20 Junio 2016
LA DESPEDIDA. Una gran multitud desbordó el hipódromo durante la última jornada del Congreso Eucarístico Nacional para apoyar la postura de la Iglesia de cerrar la grieta y acabar de una buena vez con la corrupción enquistada. la gaceta / fotos de Analía Jaramillo
Así como los jueces hablan a través de sus sentencias, la Iglesia expresa su posicionamiento por medio de documentos y homilías. Desde el púlpito de la Ciudad Eucarística tucumana el mensaje de los pastores fue contundente: convocaron a la reconciliación de los argentinos y subrayaron la necesidad de terminar con la corrupción.
Cuatro misas multitudinarias se sucedieron en el hipódromo entre el jueves y la mañana dominguera. La elección del oficiante no fue caprichosa: abrió el arzobispo local, Alfredo Zecca; siguió el presidente de la Conferencia Episcopal, José María Arancedo; el sábado fue el turno del cardenal primado y arzobispo porteño, Mario Poli; y ayer cerró el enviado del Papa, Giovanni Re. Variaron estilos, léxicos y prosas, pero no los contenidos.
Al Congreso Eucarístico le tocó deliberar en un marco político y social delicado: a la inflación, los tarifazos y el crecimiento de los índices de pobreza se sumó, horas antes del acto inaugural, la escandalosa detención de José López. Todo enmarcado por los tironeos entre El Vaticano y la Casa Rosada, un rosario de desencuentros entre el Papa y Mauricio Macri que incomodan y sensibilizan a la opinión pública. De allí que el de reconciliación haya sido el concepto más empleado -casi hasta machacar- en el enunciado de cada actividad. Hay que cerrar la grieta de una vez por todas, dijo la Iglesia.
“Para las sociedad actual, marcada por tanto egoísmo, por la especulación desenfrenada, por tensiones y contrastes, por tanta violencia, la Eucaristía es una llamada a la apertura hacia los demás, a saber amar, a saber perdonar; es una invitación a la reconciliación, a la solidaridad y al compromiso con los pobres, con los ancianos, con los sufrientes, con los pequeños y los marginados”, subrayó ayer el cardenal Re.
Su homilía fue la más diplomática. No podía esperarse otra cosa del representante de Francisco en el Congreso. En la introducción del texto se ocupó de saludar a Macri -se habían encontrado brevemente antes de la misa- y entrelazó las manos con él al cabo de la celebración, cuando el Presidente tomó el micrófono para enunciar su breve mensaje (ver página 5).
Con gestos, algunos muy pequeños, se construye la historia. La presencia de Macri en Tucumán, acompañado por una fervorosa católica como la vicepresidenta Gabriela Michetti, suma en la necesaria carrera por deshielar de una vez por todas las relaciones de su Gobierno con la Santa Sede.
“La Eucaristía también es luz para el servicio del bien común y para la contribución que los cristianos deben aportar a la vida social y política, que necesita hoy más que nunca de un quiebre, que lleve a poner fin a la corrupción y a una real renovación y progreso en la honestidad, en la rectitud moral, en la justicia y en la solidaridad”, enfatizó el cardenal en otro pasaje resonante de su mensaje.
Puro énfasis
Ni Zecca ni Arancedo tuvieron pelos en la lengua para describir su visión de la realidad nacional. “Como argentinos venimos de una historia con luces y sombras, con desencuentros y heridas, con el flagelo de la corrupción y del narcotráfico, pero nos sentimos animados por la luz de la fe que fortalece nuestra esperanza y renueva nuestro compromiso de una Patria de hermanos”, sostuvo Arancedo, que es primo del fallecido ex presidente Raúl Alfonsín y encabeza el episcopado nacional desde 2011, cuando sucedió en el cargo nada menos que a Jorge Bergoglio.
Esa misa, celebrada el viernes, estuvo dedicada a “la reconciliación de los argentinos”. Apuntó Arancedo: “cuando hablamos de perdón y reconciliación lo hacemos con la certeza de una verdad que nace del amor misericordioso del Padre; no hablamos de una utopía sino de una realidad que hemos conocido en Jesucristo (...) La reconciliación no es impunidad, ella necesita de la verdad y del ejercicio de una justicia independiente, respetuosa de las garantías constitucionales, pero aspira a una meta más alta y significativa”.
