07 Junio 2016
COMO EN NORTEAMÉRICA. Alabama, ubicada en el departamento Cruz Alta, fue una colonia, donde vivían operarios del ingenio Concepción; ahora es una finca, pero mantiene su nombre. LA GACETA / FOTOS DE MIGUEL VELÁRDEZ.-
Todas las mañanas, al comenzar su trabajo, un ingeniero agrónomo, llamado Héctor Gramajo, repite casi la misma escena. Sube a la camioneta, y una vez que está sentado, cierra la puerta despacio. Con la mano derecha hace girar la llave para encender el motor. Después baja el vidrio de la ventanilla y acelera despacio. El vehículo avanza por un camino de tierra marrón. Se percibe el olor a hierba mojada. A los costados del camino hay eucaliptos gigantes formados en dos filas que parecen interminables, y más lejos, las plantaciones de caña de azúcar. El conductor pone segunda y avanza hacia el cardinal este por un camino interno y largo. Acelera mientras mira a un costado -por la ventanilla izquierda- las plantaciones de caña. Suspira y dice que este trabajo no lo cambia por nada en el mundo. “Estar en una oficina en el centro de la ciudad, para mí, sería como estar en la cárcel. Amo el campo; esto es lo mío”, asegura.
El lugar en el que trabaja Gramajo es Alabama. En Tucumán hay un sitio llamado como en el sur de Estados Unidos. No hay documentos oficiales, pero las voces que se transmiten de generación en generación coinciden en cómo fue que se lo bautizó con ese nombre. Cuenta la leyenda que un grupo de tucumanos dedicados a la producción azucarera viajó a Norteamérica para interiorizarse sobre la siembra, las maquinarias y la cosecha, y quedaron enamorados del sur de los Estados Unidos.
Al volver a Tucumán decidieron bautizar los parajes con los mismos nombres que habían visto en Norteamérica. Por esa razón, Alabama es vecina de Virginia, que a su vez está cerca de La Florida y Luisiana (todas en el este tucumano).
Hasta principio de los años 80, Alabama era una colonia, donde vivían más de un centenar de familias dedicadas a la cosecha de caña de azúcar. Eran operarios del ingenio Concepción, ubicado en Banda del Río Salí.
Luego se vendieron las tierras y las familias cambiaron de territorio, mientras Alabama se convertía en una finca privada. Hoy en día, es una porción de terreno de unas 2.500 hectáreas donde abunda la caña de azúcar, pero también se siembra trigo y soja.
En Alabama pueden verse los altares con cruces de metal que recuerdan a los fallecidos. Pero hay un altar, ubicado en un extremo de la finca, que concentra una historia muy particular. Ahí mataron a un campesino conocido como “El Ñato” Barrionuevo. El relato de los lugareños dice que la Policía persiguió al Ñato, lo detuvieron en medio del campo, y lo llevaron a una zona con malezas altas, donde lo acribillaron a balazos.
Hoy en día, una vez a la semana, un grupo de mujeres llega al lugar para rendirle culto y hacer una promesa. Beben vino tinto, conversan entre ellas, arrojan un poco de bebida en la tierra y piden los deseos para sus hijos en edad escolar, con una promesa a cambio.
Los lugareños consideran milagroso al “Ñato”. El altar está repleto de “regalos”. A simple vista pueden verse delantales escolares, carpetas, botellas de vino vacías, mochilas escolares, apuntes de clase, algunas flores secas, cuatro vírgenes de yeso, y cajas de tetrabrick dispersas entre la maleza.
Por ser una finca privada, ya no circula tanta gente por ese terreno. Los chumucos y los teros sobrevuelan como pancho por su casa. En tierra, las liebres se pasean a sus anchas y es posible cruzar algún ejemplar de caraguay. “Cuando empieza la cosecha, a los operarios les tengo prohibido que maten algún caraguay”, advierte Gramajo. “Es que les cortan la cola para comer; dicen que es una carne blanca y tierna”, agrega.
En un par de días entrarán las maquinarias para comenzar la cosecha. Gramajo recorre la finca en la camioneta. Dice que el dueño le ordenó cortar los eucaliptos al costado del camino. “No voy a cumplir esa orden. Eso es lo que le da mayor encanto a Alabama”, asegura, mientras acelera entre los cañaverales respirando el aroma a tierra mojada.
El lugar en el que trabaja Gramajo es Alabama. En Tucumán hay un sitio llamado como en el sur de Estados Unidos. No hay documentos oficiales, pero las voces que se transmiten de generación en generación coinciden en cómo fue que se lo bautizó con ese nombre. Cuenta la leyenda que un grupo de tucumanos dedicados a la producción azucarera viajó a Norteamérica para interiorizarse sobre la siembra, las maquinarias y la cosecha, y quedaron enamorados del sur de los Estados Unidos.
Al volver a Tucumán decidieron bautizar los parajes con los mismos nombres que habían visto en Norteamérica. Por esa razón, Alabama es vecina de Virginia, que a su vez está cerca de La Florida y Luisiana (todas en el este tucumano).
Hasta principio de los años 80, Alabama era una colonia, donde vivían más de un centenar de familias dedicadas a la cosecha de caña de azúcar. Eran operarios del ingenio Concepción, ubicado en Banda del Río Salí.
Luego se vendieron las tierras y las familias cambiaron de territorio, mientras Alabama se convertía en una finca privada. Hoy en día, es una porción de terreno de unas 2.500 hectáreas donde abunda la caña de azúcar, pero también se siembra trigo y soja.
En Alabama pueden verse los altares con cruces de metal que recuerdan a los fallecidos. Pero hay un altar, ubicado en un extremo de la finca, que concentra una historia muy particular. Ahí mataron a un campesino conocido como “El Ñato” Barrionuevo. El relato de los lugareños dice que la Policía persiguió al Ñato, lo detuvieron en medio del campo, y lo llevaron a una zona con malezas altas, donde lo acribillaron a balazos.
Hoy en día, una vez a la semana, un grupo de mujeres llega al lugar para rendirle culto y hacer una promesa. Beben vino tinto, conversan entre ellas, arrojan un poco de bebida en la tierra y piden los deseos para sus hijos en edad escolar, con una promesa a cambio.
Los lugareños consideran milagroso al “Ñato”. El altar está repleto de “regalos”. A simple vista pueden verse delantales escolares, carpetas, botellas de vino vacías, mochilas escolares, apuntes de clase, algunas flores secas, cuatro vírgenes de yeso, y cajas de tetrabrick dispersas entre la maleza.
Por ser una finca privada, ya no circula tanta gente por ese terreno. Los chumucos y los teros sobrevuelan como pancho por su casa. En tierra, las liebres se pasean a sus anchas y es posible cruzar algún ejemplar de caraguay. “Cuando empieza la cosecha, a los operarios les tengo prohibido que maten algún caraguay”, advierte Gramajo. “Es que les cortan la cola para comer; dicen que es una carne blanca y tierna”, agrega.
En un par de días entrarán las maquinarias para comenzar la cosecha. Gramajo recorre la finca en la camioneta. Dice que el dueño le ordenó cortar los eucaliptos al costado del camino. “No voy a cumplir esa orden. Eso es lo que le da mayor encanto a Alabama”, asegura, mientras acelera entre los cañaverales respirando el aroma a tierra mojada.
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