta.
El contexto es francamente grave y a disipar tanta neblina no contribuye siquiera el proceder presidencial, ya que Cristina Fernández finge estar en su mundo, probablemente para no mostrar preocupación y sinceramente lo hace muy mal. Sus digresiones laudatorias, su silla de ruedas y su anunciada recuperación en Oriente, sus tuits con dobles lecturas o sus idas por las ramas con mensajes a propios y a extraños no contribuyen a fortalecerla, en tiempos en que se la necesita con todas las luces.
A esta desaprensión que surge o de su personalidad o de algún equivocado asesor se le suman los continuos errores no forzados del Gobierno. Cristina y sus funcionarios siguen obnubilados porque o creen genuinamente que hay un complot que busca su remoción y no paran de denunciarlo o bien observan que ese argumento ya no cala en la ciudadanía y entonces se paralizan porque no saben cómo hacer para que el grueso de la gente piense como ellos quieren.
Si bien todo esto ya es suficiente para generar preocupación legítima en la sociedad, hay más cosas dando vueltas que suman zozobra. Para seguir con el símil tenístico, el kirchnerismo se vuelve loco cuando tiene que ir al fondo de la cancha y dedicarse sólo a devolver los palazos que le tiran, sin poder manejar el partido. Está claro que hoy no lo maneja, en ninguna de las cosas que emprende.
Lo que se observa desde la tribuna es que el oficialismo pegó en estas últimas semanas innumerables tiros con el marco de la raqueta y que ya no le alcanzan los logros pasados y todo lo que pueda inventar para mostrar que no está corriendo detrás de los acontecimientos. Es más que notorio que existe un pobre manejo operativo de toda la situación y se observa que muchos difusores de noticias parecen enemigos del Gobierno, antes que simpatizantes.
Desde este aspecto, en el conteo no sólo se incluyen los desatinos nacidos en la falta de ubicación, como el blooper diplomático de la Presidenta, con el “aloz”, el “petlóleo” y “La Cámpola” que dejó a la Argentina mucho peor parada en el mundo, sino muchas cuestiones de fondo del caso Nisman, donde las operaciones de prensa para trasladar las sospechas pasaron de uno a otro personaje que tiene que ver con la historia, sin contar con todo lo que se la castigó, para presionarla, a la fiscal Viviana Fein.
Más allá de las arriesgadas referencias presidenciales sobre su “amistad” con Nisman, a Diego Lagomarsino, quien le dio al fiscal el arma fatal, se lo mandó al frente en un video como “infiltrado” en las marchas de Cromagnon, hasta que el periodista de Rolling Stone, Pablo Plotkin dijo por Twitter que era él. A la fiscal se la comparó peyorativamente con Droopy, el dibujito animado que está en todos lados, después que reveló la fecha de viaje de Nisman contradiciendo la teoría presidencial del alineamiento del viaje con el ataque a la revista Charlie Hebdo, en París.
De Stiuso, un hombre de avería tras toda una vida en la ex SIDE, se dijeron cosas terribles para denigrarlo al fiscal (lo más suave que se hizo circular es que era “su empleado”) y se omitió que el propio Nisman contó en su momento que se lo asignó Néstor Kirchner.
La patinada más feroz del Gobierno se dio entre el domingo y el martes pasado, incluida la incursión de Capitanich por territorios “goebbelianos” de triste memoria.
El odiado diario Clarín, nada menos, publicó el fin de semana pasado un artículo donde se decía que se había encontrado en un cesto de basura del departamento de Nisman una versión preliminar de la denuncia en la que pedía “el desafuero y la detención de la Presidenta; del canciller Héctor Timerman; y también del piquetero Luis D’Elía”. La misma nota señalaba luego, de modo indubitable, que Nisman la había desechado y de hecho esos párrafos no figuran en la versión que se hizo efectiva.
La fiebre que le dio al Gobierno al tema hizo que Capitanich armara un show que, a la hora de la desmentida, coronó con un “por lo tanto, con esto hay que hacer esto, porque es falso”, antes de romper la hoja del diario.