Lo del arzobispo Zecca la tarde de la apertura fue llamativo por la contundencia empleada al momento de elegir las palabras. “La corrupción, el narcotráfico, la trata de personas; en suma, la degradación moral en la que algunos han caído exige urgentes medidas y, sobre todo, la acción de unos jueces que estén a la altura de las circunstancias. Tenemos que hacernos cargo de los más pobres que no llegan a fin de mes por carecer de trabajo o por tener un trabajo precario que no les da acceso a la salud, a la educación, a un aporte jubilatorio que les asegure una vejez digna. Claro que el primer deber, en estos ámbitos, es del Estado. Pero es tarea de todos”.
Un par de conceptos no pasaron inadvertidos. Uno se refirió al ajusto económico, al que calificó de indispensable, aunque después condenó que cayera de forma desigual en los distintos estratos sociales. El otro tiene que ver con la violencia política.
“Las divisiones habidas, particularmente las de los 60 y 70, parecen habernos paralizado -indicó Zecca-. No nos engañemos a nosotros mismos, los argentinos no estamos reconciliados. Reclamamos justicia y está muy bien que lo hagamos. Sin justicia no hay reconciliación posible. Pero justicia no es venganza. Y, además, la justicia debe ser superada por la misericordia”.
Hacia los corazones
La designación de Poli al frente del Arzobispado de Buenos Aires fue una decisión de Francisco. Para legar su oficina y el cargo de cardenal primado eligió a un hombre de extrema confianza. Poli es el segundo de Arancedo en la Conferencia Episcopal y mantiene línea directa con Roma.
La de Poli fue la menos política de las homilías. Habló de la necesidad de anclar el amor de cristianos en la figura de María para acceder colmados de gracia a Dios. El cardenal sintonizó con las vivencias de la calle: las procesiones fueron multitudinarias a lo largo de la semana en Tucumán y las principales explosiones de fervor se produjeron ante cada aparición de la Virgen. De esa devoción mariana se alimentó, en buena medida, el Congreso.
“Hoy, como ayer lo hicieron nuestros mayores, también nuestros ojos quieren espejarse en los de Nuestra Señora de La Merced, Madre de los hijos de esta tierra que vio nacer la Patria libre e independiente -predicó Poli-. Ella no se cansa de enseñar la libertad del Evangelio, la que quiere para todos los bautizados, libres del pecado y de toda otra dominación. Ella está aquí para recordarnos que Jesús es el ‘Pan que da la vida al mundo’, y nos vuelve a decir: ‘hagan todo los que Él les diga’”. Esa alusión al Bicentenario no fue la única del mensaje, cuya misión fue templar los corazones.
Cuatro misas multitudinarias se sucedieron en el hipódromo entre el jueves y la mañana dominguera. La elección del oficiante no fue caprichosa: abrió el arzobispo local, Alfredo Zecca; siguió el presidente de la Conferencia Episcopal, José María Arancedo; el sábado fue el turno del cardenal primado y arzobispo porteño, Mario Poli; y ayer cerró el enviado del Papa, Giovanni Re. Variaron estilos, léxicos y prosas, pero no los contenidos.
Al Congreso Eucarístico le tocó deliberar en un marco político y social delicado: a la inflación, los tarifazos y el crecimiento de los índices de pobreza se sumó, horas antes del acto inaugural, la escandalosa detención de José López. Todo enmarcado por los tironeos entre El Vaticano y la Casa Rosada, un rosario de desencuentros entre el Papa y Mauricio Macri que incomodan y sensibilizan a la opinión pública. De allí que el de reconciliación haya sido el concepto más empleado -casi hasta machacar- en el enunciado de cada actividad. Hay que cerrar la grieta de una vez por todas, dijo la Iglesia.
“Para las sociedad actual, marcada por tanto egoísmo, por la especulación desenfrenada, por tensiones y contrastes, por tanta violencia, la Eucaristía es una llamada a la apertura hacia los demás, a saber amar, a saber perdonar; es una invitación a la reconciliación, a la solidaridad y al compromiso con los pobres, con los ancianos, con los sufrientes, con los pequeños y los marginados”, subrayó ayer el cardenal Re.
Su homilía fue la más diplomática. No podía esperarse otra cosa del representante de Francisco en el Congreso. En la introducción del texto se ocupó de saludar a Macri -se habían encontrado brevemente antes de la misa- y entrelazó las manos con él al cabo de la celebración, cuando el Presidente tomó el micrófono para enunciar su breve mensaje (ver página 5).
