El hombre que fue Verne

Se cumplen 110 años de la muerte del autor de “20.000 leguas de viaje submarino” y “De la Tierra a la Luna”. Una vida repleta de misterios

El 9 de marzo de 1886 fue un día inusualmente gris en la campiña francesa. Extrañas nubes opacas amenazaban desde el sur, mientras el viento del este arrastraba sin remedio las hojas temblorosas de los cerezos a punto de florecer. Camino a su casa, en las afueras de Amiens, el gran Julio Verne supo de pronto que ese sería el día en que su estrella comenzaría a menguar. Y, como siempre, no se equivocó. Metros antes de llegar a su hogar fue interceptado por su sobrino Gastón quien, sin mediar palabra alguna, le disparó dos veces al grito de ¡Muere gran infeliz! La primera bala rebotó en el borde de piedra de la acera; pero la segunda, impactó de lleno en la pierna izquierda del escritor, lo que le provocó una renguera de la que jamás se recuperó. Nueve años después, el 24 de marzo de 1905 -hace hoy 110 años-, Verne falleció a causa de las dolorosas complicaciones que le provocó aquel inefable disparo.

Nadie ha conseguido hasta ahora explicar por qué Gastón, de 25 años, intentó matar a su tío. Ambos tenían una excelente relación y hasta compartían la afición por la literatura y los viajes. Sin embargo, esa tarde de marzo, los hechos demostraron que algo oscuro había entre ellos; un secreto que nunca pudo develarse ya que el incidente fue ocultado por la prensa y Gastón pasó el resto de su vida encerrado en un oscuro manicomio. Lo que sí se sabe es que, a partir de ese ataque, Verne se apresuró a quemar varios de sus escritos y borradores. ¿Por qué? La razón sigue siendo un completo misterio. Algunos aseguran que Verne era un masón que conocía secretos sólo revelados a los iniciados de esa orden. De hecho, sus biógrafos sostienen que pertenecía a una exclusiva logia secreta llamada “La Sociedad de la Niebla” a la que también perteneció el escritor Alejandro Dumas. Pero él siempre negó todo.

El inicio
Nacido en 1828, año de la invención del hormigón, Verne vivió hasta 1905, en que se descubrió el acero inoxidable. Ambos materiales, debido a su potente presencia en la historia de la humanidad, simbolizan el mundo del que venía, que era el de una racionalidad sin fisuras. Sin embargo, él intuyó siempre que detrás de la electricidad vendría la electrónica. Eso lo hacía vivir fuera de sí, obligándolo a escribir como un poseído, pues en sólo 13 años (de 1863 a 1876) publicó títulos tan emblemáticos como “Viaje al centro de la Tierra”, “De la Tierra a la Luna”, “20.000 leguas de viaje submarino” y “La vuelta al mundo en 80 días”.

En esas novelas, la máquina no está al servicio del hombre como mera herramienta, sino a modo de prótesis; como si fuera una extensión más de las manos, de las piernas e, incluso, del cerebro. De este modo, en su fantasía Verne configuró el advenimiento del ciborg, esa criatura en la que la biología y la tecnología se confunden como los materiales en una amalgama. ¿Cómo se relacionan, si no, el Capitán Nemo y el Nautilus?

Semejante planteo literario, no podía menos que asombrar. Y asombró tanto que Verne adquirió casi el estatus de un profeta. Por ejemplo: predijo algo parecido a internet en una obra inédita hasta finales del siglo XX (“París en el siglo XX”). Y si no se publicó en su época fue a causa de su concepción catastrófica de la vida y la sociedad; curiosamente, muy similar a la actual. El escritor también imaginó la televisión y el helicóptero, así como el ascenso al poder de Hitler. El primer submarino fue otra de sus fantasías hechas realidad. El maravilloso Nautilus de “20.000 leguas de viaje submarino” no sólo deslumbró a los lectores por su originalidad, sino también por su autosuficiencia, lo que le permitía vivir en el mar sin tocar tierra firme.

Sin embargo, son sus obras “De la Tierra a la Luna” y “Alrededor de la Luna”, las que han cimentado la fama profética de Verne. En esas novelas Verne eligió a Estados Unidos como país financiador del proyecto y al estado de Florida para el lanzamiento; un lugar muy próximo a Cabo Cañaveral. Y aún más: en la novela, el aterrizaje también se produce en el mar, a escasas cuatro millas del lugar en el que amarizó el Apolo 11.

Verne negó siempre que fuera un “iluminado”. Sus novelas, afirmaba, habían sido escritas en base a unos exhaustivos estudios de su siglo y de los numerosos inventos de la época. Pero, con el tiempo, esas visiones se convirtieron en una realidad inquietante. Tan inquietante como aquel fervoroso disparo que acabó con la autonomía física y creativa del gran profeta de la literatura.

Las profecías, de puño y letra

- “Los ferrocarriles pasarán de las manos de los particulares a las del Estado”.

- “Aunque ya nadie leía, todo el mundo sabía leer”.

- “El latín y el griego no sólo eran lenguas muertas, sino enterradas”.

- “Los coches que surcaban la calzada lo hacían sin caballos; se movían por una fuerza invisible, mediante un motor de aire dilatado por la combustión del gas”.

- ”... ya no hay mujeres (...) se han pasado al género masculino y ya no merecen la mirada de un artista”.

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