Burruyacú hizo ruido casi en silencio

Los competidores le cambiaron la fisonomía a La Cruz.

Burruyacú hizo ruido casi en silencio
06 Enero 2016
El sol todavía no salió, pero la tonalidad rojiza de las nubes avisa que será una mañana calurosa. La ruta 304, que lleva hacia Burruyacu, no presenta el más mínimo indicio de Dakar hasta que por fin, en la entrada a La Cruz, una camioneta ploteada de color naranja confirma a los viajantes que el rumbo hacia la zona de espectadores es el correcto. Unos pocos kilómetros más adelante van apareciendo familias apostadas desde temprano con sus reposeras al costado de la ruta, en la entrada a Taruca Pampa, donde el bailable La Nueva Revolución ya se prepara para los carnavales.

Bomberos y policías cierran el paso en la curva que lleva hacia El Cajón, pero allí todavía es tramo de enlace y la gente ha venido en busca de velocidad, de motores demostrando su verdadero poder. Por eso, muchos se escabullen a través de fincas privadas hacia María Delia, unos 500 metros hacia dentro por el camino de tierra, donde se ubica la largada del prime. Sólo por hoy, el silencio habitual del poblado estallará con el estruendo de autos, motos, cuatriciclos, camiones y helicópteros.

Un pueblo, un club

Orlando González partió hace 18 años hacia Buenos Aires para construirse un futuro, pero de vez en cuando regresa para curarse en la quietud de María Delia la locura que contagia la capital. Sólo que esta vez el Dakar, esa carrera dura por naturaleza, se le estacionó justo frente de la casa, donde todavía viven sus padres, Armando González y Audelina Medina (foto circular). Sin embargo, el estrépito de los bólidos lanzándose en velocidad cronometrada a no más de 30 metros de distancia no altera de ninguna manera la rutina del mate mañanero.

“Siéntese, amigo”, invita Armando, mientras Audelina ceba un mate dulce. El hombre se presenta como uno de los dos sobrevivientes del grupo que en 1941 fundó del Club Sportivo María Delia, del que el lugar (que en realidad se llama La Toma) ha tomado el nombre. El otro es Saturnino Vallejos, que vive al lado de la cancha -lo mejor que tiene el lugar- y se encarga de mantenerla impecable.

Armando ni se inmuta por los fierros. “Muero por el fútbol”, asegura. Repasa los campeonatos departamentales que ganó el club y se le infla el pecho al recordar que Guillermo “Bebé” Acosta jugó en María Delia antes de convertirse en una de las figuras del “decano” que este año jugará en Primera. Y eso que Armando se confiesa hincha del “santo”. O mejor dicho, de los “santos”, porque también quiere a San Lorenzo. Para la foto, se pone su camiseta de “cuervo” campeón de la Libertadores. “Si Dios y la Virgen quieren, pronto volveremos a Boedo”, se ilusiona.

Un piloto vestido de rojo pide pasar al baño vaya uno a saber en qué idioma, pero los González son buenos entendedores y de corazón abierto. Su patio es un estacionamiento y su chacra de maíz, un helipuerto. Y cuando se larga la tormenta, su techo se vuelve el de muchos. Aunque no lo sepan, son gestos de claro espíritu dakariano, en el que el apoyo entre todos es crucial para ganarle al camino, el único y verdadero rival.

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