Una luz al final del túnel

CAREO. Escena del juicio de los policías Enrique García, Manuel Yapura y Roberto Lencina. Los tres fueron condenados por encubrir el crimen de Paulina. la gaceta / foto de antonio ferroni CAREO. Escena del juicio de los policías Enrique García, Manuel Yapura y Roberto Lencina. Los tres fueron condenados por encubrir el crimen de Paulina. la gaceta / foto de antonio ferroni
Hay 380 crímenes impunes en Tucumán. Entre ellos, el de Paulina Lebbos conjuga todas las variantes de la impunidad. 1) hay un acusado, Roberto Luis Gómez, por la supuesta privación de la libertad y el asesinato de la joven desaparecida en febrero de 2006 cuyo cuerpo fue hallado desfigurado el 11 de marzo de ese año, cerca de Raco. Se llegó a Gómez porque usó el chip del celular de Paulina después de su desaparición. Pero se sospecha que hay otras personas con más poder involucradas. 2) Hay un ex secretario de Seguridad y tres ex altos jefes policiales, y un policía retirado, acusados de encubrimiento agravado. Pero se sospecha que ellos recibían órdenes de más arriba para proteger a alguien. Alberto Lebbos, padre de Paulina, espera que, cuando estén ante el tribunal oral, alguno se quiebre. “Ya en el juicio por encubrimiento a tres policías de Raco hubo un comisario que habló de órdenes de arriba. Ahora espero que las familias de los acusados les pidan que digan quiénes son los asesinos. Se enfrentan a 20 años de prisión”, dice. 3) Hay muchísimas irregularidades policiales (movieron el cuerpo, adulteraron el acta policial, mintieron), judiciales (el segundo fiscal del caso, Carlos Albaca, dejó pasar pericias claves pedidas y mantuvo parada la investigación durante siete años, hasta que lo reemplazaron por el fiscal Diego López Ávila, quien pidió este año la elevación a juicio de la causa) y de funcionarios. 4) El tiempo que pasa es la verdad que huye. Recién ahora, cuando están por cumplirse 10 años del crimen, se ha pedido la elevación a juicio contra los ex funcionarios por encubrimiento agravado y también se elevó a juicio la causa contra Albaca por incumplimiento de los deberes de funcionario público. Pero ambos casos están a la espera de una decisión de la Cámara de Apelaciones. Lebbos dice que la justicia es demasiado lenta (incluso la condena a los policías de Raco, de hace dos años, está apelada y siguen libres) y reniega de las “chicanas permanentes”, pero agrega que tiene esperanzas porque se mantienen latentes todas las hipótesis, como la de la fiesta en El Cadillal o la de “los hijos del poder” como responsables del crimen. “Tanta impunidad parece anestesiar a la sociedad -lamenta-, pero yo creo que alguno se va a quebrar y va a contar la verdad”, insiste.

Están por cumplirse diez años del terrible asesinato de Paulina Lebbos. Tomando cierta distancia, creo que se puede caracterizar ese tiempo como la de una cerrada confrontación entre dos polos desiguales: por un lado, el padre y la familia de Paulina en una cuasi quijotesca lucha por justicia y verdad; por otro, un Estado oscuro en estas materias, tendiente a propiciar (no sólo por omisiones, sino también por acciones, como se ha visto) la denegación de la verdad y la justicia, a instancias de espurios intereses que jamás se explicitan. En esta lucha desigual, se descubre que no se trata de un caso excepcional: decenas de otros familiares de víctimas fatales, que se han convertido a su vez en víctimas de la impunidad, han surgido y se han unido en un mismo reclamo por el fin de este mal. La ley por sí sola no puede revertir un fenómeno cuyas causas la trascienden. La impunidad tiene sus raíces en desigualdades estructurales profundas, que son las que permiten crear un estado de invulnerabilidad para ciertos sectores en la cima de la estructura social o allegados a ella, como contrapartida de una situación de vulnerabilidad para una mayoría en la base de la estructura social.

Cómo lo viví
Lucía Cid Ferreira
- doctora en sociología

Están por cumplirse diez años del terrible asesinato de Paulina Lebbos. Tomando cierta distancia, creo que se puede caracterizar ese tiempo como la de una cerrada confrontación entre dos polos desiguales: por un lado, el padre y la familia de Paulina en una cuasi quijotesca lucha por justicia y verdad; por otro, un Estado oscuro en estas materias, tendiente a propiciar (no sólo por omisiones, sino también por acciones, como se ha visto) la denegación de la verdad y la justicia, a instancias de espurios intereses que jamás se explicitan. En esta lucha desigual, se descubre que no se trata de un caso excepcional: decenas de otros familiares de víctimas fatales, que se han convertido a su vez en víctimas de la impunidad, han surgido y se han unido en un mismo reclamo por el fin de este mal. La ley por sí sola no puede revertir un fenómeno cuyas causas la trascienden. La impunidad tiene sus raíces en desigualdades estructurales profundas, que son las que permiten crear un estado de invulnerabilidad para ciertos sectores en la cima de la estructura social o allegados a ella, como contrapartida de una situación de vulnerabilidad para una mayoría en la base de la estructura social.

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