18 Julio 2015
Bien, Hillary Clinton no se ha vuelto loca. En momentos en que algunos en su partido están yendo a la deriva, hacia una retórica mezcla de Bernie Sanders y Ocupa Wall Street, Clinton pronunció su primer gran discurso sobre economía en la campaña. Fue sólidamente liberal -muy sólidamente-, pero tanto en el tono como en la sustancia estuvo muy adentro de la corriente popular de la elección general.
De modo que si algún republicano estaba esperando que Clinton se volviera inelegible vagando por los pantanos de la fiebre de la guerra de clases, lo pueden ir olvidando.
La principal narrativa del grupo Sanders es que el juego económico está manipulado en contra de la gente común. El uno por ciento superior controla las condiciones económicas fundamentales. Se requiere una importante transformación. No hay mucho que puedan hacer los individuos, dada la estructura del poder económico.
Clinton dirigió algunas críticas a Wall Street en su discurso, pero fue ya sea insignificante, soso (castigo a criminales) o de amplia prudencia (acaben con la deducción del interés llevado). El principal supuesto subyacente que motivó su discurso fue que los individuos pueden alzarse y tener éxito, si se les da las manos de ayuda indicadas del gobierno.
Este discurso reveló a una mujer que no tiene su corazón en el conflicto de clases. Las partes más apasionadas de su discurso fueron sobre clásicos esfuerzos liberales por darle un impulso al pueblo: educación en la infancia temprana, permisos familiares y médicos para ausentarse, créditos fiscales para capacitación laboral, programas accesibles de cuidado infantil.
Ella evitó cuidadosamente las ideas de política más radical acogidas por la izquierda, como un impuesto general a los ricos. Evadió el tema del comercio. Aprobó un aumento al salario mínimo pero no se comprometió, como lo hacen muchos progresistas, a una tarifa de 15 dólares por hora.
Este discurso parecía más Fondo en Defensa de la Infancia que Thomas Piketty. Fue el tipo de discurso que se pronuncia si uno pasa más tiempo escuchando a los votantes, particularmente del sexo femenino, que estudiando los quintiles en las tablas de distribución del ingreso.
En términos estilísticos, Clinton sigue sonando como si estuviera hablando con desdén a sus públicos. Sin embargo, hubo una torcida autenticidad en su mensaje, que no habría estado ahí si ella hubiera intentado sonar como un merodeador con horqueta. Ella tiene ecos de Hubert Humphrey o George McGovern en su voz, o un Michael Dukakis más liberal.
Ella está muy a la izquierda de donde su marido estuvo y a la izquierda de donde estuvo Barack Obama en 2008 o 2012. Sin embargo, ha respondido a la realidad de la creciente desigualdad con un resurgimiento del paleoliberalismo, no con la política económica más avanzada y enojada que se encuentra entre Bernie Sanders y la izquierda vanguardista. Ella es vista de la mejor manera, en las palabras del comentarista progresista Matt Yglesias en un ensayo de Vox, como una nueva paleoliberal.
Este neopaleoliberalismo está erigido menos sobre ir detrás de Wall Street y los ricos y más en una tremenda fe en el gobierno para administrar la economía con más inteligencia que el sector privado. Es un ataque menos negativo a las elites y más fe optimista en el poder de la planeación. El sector privado no es malvado o tiene hambre de poder, solo es un poco tonto.
Nuevos demócratas como su marido creyeron en usar mecanismos del mercado para incrementar la seguridad del mercado. Como neopaleoliberal, Hillary Clinton usó su primer discurso de economía para acoger la idea de que el gobierno puede escribir reglas para regir cuánto pagan las empresas a sus trabajadores. El gobierno puede dirigir a inversionistas hacia inversiones más prudentes a largo plazo. El gobierno puede crear de nuevo la manera en que las empresas distribuyen acciones en sus empresas. El gobierno puede determinar cómo deberían estructurarse y administrarse las empresas. ‘’Nos vamos a asegurar de que ninguna empresa sea demasiado compleja de administrar y supervisar’’, declaró Clinton. Uno visualiza escuadrones de Oficiales de Simplicidad Federal recorriendo los corredores del centro de Manhattan, diciéndoles a directores ejecutivos cuando sus atuendos son demasiado alucinantes.
En su opinión, el gobierno es más competente en cada caso para dirigir a empresas hacia sus mejores y propios intereses que las mismas empresas. El refrán constante de Clinton fue que estas intervenciones federales incrementarían el crecimiento y la productividad, no los limitarían en aras de la imparcialidad.
En lo personal, considero que esta fe es epistemológicamente ingenua. Todo parece indicar que Clinton no está consciente de que muchos de los programas que ella aprobó han sido probados y no funcionaron. La administración Obama invirtió profusamente en programas de empleos de energía verde y no funcionaron para incrementar el empleo de manera considerable. Zonas de empoderamiento, las mismas que ella aprobó, en su mayoría no han logrado ayudarle a barrios de bajos ingresos. Clinton no demostró conciencia alguna en cuanto a que la mayoría de los requisitos federales involucran difíciles intercambios. Canadá es base en la Oficina Presupuestaria del Congreso, un aumento del salario mínimo a incluso 10.10 dólares por hora incrementaría la paga de millones de trabajadores, pero costaría casi 500.000 empleos.
La incorregible fe de Clinton en el poder de la planeación gubernamental no es compartida por la mayoría de los electores. Además, ella no tiene una oportunidad plausible de comprender algo de esto a través de un Congreso dividido. Sin embargo, esta agenda sí logra un buen truco. Excitará a la base progresista sin alienar automáticamente al resto del país. Sustantivamente, ella ha ofrecido al menos una respuesta coherente a las condiciones actuales de la economía. En términos políticos, ella ha superado el primer obstáculo político en su campaña.
