Las pérdidas que dejó Ganancias

TODOS JUNTOS. La oposición cerró filas en Diputados contra Cambiemos. TODOS JUNTOS. La oposición cerró filas en Diputados contra Cambiemos.
08 Diciembre 2016

Sergio Berensztein - Analista político

La foto que exhibe a Axel Kicillof con Victoria Donda, a Graciela Camaño con Héctor Recalde, a Facundo Moyano y a Marco Lavagna, a Oscar Romero y a la socialista Alicia Ciciliani, todos juntos conglomerados como una oposición única y unificada detrás del tema del impuesto a las Ganancias, refleja que al gobierno le llegó la hora de repensar cómo deberá establecer sus alianzas políticas de aquí en más. Desde la asunción de Macri, la estrategia estuvo orientada a mantener el control de la agenda a partir de una serie de pactos contingentes con diferentes fuerzas de la oposición de acuerdo al caso y al clima político del momento. Hasta el presupuesto, los resultados fueron cercanos a lo óptimo: se logró salir adelante con leyes clave (presupuesto incluido, que logró una amplísima mayoría en la votación en el Senado) y la oposición no jugó en ningún momento un rol obstructivo. Pero los meses pasaron y se acumuló casi un año sin que el gobierno alcanzara sus objetivos en materia de política económica ni pudiera encaminar al país sobre una senda firme de crecimiento. Por lo tanto, ante las promesas incumplidas, la oposición “gana” la alternativa de endurecer su posición, sabiendo que el costo que deberá pagar ante la sociedad por esto es muy bajo. Al mismo tiempo, el gobierno arrebató la agenda electoral de 2017, lo que aceleró a su vez el agotamiento de este esquema de acuerdos efímeros y circunstanciales.

La misión de Macri y su equipo, en este momento, tiene dos aristas. La primera, analizar qué se hizo hasta el momento, preguntarse por qué no apostó a alianzas más profundas y sustentables, que le hubiesen permitido compensar la victoria electoral escasa y el equilibrio de poder desfavorable en el Congreso. También, por qué decidió apelar a una agenda acotada, gradualista, en lugar de embarcarse en una reforma más ambiciosa. Ante la debilidad de origen que sufría este gobierno, un verdadero acuerdo de grandes dimensiones, hubiera garantizado la gobernabilidad y establecido un horizonte más predecible. ¿Qué inversor genuino estaría dispuesto a poner su dinero en un país en el que el gobierno es minoritario, incapaz de cerrar coaliciones de largo plazo, cuyas políticas no tienen impacto o son reversibles a partir de la llegada de un potencial nuevo gobierno en 2019, o aún antes, si el desequilibrio parlamentario crece en 2017.

Pero lo más importante que debe hacer Cambiemos es preguntarse cómo seguirá de aquí en adelante. Se llegó hasta este punto por un error de diagnóstico: el gobierno se cree su propia hipótesis de que algunos logros relevantes logrados en un período breve (el arreglo con los holdouts, el levantamiento del cepo, el renacer de la obra pública, la reparación histórica a los jubilados), sumados a brotes verdes que garantizaran mejoras en un futuro cercano son suficientes para sacar el país adelante. El reciente retiro espiritual en Chapadmalal confirma esta presunción: una reunión en la que el presidente le pide a sus ministros que dejen de lado la ansiedad. Es decir, no hay, desde la óptica oficialista, nada que merezca ser cambiado en lo inmediato, se considera que el rumbo es el correcto y que no hay nada que rectificar.

Así, siempre según la teoría oficialista, se llegaría a las elecciones de mediano término con una Argentina próspera y de pie y se daría un abrumador golpe electoral que sanaría para siempre la mencionada debilidad de origen. El problema es que el escenario real parecería distar mucho de ese país imaginario, floreciente, en el que todo funciona. El hecho de que el propio Macri haya establecido las elecciones de 2017 casi como un referendo de su gobierno lo pone en la entrada del laberinto. “Si Macri pierde las elecciones, está en el camino de salida”, expresó Beatriz Sarlo recientemente. Pero no tiene por qué ser así.

Historia caótica

La Argentina arrastra una historia institucional caótica. El último presidente no peronista que terminó un mandato fue Marcelo T. de Alvear, en 1928. Necesitamos como sociedad revertir eso: que se entienda que el hecho de que un gobierno termine su mandato, independientemente de quién esté en el poder, es positivo para todo. La Constitución de 1994, previendo esta inestabilidad que nos ha caracterizado desde siempre, creó la figura del jefe de Gabinete, como un mecanismo similar al parlamentario para situaciones en las que se revierten las mayorías. Si las urnas reflejan un apoyo minoritario a la facción gobernante, entonces se puede convocar a un líder opositor para ocupar la jefatura de Gabinete y que las fuerzas cohabiten para negociar la agenda. Si De la Rúa hubiese apelado a este modelo y hubiese demostrado una mayor responsabilidad institucional, tal vez, pensando en términos ucrónicos, nos hubiésemos ahorrado el caos de 2001.

Pero todavía faltan meses para las elecciones de medio término. Un tiempo en el que el gobierno debería aprovechar para, al menos, reconsiderar que la política no es binaria, sino un interminable conjunto de grises. Si no, basta volver a ver la discusión del Impuesto a las Ganancias, que muestra hoy a Kicillof, quien hasta hace un año consideraba “irresponsable” incrementar los mínimos, como el paladín de los 44.000 pesos, al mismo tiempo que Macri reniega de un proyecto que, apenas doce meses atrás, pudo haber sido escrito por alguien de su equipo. Con una oposición fragmentada (que puede coordinar en una situación puntual como la de ganancias, pero que difícilmente logre articular una estrategia de mediano plazo) y un peronismo “roto” como nunca antes en la historia, aún queda la esperanza de que se pueda constituir una coalición de gobierno dialoguista, que eleve el nivel de debate y que se dedique a construir una Argentina de largo plazo, en lugar de armar las piezas mínimas que lleven a la victoria en la siguiente elección.

Publicidad
Comentarios