11 Septiembre 2016
El Gobierno nacional se enfrentaba, en los comienzos de su gestión, con viejos problemas de la economía y otros más coyunturales, ligados al freno del crecimiento evidenciado en los últimos años de la gestión anterior. Transcurridos nueve meses y distintos indicadores muestran que la situación socioeconómica empeoró. El efecto de mayor competitividad externa, provocado por la fuerte devaluación, se evaporó a causa de una inflación que creció por arriba de las estimaciones oficiales.
La economía entró en una franca recesión y aumentó el desempleo. La deuda pública creció y la situación fiscal del Estado sufre todavía la merma de recaudación que significó la eliminación y la baja de retenciones agrícolas y mineras. El salario promedio disminuyó por efecto de la inflación y la situación de pobreza se agravó. Toda esta información negativa no significa achacarle al Gobierno actual la responsabilidad de todos los problemas.
Más que esperar una lluvia de inversiones productivas del exterior, lo que conviene es analizar cómo se acomoda una economía pequeña e inestable como la argentina, frente a los graves problemas de la macroeconomía globalizada. El endeudamiento externo y la atracción de capitales especulativos no parece ser la mejor manera de encarar esta tarea. El Gobierno está, seguramente, revisando todo esto a la luz del descontento social. Pero hay una cuestión de fondo que resulta difícil imaginar que este Gobierno quiera discutir: la gestión actual está convencida de que lo que es bueno para las grandes empresas es bueno para el país. La ciencia de la economía enseñó a confiar en las empresas competitivas y a desconfiar de los monopolios. El papelón de las tarifas del gas muestran los alances poco edificantes de esta decisión.
La economía entró en una franca recesión y aumentó el desempleo. La deuda pública creció y la situación fiscal del Estado sufre todavía la merma de recaudación que significó la eliminación y la baja de retenciones agrícolas y mineras. El salario promedio disminuyó por efecto de la inflación y la situación de pobreza se agravó. Toda esta información negativa no significa achacarle al Gobierno actual la responsabilidad de todos los problemas.
Más que esperar una lluvia de inversiones productivas del exterior, lo que conviene es analizar cómo se acomoda una economía pequeña e inestable como la argentina, frente a los graves problemas de la macroeconomía globalizada. El endeudamiento externo y la atracción de capitales especulativos no parece ser la mejor manera de encarar esta tarea. El Gobierno está, seguramente, revisando todo esto a la luz del descontento social. Pero hay una cuestión de fondo que resulta difícil imaginar que este Gobierno quiera discutir: la gestión actual está convencida de que lo que es bueno para las grandes empresas es bueno para el país. La ciencia de la economía enseñó a confiar en las empresas competitivas y a desconfiar de los monopolios. El papelón de las tarifas del gas muestran los alances poco edificantes de esta decisión.
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