De modo que si algún republicano estaba esperando que Clinton se volviera inelegible vagando por los pantanos de la fiebre de la guerra de clases, lo pueden ir olvidando.
La principal narrativa del grupo Sanders es que el juego económico está manipulado en contra de la gente común. El uno por ciento superior controla las condiciones económicas fundamentales. Se requiere una importante transformación. No hay mucho que puedan hacer los individuos, dada la estructura del poder económico.
Clinton dirigió algunas críticas a Wall Street en su discurso, pero fue ya sea insignificante, soso (castigo a criminales) o de amplia prudencia (acaben con la deducción del interés llevado). El principal supuesto subyacente que motivó su discurso fue que los individuos pueden alzarse y tener éxito, si se les da las manos de ayuda indicadas del gobierno.
Este discurso reveló a una mujer que no tiene su corazón en el conflicto de clases. Las partes más apasionadas de su discurso fueron sobre clásicos esfuerzos liberales por darle un impulso al pueblo: educación en la infancia temprana, permisos familiares y médicos para ausentarse, créditos fiscales para capacitación laboral, programas accesibles de cuidado infantil.
Ella evitó cuidadosamente las ideas de política más radical acogidas por la izquierda, como un impuesto general a los ricos. Evadió el tema del comercio. Aprobó un aumento al salario mínimo pero no se comprometió, como lo hacen muchos progresistas, a una tarifa de 15 dólares por hora.
Este discurso parecía más Fondo en Defensa de la Infancia que Thomas Piketty. Fue el tipo de discurso que se pronuncia si uno pasa más tiempo escuchando a los votantes, particularmente del sexo femenino, que estudiando los quintiles en las tablas de distribución del ingreso.
En términos estilísticos, Clinton sigue sonando como si estuviera hablando con desdén a sus públicos. Sin embargo, hubo una torcida autenticidad en su mensaje, que no habría estado ahí si ella hubiera intentado sonar como un merodeador con horqueta. Ella tiene ecos de Hubert Humphrey o George McGovern en su voz, o un Michael Dukakis más liberal.
Ella está muy a la izquierda de donde su marido estuvo y a la izquierda de donde estuvo Barack Obama en 2008 o 2012. Sin embargo, ha respondido a la realidad de la creciente desigualdad con un resurgimiento del paleoliberalismo, no con la política económica más avanzada y enojada que se encuentra entre Bernie Sanders y la izquierda vanguardista. Ella es vista de la mejor manera, en las palabras del comentarista progresista Matt Yglesias en un ensayo de Vox, como una nueva paleoliberal.
Este neopaleoliberalismo está erigido menos sobre ir detrás de Wall Street y los ricos y más en una tremenda fe en el gobierno para administrar la economía con más inteligencia que el sector privado. Es un ataque menos negativo a las elites y más fe optimista en el poder de la planeación. El sector privado no es malvado o tiene hambre de poder, solo es un poco tonto.
Nuevos demócratas como su marido creyeron en usar mecanismos del mercado para incrementar la seguridad del mercado. Como neopaleoliberal, Hillary Clinton usó su primer discurso de economía para acoger la idea de que el gobierno puede escribir reglas para regir cuánto pagan las empresas a sus trabajadores. El gobierno puede dirigir a inversionistas hacia inversiones más prudentes a largo plazo. El gobierno puede crear de nuevo la manera en que las empresas distribuyen acciones en sus empresas. El gobierno puede determinar cómo deberían estructurarse y administrarse las empresas. ‘’Nos vamos a asegurar de que ninguna empresa sea demasiado compleja de administrar y supervisar’’, declaró Clinton. Uno visualiza escuadrones de Oficiales de Simplicidad Federal recorriendo los corredores del centro de Manhattan, diciéndoles a directores ejecutivos cuando sus atuendos son demasiado alucinantes.
En su opinión, el gobierno es más competente en cada caso para dirigir a empresas hacia sus mejores y propios intereses que las mismas empresas. El refrán constante de Clinton fue que estas intervenciones federales incrementarían el crecimiento y la productividad, no los limitarían en aras de la imparcialidad.
En lo personal, considero que esta fe es epistemológicamente ingenua. Todo parece indicar que Clinton no está consciente de que muchos de los programas que ella aprobó han sido probados y no funcionaron. La administración Obama invirtió profusamente en programas de empleos de energía verde y no funcionaron para incrementar el empleo de manera considerable. Zonas de empoderamiento, las mismas que ella aprobó, en su mayoría no han logrado ayudarle a barrios de bajos ingresos. Clinton no demostró conciencia alguna en cuanto a que la mayoría de los requisitos federales involucran difíciles intercambios. Canadá es base en la Oficina Presupuestaria del Congreso, un aumento del salario mínimo a incluso 10.10 dólares por hora incrementaría la paga de millones de trabajadores, pero costaría casi 500.000 empleos.
La incorregible fe de Clinton en el poder de la planeación gubernamental no es compartida por la mayoría de los electores. Además, ella no tiene una oportunidad plausible de comprender algo de esto a través de un Congreso dividido. Sin embargo, esta agenda sí logra un buen truco. Excitará a la base progresista sin alienar automáticamente al resto del país. Sustantivamente, ella ha ofrecido al menos una respuesta coherente a las condiciones actuales de la economía. En términos políticos, ella ha superado el primer obstáculo político en su campaña.
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