Con gestos, algunos muy pequeños, se construye la historia. La presencia de Macri en Tucumán, acompañado por una fervorosa católica como la vicepresidenta Gabriela Michetti, suma en la necesaria carrera por deshielar de una vez por todas las relaciones de su Gobierno con la Santa Sede.
“La Eucaristía también es luz para el servicio del bien común y para la contribución que los cristianos deben aportar a la vida social y política, que necesita hoy más que nunca de un quiebre, que lleve a poner fin a la corrupción y a una real renovación y progreso en la honestidad, en la rectitud moral, en la justicia y en la solidaridad”, enfatizó el cardenal en otro pasaje resonante de su mensaje.
Puro énfasis
Ni Zecca ni Arancedo tuvieron pelos en la lengua para describir su visión de la realidad nacional. “Como argentinos venimos de una historia con luces y sombras, con desencuentros y heridas, con el flagelo de la corrupción y del narcotráfico, pero nos sentimos animados por la luz de la fe que fortalece nuestra esperanza y renueva nuestro compromiso de una Patria de hermanos”, sostuvo Arancedo, que es primo del fallecido ex presidente Raúl Alfonsín y encabeza el episcopado nacional desde 2011, cuando sucedió en el cargo nada menos que a Jorge Bergoglio.
Esa misa, celebrada el viernes, estuvo dedicada a “la reconciliación de los argentinos”. Apuntó Arancedo: “cuando hablamos de perdón y reconciliación lo hacemos con la certeza de una verdad que nace del amor misericordioso del Padre; no hablamos de una utopía sino de una realidad que hemos conocido en Jesucristo (...) La reconciliación no es impunidad, ella necesita de la verdad y del ejercicio de una justicia independiente, respetuosa de las garantías constitucionales, pero aspira a una meta más alta y significativa”.
Lo del arzobispo Zecca la tarde de la apertura fue llamativo por la contundencia empleada al momento de elegir las palabras. “La corrupción, el narcotráfico, la trata de personas; en suma, la degradación moral en la que algunos han caído exige urgentes medidas y, sobre todo, la acción de unos jueces que estén a la altura de las circunstancias. Tenemos que hacernos cargo de los más pobres que no llegan a fin de mes por carecer de trabajo o por tener un trabajo precario que no les da acceso a la salud, a la educación, a un aporte jubilatorio que les asegure una vejez digna. Claro que el primer deber, en estos ámbitos, es del Estado. Pero es tarea de todos”.
Un par de conceptos no pasaron inadvertidos. Uno se refirió al ajusto económico, al que calificó de indispensable, aunque después condenó que cayera de forma desigual en los distintos estratos sociales. El otro tiene que ver con la violencia política.
“Las divisiones habidas, particularmente las de los 60 y 70, parecen habernos paralizado -indicó Zecca-. No nos engañemos a nosotros mismos, los argentinos no estamos reconciliados. Reclamamos justicia y está muy bien que lo hagamos. Sin justicia no hay reconciliación posible. Pero justicia no es venganza. Y, además, la justicia debe ser superada por la misericordia”.
Hacia los corazones
La designación de Poli al frente del Arzobispado de Buenos Aires fue una decisión de Francisco. Para legar su oficina y el cargo de cardenal primado eligió a un hombre de extrema confianza. Poli es el segundo de Arancedo en la Conferencia Episcopal y mantiene línea directa con Roma.
La de Poli fue la menos política de las homilías. Habló de la necesidad de anclar el amor de cristianos en la figura de María para acceder colmados de gracia a Dios. El cardenal sintonizó con las vivencias de la calle: las procesiones fueron multitudinarias a lo largo de la semana en Tucumán y las principales explosiones de fervor se produjeron ante cada aparición de la Virgen. De esa devoción mariana se alimentó, en buena medida, el Congreso.
“Hoy, como ayer lo hicieron nuestros mayores, también nuestros ojos quieren espejarse en los de Nuestra Señora de La Merced, Madre de los hijos de esta tierra que vio nacer la Patria libre e independiente -predicó Poli-. Ella no se cansa de enseñar la libertad del Evangelio, la que quiere para todos los bautizados, libres del pecado y de toda otra dominación. Ella está aquí para recordarnos que Jesús es el ‘Pan que da la vida al mundo’, y nos vuelve a decir: ‘hagan todo los que Él les diga’”. Esa alusión al Bicentenario no fue la única del mensaje, cuya misión fue templar los corazones.