En medio de la noche, golpes rotundos hicieron vibrar la puerta de la casa de Juan Manuel Medina, empleado administrativo del ingenio Lastenia. “Dejá amor, voy yo. Vos tenés que levantarte temprano mañana para ir a trabajar”, reaccionó su esposa, Margarita Paz, quien atendía un almacén en la propiedad. Ella entreabrió la puerta y, del otro lado, vio un policía armado. “¿Aquí vive Justo Manuel Medina?”, preguntó el uniformado. “Sí”, contestó Paz. Y la respuesta del agente dolió (y duele aún) como un disparo: “somos de la (Policía) Federal. El ingenio está intervenido. Digalé que tiene que presentarse ahora”. Esa noche del 21 de agosto de 1966, Paz cerró la puerta y le avisó a su marido. Medina se vistió y salió de la casa. Desde la puerta, Margarita se quedó mirándolo. “Mi esposo se fue caminando, mientras el policía lo apuntaba con el arma desde atrás. Pensé que era un cliente... Imagínese cómo me quedé cuando lo vi irse así”, recordó Paz, de 80 años.
Aquella noche de agosto de 1966 se implementó el decreto del Gobierno militar que disponía el cierre de varios ingenios. Uno de ellos fue el Lastenia. El rumor había crecido en los días previos. Con el cierre confirmado, cientos de personas se quedaron sin empleo y Lastenia inició una penosa procesión de exilio y de deterioro económico, que se percibe hasta hoy en sus casas, aquellas que el ingenio construyó para los empleados, en sus calles sin pavimento y en el silencio de sus habitantes, en especial de los jóvenes que sufren por la falta de oportunidades.
En el fondo del pueblo, las dos chimeneas derruidas resisten al olvido gracias al proyecto de Beatriz Tula, una escribana que en 2000 compró la planta para convertirla en un centro cultural.
El Lastenia comenzó a funcionar en 1847, de la mano de Evaristo Etchecopar. Este empresario francés adquirió la planta y la rebautizó con ese nombre en homenaje a su esposa, Lastenia Molina. A partir de allí, el ingenio inició una etapa de modernización, que incrementó su producción. Esto también aumentó la cantidad de empleados y permitió que la zona se poblara.
“Cualquier cantidad”
El ingenio activaba no sólo la economía, sino también el pulso interior del pueblo. En la etapa de prosperidad, entre las décadas del 40 y del 50, la fábrica tenía una usina con la cual generaba electricidad para los habitantes, sin ningún costo. Lo mismo sucedía con el agua, con la recolección de residuos, con el hospital y hasta con la leche, que se entregaba también en forma gratuita.
En torno al ingenio también se desarrolló la vida social, según recordó Consuelo del Carmen Jiménez, de 76 años, una docente jubilada, quien vive junto a su esposo, Hugo Leal, de 84 años.
Hugo fue administrativo en la fábrica hasta el cierre. La pareja se conoció en un baile de carnaval que se llamaba “Cualquier cantidad”. “Ahí empezó el romance”, se sonrió Doña Consuelo. “Porque el ingenio estaba presente todo el tiempo en nuestras vidas”, asegura. En tanto, su esposo recordó las épocas del Club Social Lastenia: “era hermoso. Tenía una pileta y canchas de tenis. También había una pista de baile circular, donde ponían tango, paso doble y boleros ¡Cómo se bailaba! Eran tiempos muy lindos”.
Una chimenea de arte
El proyecto para reconvertir el ingenio en un centro cultural lleva muchos años de sacrificio a pulmón. La escribana Tula contó que, pese a las dificultades, aún abraza el sueño de que este emprendimiento le devuelva la memoria al pueblo.
“Cuando compré las 11 hectáreas del casco del ingenio, que incluían las chimeneas, el acceso para el ferrocarril, la casa de los dueños y la del administrador, la idea era hacer un loteo. Pero cuando empezamos a limpiar el lugar vimos que de las ruinas emergía una escultura maravillosa. Con los años, la gente dañó las paredes para llevarse hierros y ladrillos. Para impedirlo, y para encarar el proyecto del centro cultural, arreglé la casa del administrador y me mudé”, contó la escribana.
Con apoyo de familiares y amigos, recuperó áreas como las oficinas de pago y el sector donde se cocían las bolsas de arpillera para guardar azúcar. Estos sectores se transformaron en salones de arte. “Se hicieron talleres de danzas y obras de teatro”, describió. “Lo que queremos es reconstruir la memoria de Lastenia, en especial para los jóvenes”, insistió. Y a propósito de la memoria, Emilio López Gandolfi, de 81 años, quien trabajó en el trapiche durante 15 años, afirmó que aún se acuerda lo que sintió cuando se cerró el ingenio: “fue una puñalada. Yo conseguí trabajo al otro día y no tuve que irme. Pero cada vez que pasaba por el ingenio lo añoraba. Y todavía lo añoro”.