Por la abstinencia al “paco”, su hijo menor intentó matarse

La madre del joven muerto en una finca narra el calvario de sus otros chicos adictos. “Esto es culpa de los ‘transas’: ellos les dan la droga a los chicos”, acusa Gladys Jiménez. Una de sus hijas logró recuperarse.

VERSIÓN MATERNA. “Le pusieron dos limones en la mano para decir que estaba robando”, asegurá Gladys respecto de la muerte de “El Mudo”. la gaceta / foto de antonio ferroni VERSIÓN MATERNA. “Le pusieron dos limones en la mano para decir que estaba robando”, asegurá Gladys respecto de la muerte de “El Mudo”. la gaceta / foto de antonio ferroni
09 Agosto 2015
Hay suplicios que no terminan con la muerte. Gladys Jiménez no tiene nada que ocultar. Reconoce que en más de una ocasión buscó a su hijo, Oscar Alberto Jiménez, en la seccional 10ª porque lo habían detenido por estar acusado de cometer un robo. Pero Gladys también reconoce que “El Mudo”, tal como apodaban a su hijo de 21 años en La Costanera, consumía drogas desde los 11 años.

“Paco”, “poxiran” y “faso” forman parte de la familia de esta mujer. Ella, ahora, intenta salvar de la muerte a su hijo de 13 años, quien ya intentó ahorcarse dos veces en las últimas tres semanas por causa de la lacerante abstinencia que le provoca no consumir el residuo de la pasta base de cocaína: el “paco”.

“El Mudo” Jiménez fue asesinado el martes en una finca sobre la avenida San Ramón al 1.300, en Las Talitas. “Lo tuve que reconocer en la morgue. Tenía el cuerpo cocido por la autopsia y la marca de un disparo que empezaba en la espalda y le salía por el pecho. Esto es culpa de los ‘transas’ (vendedores de estupefacientes): ellos le dan droga a los chicos”, explicó.

Esta mujer es madre de siete hijos, todos ellos adictos al “paco” u otro narcótico. “‘El Mudo’ me decía que él quería dejar la droga. La habrá dejado una semana y después volvía. El sábado se me lo escapó de la casa y mi sobrino me dijo que lo fuera a buscar por el lado de San Ramón porque ahí lo habían visto. Yo ya le sabía los lugares donde paraba porque desde chiquito, cuando empezó a consumir, se iba y no volvía. No aguantan la abstinencia. Como no le daba plata para que comprara droga se me lo iba”, agregó.

Su hijo de 13 años que será internado en la clínica Las Moritas, en Las Talitas, es preso de esa misma abstinencia que -en su caso- lo llevó a querer matarse dos veces. “Mi hijo más grande tiene 26 años y le dije: mirá lo que ha pasado. Yo te voy a hacer sanar. Yo ya camino por dos, no me cuesta nada caminar por vos, porque en el hospital me dijeron que los lleve a todos. Pero él no quiere ir. Y es como dice la asistente social: no puedo obligarlo; y por la edad que tiene, ellos tampoco. La que me queda es tratar de salvarlo al más chico y a mi otra hija”, agregó.

Gladys Jiménez cuenta que todavía conserva las fotos de cuando sus hijos iban a la escuela. Pero este traumático problema de salud que los consume los alejó del estudio. La asistencia sanitaria tampoco fue una constante en la vida de esta familia, aunque ella reconoce que la muerte de “El Mudo” llevó a que reciban más ayuda.

En medio de la entrevista que LA GACETA realizó esta semana en La Costanera, una camioneta de la Seccional 10ª irrumpe en la calle de tierra. Cuatro policías dicen que van a realizar un allanamiento en una casa cercana. Pero la orden judicial no aparece y al cabo de un instante se van sin decir nada. Así se vive en este barrio donde, según esta mujer, los tranzas llenan con drogas la infancia de los niños.

Antes de quedarse en silencio, Gladys da su versión del supuesto robo en el que mataron a su hijo. “Le pusieron dos limones en la mano para decir que estaba robando. Qué iba a robar si en ese lugar no hay nada”.

La esperanza

Melina Jiménez tiene 19 años y es la única de sus hermanos que consiguió salir del cautiverio del paco.

“Cuando me acuerdo de lo que viví me da una sensación en el pecho que me hace dar ganas de llorar y de irme. Empecé a consumir a los ocho años porque la pareja de mi mamá me pegaba hasta dejarme marcada. Tomé pastillas, fumé ‘faso’, me inyecté. Pude salir gracias a mi hijita que ahora tiene dos años. Ahora veo a los chicos que consumen, pero ya no me dan ganas”, concluye.

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