Pero, lo más denigrante para el jefe de ministros llegó al día siguiente, cuando Clarín ratificó la información y aseguró que esos borradores estaban agregados en el expediente judicial, al tiempo que la fiscal Fein corregía una información que ella había dado el día anterior y confirmaba que ese borrador sí estaba “incorporado” a la causa. Asumía su “error” del día anterior cuando, para beneplácito del Gobierno, un comunicado de la Procuración, en su último párrafo, casi como algo descolgado del resto de la información, había dicho que no había nada al respecto.
“Hace instantes Fein se rectificó y dijo que se debió a una mala interpretación por el área de prensa de la Procuración. Si esto es así, ¿cuál es la reflexión que usted hace, teniendo en cuenta lo que sucedió ayer en ese atril?”, le preguntó un periodista. Pese a todo, Capitanich siguió con su libreto: “digo que esto forma parte de operaciones de prensa burdas y sistemáticas. Es basura permanente… buscar en la basura cuestiones que tienen que ver con una estrategia urdida claramente por grupos de inteligencia desplazados…”.
Fue todo demasiado patético. La destrucción de la palabra que ensayó el jefe de Gabinete el lunes, casi como la quema de libros en Berlín el 10 de mayo de 1933, fue una afrenta grave a la libertad de expresión, mucho más grave aún porque provino de un hombre formado en los valores democráticos. Atado a las lealtades, el funcionario no tuvo cara siquiera para disculparse y siguió insistiendo en que la información era “basura”.
Más allá de la gravedad puntual del episodio, también hay preocupación por el piloto automático en que parece haber quedado el día a día económico, sensación que no logró atenuar los poco claros 15 convenios con China, que son el comienzo de una “asociación estratégica integral” que aún debe ser ratificada por la misma Cámara de Diputados que votó alegremente el memorándum con Irán.
En este sentido, y habida cuenta el cepo importador que ha impedido durante tres días los pagos ya autorizados al exterior, no es descabellado pensar que las reservas netas se han esfumado y que se hace patente el retorno del endeudamiento, aunque ahora de la mano del gigante asiático.
Bajo la premisa kirchnerista que es la coyuntura la que manda para evitar que se noten los problemas y que el largo plazo no existe, ya que serán otros quienes deberán arreglar los desaguisados, esto es lo que se les ha pedido a los diputados que autoricen para evitar una eventual desestabilización por falta de reservas que genere otra corrida contra el dólar. Este es el argumento que se ha hecho circular entre la tropa propia para conseguir la autorización legislativa.
Por otra parte, son muchos los peronistas que han recordado por estos días el “Liberación o dependencia” de otros tiempos para denunciar el peligroso acercamiento carnal con los chinos, las probables concesiones productivas y la poca transparencia de los acuerdos y algo menos el “Unidos o dominados” que disparaba el general que corrió de la Plaza al camporismo setentista.
En tanto, la economía de hoy en día sigue estancada, pese a que, en medio del enfriamiento, lógicamente los precios se han detenido en su loca carrera, aunque continúa sufriendo el empleo, las consecuencias sociales no cesan y el tic tac de los holdouts sigue corriendo, sin que la Argentina se quiera notificar. En este sentido, el mundo parece estar sentado a la espera de que cambie la bocha en la Argentina, esperando que los nuevos gobernantes sean más plurales y, en todo caso, menos prejuiciosos en materia global.
Pese a que todos estos desaguisados no son coyunturales, sino que hacen al fondo del modelo populista-conservador y van a impactar en un par de generaciones de ahora en más, hay toda una corriente de politólogos que cree que finalmente no pasará nada en las elecciones en cuanto a su repudio, porque entienden que las motivaciones del electorado están lejos de la institucionalidad y más cerca del aprovechamiento del Estado.
No ven en la oferta electoral propensa a cambiar demasiado, ya que suponen que la sociedad, deformada por la crisis de 2001 y la docena de años K, es la que tiene que rever algunas posturas que llevan a los políticos, más seguidores de encuestas que dirigentes, a ser como son. Para esos analistas este punto agranda definitivamente las chances del oficialismo para octubre. En medio de tanto desasosiego, ésta parece ser la carta oculta del kirchnerismo.
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